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Esperar no es hacer

La esperanza que no espera

Esperanza está relacionada con esperar pero alude e implica la acción, antes que quedarse quieto esperando.

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Ante esta situación puntual, Sánchez respondió: "Estimada compa, llevamos recién 30 días de gobierno, incluso en varios entes aún no pudimos cambiar a todo el directorio. Y en el caso concreto que tú comentas, recién se está nombrando un nuevo embajador en Argentina que tiene que ser aprobada su venia en el Senado. Luego de eso sí podremos tomar decisiones sobre la Embajada en Argentina". Y agregó: "Creo que merecemos un poco más de confianza, siento que a muchos compas los está dominando la ansiedad, esto recién empieza y será largo y empinada el camino para cumplir con nuestro programa, necesitamos estar juntos. Abrazo grande". (textual).

La respuesta se puede dividir en dos partes. Una responde a la situación concreta de la transición en nuestra Embajada en Argentina. Otra emite una suerte de bálsamo que pide paciencia ante los múltiples desafíos por delante. La segunda parte fue la que se viralizó, como suele denominarse ahora a una difusión que viaja, ya no solo por el papel impreso o el éter en el que fluían los sonidos de la radio, ni por las ondas electromagnéticas de la televisión, ni por las transmisiones vía satélite de antaño o los cables de las teletipos vinculados a las conexiones telefónicas, luego suplantados por el fax. Ahora se trata del vértigo de las redes sociales que fluyen por la fibra óptica a la velocidad del rayo o de un santiamén, como decía un gaucho en medio del campo, en los parajes cerca de Cerro Chato, hace añares, cuando quería decir que algo era muy rápido y no había matungo corredor que empardara la metáfora.

Y es que el mensaje del "Pacha" Sánchez trascendía la coyuntura de las acciones administrativas a granel que debe asumir de inmediato un nuevo gobierno. Estas se enredan con las tareas políticas de las decisiones para completar elencos hasta en los más recónditos vericuetos del Estado que, en algunos casos, necesitan de las correspondientes venias votadas por el Poder Legislativo en el Senado. Algunas, para mayor dificultad, con la exigencia de mayorías especiales de tres quintos de la Cámara o de dos tercios en la Asamblea General.

Pero los entuertos de la embajada en la vecina orilla también remiten a problemas actuales del nuevo gobierno con su designación de Diego Cánepa como futuro embajador en el vecino país, algo esquivado hábilmente por el Pacha. Sucede que semejante designación viene siendo cuestionada a nivel de algunas coordinadoras del Frente Amplio, aunque el ministro Mario Lubetkin seguramente vuelva a insistir con la perogrullada de que una cosa es el gobierno y otra la fuerza política.

Las bases del FA piden, aunque sea, realizar la sugerencia al presidente Orsi respecto de una mejor evaluación de tal designación. Algo que no estaba en los planes de nadie y poco se entiende, dada las prácticas de Cánepa como prosecretario de Presidencia en el gobierno de José Mujica o su posterior deriva junto a Almagro en la OEA. Además de su escaso compromiso con el FA, apareciendo después de la victoria, nunca antes, y jamás desde el llano.

La respuesta de Sánchez también trasciende a estas situaciones coyunturales. En verdad, puesta en funcionamiento en el ágora pública, escapa a cualquier control por parte del emisor. Emprende entonces un viaje cibernético, semiótico y político que supera incluso el manejo comunicacional desde las alturas del poder o, mejor dicho, desde algunas parcelas de eso que llamamos poder pero suele estar fragmentado y, a menudo, oculto o velado por múltiples opacidades.

Es que desde aquella maquinaria burocrático-militar del Estado con que Carlos Marx analizaba las luchas de la Comuna de París en la Francia de 1871, vaya si ha corrido agua bajo los puentes, y sobre los puentes también. Porque el tema del poder en la sociedad capitalista siempre tensó fuerzas en la izquierda y exigió superar infantilismos y simplificaciones varias. Y no hay duda de que es de enorme actualidad en un mundo en el que poderosas oligarquías empresariales ocupan directamente el manejo estatal allá lejos y aquí cerca.

Quienes hacen y quienes miran hacer

La instalación de lo que se denomina gobiernos progresistas ha sido estudiada dadas las prácticas recientes en América Latina, más allá de las múltiples diferencias que es necesario tomar en cuenta a la hora de comparar elementos disímiles. Cualquier simplificación empobrece el análisis y acota necesarios aprendizajes.

Pero si algo se puede generalizar, incluso tomando en cuenta otras experiencias en la historia y en el mundo, es el problema del ritmo de los cambios en momentos puntuales en que una determinada correlación de fuerzas cristaliza en las conciencias de las mayorías populares mediante el acceso al gobierno.

Es aquí donde no faltan ejecutivistas que pretenden instalar la peligrosa dicotomía entre los que se dedican a hacer, divorciados de quienes miran lo que se hace. A menudo se utiliza como excusa el orden imprescindible que debe tener toda administración en función del establecimiento de las correspondientes jerarquías y el juego interinstitucional que todo gobierno requiere.

Es entonces cuando se trastocan las apelaciones a la participación popular y al movimiento en función de un orden y mando basado en la sacrosanta clarividencia de unos pocos. Precisamente, ocurre cuando la experiencia histórica enseña los peligros de los puntos ciegos del personalismo que terminan impidiendo miradas más colectivas. Más de uno esgrime que complican, pero mucho más complican las miradas miopes que pretenden mirar el mundo por el ojo de la cerradura.

Hace unos días, alguien que no viene al caso escribió en su muro de Facebook esta cita de Lenin: "...desde el punto de vista del marxismo, los intereses del desarrollo social están por encima de los intereses de la clase obrera". Y agregaba: "No, no lo dijo Orsi".

La frase me parece notoriamente fuera de su contexto y tiempo histórico (Lenin la escribió en 1899 en su artículo titulado Proyecto de programa de nuestro partido, y refiere a la necesidad de amplias alianzas contra el absolutismo del zarismo, por lo que nada tiene que ver con el manejo de un gobierno. Pero su posible uso tan desfasado sobre a lo que se refiere me hizo pensar si acaso se aludía a este tipo de situaciones políticas en las que las urgencias son muchas y no faltan ansiosos del lo quiero ya. Porque resulta que también suelen aparecer defensores del saber hacer de la dirigencia casi como palabra sagrada. Tampoco faltan quienes, ante cualquier reclamo o defensa de intereses, rápidamente se dedican a contraponerlos. A veces logran poner a pobres contra pobres, jóvenes contra viejos, empleados contra desempleados o género contra clase, como si las necesidades solo se pudieran cubrir en contra de las de otros sectores también necesitados y no contra la clase dominante, para decirlo en términos gruesos.

Antes de glorificar todo lo que viene de arriba, se me ocurrió pensar qué significa esa frase en función de desarrollar una praxis transformadora ante situaciones complejas, en coyunturas especiales, que exigen determinar con precisión lo que hace retroceder o estancar, de lo que permite consolidar y seguir avanzando.

Sucede que muchas veces se quiso utilizar esa cita de Lenin, de manera apresurada y acrítica, para justificar posturas y acciones que no solo postergaban a la clase obrera sino que beneficiaban solo a unos pocos o se apartaban de principios insoslayables. De hecho, la usaban personajes de la socialdemocracia, como Friedrich Ebert, a la sazón presidente de Alemania cuando las bandas de ultraderecha armadas por el propio Estado desataban la represión y asesinaban a Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknecht tras el levantamiento espartaquista de 1919, tildado de impaciente. Claro que también la usaron estalinistas en plena purga para justificar la autocracia del camarada Iosif.

O sea, una cosa es combatir todo corporativismo tipo Prolekult, grupo surgido después de la Revolución Bolchevique, al que Lenin también denunció como una desviación pretenciosa, y otra muy distinta es caer en el elogio de la moderación, cuando no, en la preeminencia de intereses de élites que pretenden que todo se haga solo hasta donde quienes dirigen indican y al ritmo que ordenan. Por esas burbujas de poder perdimos en 2019, entre otras cosas.

La esperanza es lo último que se pierde

Esperanza está relacionada con esperar pero alude e implica la acción, antes que quedarse quieto esperando. Por otro lado, expectativa también suele usarse para medir los buenos deseos de que algo se concrete, pero también está relacionada con espectador que solo mira un espectáculo. Es cuando tener expectativa puede derivar en quedarse a la expectativa, algo que diluye la participación activa y abona la quietud, como si apareciera una frontera insondable entre quienes actúan y quienes miran actuar. El problema es si quienes asumen las importantes tareas de gobierno promueven una o fomentan la otra.

Tal vez venga bien cantar a coro, y aplicar su bella pedagogía política, aquella canción de Geraldo Vandré censurada por la dictadura brasileña en 1968, que en su versión en español decía: "Ven vamos ahora, que esperar no es hacer, quien sabe hace hace ahora, no espera el acontecer". Versos que se emparentan con los de otra canción, la de nuestro "gallego" Manuel Capella y su recordada "Se trata de caminar". De eso se trata.

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