La larga noche parece dar tregua en la orilla oriental del Río de la Plata, donde un primer destello despuntó tibiamente en el horizonte, aunque no será hasta el 24 cuando sepamos si llegará acompañado del necesario viento disipatorio del manto oscuro que nos encapota desde hace un lustro. En ese caso, dejaríamos atrás cinco años de ruina social, avasallamiento de derechos y libertades, junto a infames escándalos de corrupción que han marcado este periodo.
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Me entusiasma esta perspectiva, a pesar de que el resultado electoral en su conjunto me deja un cierto resabio agridulce. No por contagiarme del entusiasmo exultante que floreció en los militantes frenteamplistas en los territorios, inducidos por el deseo entusiasta de un avance abrumador en esta primera vuelta, que en algunos devino desaliento subjetivo posterior frente al rigor de lo factual. Si bien reconozco que los márgenes de error de la encuestología pueden ampliarse, parecía poco probable que todas las empresas tuvieran pronósticos más o menos convergentes y todas ellas descartaran un triunfo en primera vuelta. No creía esperable más caudal de votos en el resultado legislativo. Así que no viajé, a pesar de que mis recuerdos navegan hacia los festejos de triunfos frenteamplistas en Montevideo, los que siempre estuvieron entre los momentos más felices de mi vida. Especialmente aquella noche, culminando un día de acompañamiento de compañeros por los circuitos de votación, cuando Pepe Mujica conquistó la presidencia y los brazos fueron miles de abrazos en multitud y las gargantas los cantos que hicimos sonar hasta el amanecer, no ya literario sino literal, por las calles céntricas y la rambla. No puedo menos que alegrarme de la mayoría absoluta en la Cámara de Senadores, la aproximación a ella en la de Diputados, ni menos aún, ya en términos sustractivos, la exclusión parlamentaria del ultraderechista Manini Ríos y el multiservicial Mieres. Aunque la ensombrece la derrota de la papeleta blanca del Sí, una espina que revive decepciones pretéritas como aquella, también en aquel 2009 de la alegría, con el mismo contraste amargo. Entonces se perdieron los referéndums de la papeleta rosa, derogatorio de la ominosa Ley de Caducidad y la papeleta blanca que incorporaba del voto en el exterior para la diáspora, ambas expresiones aún vigentes de atraso e inescrupulosidad, agravando nuestra deuda con la historia.
Disiento con la conclusión crítica de la exvicepresidenta Lucía Topolansky sobre la pertinencia de la iniciativa del Pit-Cnt de convocar al plebiscito por la modificación sustitutiva de un artículo de la constitución para garantizar y ampliar la seguridad social. En declaraciones para la emisora radial de su sector, M24, sostuvo que la discusión sobre el plebiscito “desvía esfuerzos y energías” a la par que “generó conflictos y tensiones en los comités de base”. No niego que estas tensiones hayan surgido, aunque desconozco detalles, pero muy probablemente se deba a la actitud dilatoria del propio Frente Amplio (FA) de postergar los debates y esperar consensos casi excluyentes, particularmente cuando se trata de iniciativas de los movimientos sociales, para eludirlos finalmente mediante el atajo de la “libertad de acción”.
No es la primera vez, sino que es una cuenta más en el largo collar de frenos y posteriores fracasos de iniciativas de democracia directa gestados en la dinámica de construcción identitaria y de demanda de los movimientos sociales. Creo, inversamente, que todo debate político no partidizado, como los que generan los institutos de democracia directa (referéndums o plebiscitos), permiten transversalizar los debates enriqueciendo la argumentación, frente a la mera emotividad o la tradición, un campo en el que las izquierdas y progresismos debieran sentirse a gusto. Además, si bien no es el único camino para apelar a estos institutos, la convergencia con la elección nacional es quizás lo más viable para utilizar esta herramienta de empoderamiento ciudadano. De este modo, atribuirle un carácter distractivo no solo desestima, sino que también desincentiva mecanismos que deberían ampliarse tanto en frecuencia como en alcance, entre otras razones, para fomentar un contacto más asiduo con la ciudadanía y distanciarse de los partidos tradicionales. Más aún en este caso, sobre el cual expuse argumentos en un artículo previo, concluyendo que el movimiento obrero uruguayo lanzó con la iniciativa, una contraofensiva oportuna y precisa, superadora del momento defensivo para pasar a una llevar adelante una interpelación aguda demostrando una vez más ser un ejemplo a nivel mundial.
Sin embargo, comparto la opinión de Topolansky —quien además es una referente histórica del sector que arrasó con casi la mitad de los votos frentistas, el Movimiento de Participación Popular (MPP)— respecto a que el FA tiene serias posibilidades en el balotaje, un pronóstico que también, como ha señalado el encuestador y politólogo Óscar Bottinelli, se basa en la estructura y capacidad organizativa del FA, que no solo es un lema, sino una fuerza cohesiva que articula su militancia con la ciudadanía. En contraste, parece poco probable que el candidato del Partido Nacional (PN), Delgado, logre aglutinar todos los votos de primera vuelta de los integrantes de la coalición de gobierno que él mismo aspira a recrear. Delgado debe tratar de conservar para sí la totalidad de los votos que fueron a los partidos integrantes de la actual coalición de gobierno. Si se me permite ironizar con la teoría del desarrollo psicosexual de Freud, estaría fijado en la fase anal retentiva. El FA, inversamente, deberá captar algunos fragmentos de tal electorado, aunque no exclusivamente en él.
Ambas fuerzas deberán desarrollar estrategias para capturar los votos necesarios para el triunfo. Topolansky considera la posibilidad de buscar algunas coincidencias programáticas con partidos que no han ingresado al Parlamento, mientras que Bottinelli sugiere apelar a la exacerbación de rivalidades e incompatibilidades actuales e históricas. Sin duda, el programa frentista actual, con su marcado énfasis ambientalista, podría captar algo del electorado del Partido Ecologista Radical Intransigente (PERI) o, en menor medida, del Partido Verde Animalista (PVA). Dificulto que la Unidad Popular-Partido de los Trabajadores (UP-PT) que participaron con el lema Asamblea Popular transmita algo de su ya escasísimo caudal porque prácticamente se han fundado en la crítica al FA ante el supuesto abandono de las banderas más radicales o comprometidas con los más sumergidos.
Sin embargo, creo que hay algo que el FA puede rescatar si es receptivo de las demandas y opiniones de exmilitantes descontentos. Es probable que una proporción importante de ellos se expresen mediante el voto en blanco o anulado, expresiones que han mostrado una tendencia ascendente en la serie de las seis elecciones realizadas desde la reforma constitucional del ‘96. La tabla y el gráfico exhiben esta tendencia con la particularidad de que el voto anulado fue el más bajo precisamente cuando en 2004 el FA gana en primera vuelta llevando a Tabaré Vázquez a la primera presidencia, momento en que se concitaron las máximas esperanzas. Pero si bien el voto nulo luego tiende a elevarse, el voto en blanco logra su mayor declinación histórica en 2009, cuando es electo Mujica. El guarismo actual no es nada despreciable. Muchos sectores quisieran tener esa cosecha electoral si fuera una expresión organizada. Daría como mínimo un senador y varios diputados. La cuestión es si se puede volver a concitar las expectativas de esos dos momentos fundantes de la experiencia frentista de gobierno traccionando algo de estas voluntades descorazonadas.
Excederíamos el límite de espacio, además de abrumar al lector con más tablas y gráficos, si a la vez detalláramos la evolución del comportamiento comparativo frentista entre la primera y segunda vuelta, dejándolo para otra oportunidad. Solo adelantemos que como siempre fue la primera minoría, su ratio de expansión es más acotado que sus seguidores (PC y PN en las 5 elecciones precedentes), aunque esa escasez se invierte si se deja de considerar a la segunda minoría para compararla con la sumatoria de todos sus oponentes. Así como el FA ya no es aquella esperanza sino una trayectoria de gestión de 15 años (2005-2020), con sus indudables claroscuros, tampoco la coalición oficialista (2020-2025) es una posibilidad apenas regresiva, sino la encarnación probada y aún vigente de la decadencia, la venalidad y el padecimiento popular.
Siempre serán necesarios los balances, las miradas retrospectivas y los debates teóricos y programáticos, para preguntarnos con el máximo rigor posible por la propia producción de decepciones. Pero hasta el 24, las degustaciones deberán dar paso a una alimentación constante. El sibaritismo ideológico que explica muchos impactos subjetivos —y a menudo desemboca en mi regusto agridulce— exige ahora un enjuague para una concentración en todos los pasos y detalles necesarios hacia la recuperación del timón para el progresismo uruguayo encarnado en el FA. El rumbo y la carta de navegación están indeleblemente plasmados en el programa.
¡¡¡Al abordaje!!!