En ese contexto, no parece pertinente lucubrar que el Partido Nacional y Delgado perdieron las elecciones por la inclusión de Valeria Ripoll en la fórmula, porque la evidencia empírica corrobora que las adhesiones que no acompañaron en octubre al candidato blanco se trasladaron al Partido Colorado y adhirieron a Andrés Ojeda. Es decir, la fuga de votos fue hacia la interna de la Coalición Republicana, porque los desertores son blancos conservadores, incluso más cercanos a Pedro Bordaberry, que decidieron abandonar al nacionalismo porque no toleraron la inclusión de una exsindicalista y excomunista en la fórmula. Uno de los testimonios más notorios fue el de la exfiscal Gabriela Fossati, quien luego de blindar a Luis Lacalle Pou en la causa penal relacionada con el ex custodio presidencial Alejandro Astesiano y, ya jubilada, adhirió al Partido Nacional. Cuando se consumó la integración de Valeria Ripoll, abandonó la colectividad y decidió apoyar la candidatura del colorado Andrés Ojeda. Nadie puede dudar de la ideología reaccionaria de Fossati, quien defiende la causa de los militares represores presos en el penal de Domingo Arena, al mejor estilo de Cabildo Abierto.
Incluso, ¿alguien puede racionalmente pensar que Delgado seleccionó a su compañera de fórmula sin consultar previamente a Luis Lacalle Pou, luego de descartar a Laura Raffo, quien era la candidata natural a acompañarlo pese a haber perdido la interna?
Aunque Delgado carece del carisma que ostenta el presidente, prometió un “segundo piso de transformaciones” y replicar, en clave continuista, el modelo de país que rigió durante estos cinco años. Responsabilizarlo por la derrota es una actitud tan errónea como la que asumieron algunos progresistas hace cinco años, cuando atribuyeron a Daniel Martínez las razones por las que el Frente Amplio perdió en 2019. Es, obviamente, falta de autocrítica.
Incluso, antes de la primera vuelta electoral del 27 de octubre y durante todo el período de gobierno, la suma de adhesiones de toda la derecha en las encuestas jamás empardó la popularidad del presidente de la República.
Luis Lacalle Pou, más allá de eventuales sondeos de opinión pública, representa un modelo de país y Delgado prometió replicarlo. Incluso, el presidente encabezó todas las listas al Senado de la República del Partido Nacional, a los efectos de capitalizar su eventual popularidad. Sin embargo, la colectividad fundada por Manuel Oribe hace ya 188 años no solo no levantó su votación de 2019, sino que incluso la disminuyó.
Además, por lo menos hasta el momento, Equipos Consultores es la única empresa que ha difundido encuestas de aprobación del presidente poselectorales, y no parece razonable que, luego de conocido el desenlace de los comicios, la simpatía ciudadana haya seguido creciendo incesantemente como si nada hubiera sucedido.
Por supuesto, este informe —situación que se observa claramente en las redes sociales— ha resucitado, en parte, a la alicaída militancia blanca, que se prepara naturalmente para dar la batalla en las elecciones departamentales previstas para mayo.
Incluso, muchos han comenzado a fantasear sobre lo que sucederá en 2029, cuando Luis Lacalle Pou sí pueda volver a ser candidato por su Partido Nacional, sin advertir que en un lustro pueden suceder muchas cosas y que, incluso, todavía hay una causa penal abierta conexa con el otorgamiento del pasaporte al narco Sebastián Marset, que presuntamente derivó en la destrucción de pruebas y documentos que podrían incriminar al presidente. Si este proceso, que parece congelado, se mueve, Lacalle Pou sería convocado a declarar, como testigo o bien como indagado.
Sin embargo, muy suelto de cuerpo, Lacalle Pou anunció que renunciará a su banca en el Senado y hasta se permitió elogiar a su propio gobierno durante una rueda de prensa que se verificó en el Hipódromo de Maroñas, en oportunidad de la corrida del Gran Premio Ramírez, el mayor evento del turf vernáculo.
En ese contexto, y mirándose a un espejo como la bruja de “Blancanieves”, el célebre cuento infantil de los hermanos Grimm, este patológico narcisista se deshizo en elogios acerca de su propia gestión, ante un ejército de meros movileros que le permitió ensayar su discurso sin incomodarlo.
Obviamente, Luis Lacalle Pou se golpeó el pecho anunciando que su gobierno cerrará con un déficit fiscal menor al de 2019, lo cual es engañoso. No en vano, las empresas públicas adelantaron el pago de impuestos de todo 2025 en diciembre de 2024 y el gobierno está atrasando los pagos a sus proveedores para hacer caja y maquillar los números.
Incluso, Lacalle replicó el discurso de campaña de Delgado, afirmando que durante su gobierno aumentó el empleo, lo cual es estadísticamente correcto. Por supuesto, con salarios de $25.000 o menos es fácil hacer crecer la ocupación, porque estos niveles de retribuciones son más negocio para el empresario que para el trabajador. Obviamente, ponderó el “crecimiento del salario real”, obviando los tres años consecutivos de pérdida y que la recuperación operada entre 2023 y 2024 solo benefició al quintil 5 de ingresos, que es naturalmente el minoritario. Obviamente, reiteró el sonsonete de la baja de delitos, cuando es bien sabido que lo que descendieron fueron las denuncias.
Aunque parezca insólito, justificó el tarifazo de despedida de su gobierno, que ajustó al alza el precio de los servicios que prestan las empresas públicas y de los combustibles. La suba, en el caso del supergás, que es el producto más consumido, constituye un mazazo para los bolsillos de los uruguayos más pobres.
Nadie osó preguntarle qué evaluación hace del resultado electoral adverso si su gestión fue tan “maravillosa” como él tanto proclama y por qué en esta oportunidad, contradiciendo toda lógica de la historia reciente, un bloque político cuyo líder goza aparentemente de tanta simpatía ciudadana perdió los comicios. Es claro que, en noviembre pasado, el derrotado en las urnas fue el modelo de país del presidente Luis Lacalle Pou, pese a lo que paradójicamente consigna una encuesta fuera de contexto.