A mí, en lo personal, me dolió ver cómo el homenaje preelectoral a mi padre, el Partido Nacional lo hizo muy a su manera de hoy. ¿Dónde? En el monumento que por el empuje de Yamandú Orsi, entonces secretario general, y Marcos Carámbula, hizo la Intendencia de Canelones en la rotonda de acceso al viejo aeropuerto… Pero no solo era acordarse de Wilson para hacer proselitismo, sino que ni siquiera era todo el Partido. Una lista, la lista 40.
Faltó lo más importante de todo… Gente. Eran un par de decenas… Y sobró lo menos importante: el mensaje de la Ripoll. Solamente para demostrar que no lo conoció, o no lo estudió, o, lo más probable, no lo entendió.
A mí mismo me pasa de terminar algunos días de actividades, tanto en el interior como en Montevideo, agotado. Entonces pienso “visité, por ejemplo, a 200 personas. Quizás en un solo acto podría haber hablado al doble, pero no las hubiera escuchado. La gente quiere ser escuchada. Es más, quiere sentirse escuchada”.
Esto que empezó siendo un modo militancia, luego fue de toda la dirigencia. Hace poco escuchaba al propio Orsi, cómo él hacía lo mismo. Por eso, en este último esfuerzo, este trecho final de la campaña, la gente debe ser y será la verdadera protagonista.
Cuando salga la revista, estaré regresando de Treinta y Tres. Como siempre, habremos arrancado en la capital, donde se hace mucha prensa local. Luego habremos visitado Vergara y mis queridos pagos de Isla Patrulla dependen del estado de las rutas. Porque este Gobierno, que ha sacado hasta un mapa digital para hacer ostentación de su obra pública, ha dejado de lado a las poblaciones rurales que cada vez tienen mayores dificultades de comunicación. Apenas un descanso bastará antes de salir para Soriano. Los días en Montevideo alcanzarán para seguir visitando comités de base, tener reuniones en casas de familia, agites barriales, etc. Sin tregua, me entusiasma ver tanta gente involucrada en este esfuerzo común. “Es con la gente”, decimos los del Frente…
Recuerdo una frase de mi viejo, que viene tan a cuento: “Lo importante no es ganar, sino que ganar valga la pena”. Agregaba: “Eso es lo más importante de un triunfo, que valga la pena. Si el triunfo es a expensas de arriar banderas, pisotear principios, recurrir al alineado y la mentira, asustar en vez de esperanzar, descalificar en vez de superar, definitivamente, no valdría la pena ganar”. (11 de mayo de 1971).
Marcaba su rumbo, pero, además, parecería estar prediciendo un futuro que hoy nos toca vivir como realidad, como nuestro propio presente. Por eso apostamos a la esperanza y la alegría. Por eso, si el banderazo no fuera la suma de las banderas que cada uno lleva dentro de sí, si la alegría no fuera por la posibilidad de transformar esto en “una verdadera ola de esperanza compartida, no valdría la pena”.
A ganar con todas las banderas que hoy sintetizan la vieja bandera de Otorgués, la de nuestro pasado, la de un futuro común que nos empuja.