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Columna destacada | LUC |

El balotaje en disputa

La táctica del voto espejo

Un nuevo gobierno del Frente Amplio sigue siendo necesario y necesaria será la capacidad de conquistar a quienes no nos votaron.

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Caras y Caretas Diario

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El escenario de noviembre repite de manera persistente la paridad heredada en el balotaje de 2019 y su calco en el referéndum contra la LUC en 2023. Sin embargo, la apariencia del empate técnico entre el FA y la Coalición de gobierno no debe traficar la creencia de que la situación política electoral es la misma. Es muy diferente. El FA recuperó cinco puntos porcentuales y la derecha coaligada perdió siete.

También perdió la mayoría parlamentaria que había obtenido en ambas cámaras y ahora es el FA el que tiene ventaja comparativa al obtenerla en el Senado y poder negociar para alcanzarla puntualmente en la de Representantes. A la inversa de hace cinco años, cuando toda la derecha afirmaba que sólo quien tenía mayoría parlamentaria podía gobernar, hoy el canto de sirenas es el opuesto y se desviven en un elogio de la negociación que no practicaron.

Además, se vuelve a repetir el error de hablar de bloques cuando no lo son. En la coalición gobernante la suma de las partes no da el todo y el intento de mostrar que sí, se vuelve un rictus desesperado por negar sus propias conclusiones. Hay electores de la coalición que ya reprochan a sus dirigentes la miopía que les impidió usar el lema común de Coalición Republicana, ya creado. Les recriminan que les hubiera permitido llegar al balotaje con mayoría en Senadores y Diputados. Tal reproche olvida la verdadera razón de su comparecencia separada: si se presentaban juntos perdían votos y apostaron una vez más al rastrillo por identidad. Si esta vez pierden, el nuevo lema común destellará en la oscuridad como la bala de plata.

Votitos en fuga

De octubre a noviembre de 2019, la derecha perdió 125.945 votantes que habían votado por algunos de sus partidos. El FA, en cambio, sumó 202.895 votos. Captó de la Coalición y de los demás. Puestos a elegir, cambiaron y decidieron votar al FA. Lo mismo había sucedido en todos los balotajes anteriores. Pero lo que debe preguntarse hoy la izquierda es si se trata de una ley de hierro. ¿Quién puede asegurar que se repetirá y que, en números, signifique alcanzar la victoria? Porque se puede dar pero en un porcentaje menor que no permita ganar. Nadie lo puede descartar ni dar por hecho. El punto es: ¿Vale seguir con la inercia de una campaña apocada, aunque mejore, o se necesita hacer bastante más?

En 2019 hubo una patriada que cosechó diez puntos porcentuales de votos en el balotaje. Eso se hizo desde abajo, no desde arriba, y fue mérito del entusiasmo de miles y miles de frenteamplistas que desbordaron el desconcierto de dirigencias distraídas. Pero, quien crea que aquello es repetible no entiende el cambio de coyuntura política. Primero porque ya no se trata de remontar tanto sino mucho menos. Sin embargo, tal vez esa fracción mucho menor de votos nos exija mucho más. Otras de las diferencias es que Manini, que había captado decenas de miles de votos del MPP en las periferias cuarteleras, se acaba de derrumbar y ni siquiera es novedad. Pero la novedad es Ojeda y su perfil es el de fiel coalicionista. Además, la coalición ya no es la rejuntada en un mes sino la que gobernó durante más de cuatro años y se mantiene más allá del desgaste del gobierno por sus propios errores. Feneció Novick y hay dos partidos reducidos casi a lo insignificante frente a los dos socios mayores, que son los tradicionales coligados a lo largo de los siglos, después de matarse unos a otros por el poder en la tierra purpúrea. Toda la campaña de la Coalición tratará de impedir semejante fuga de votos.

Hay que entender cuál será su táctica para rebajar identidades contradictorias en favor de una nueva identidad de fusión. Para eso hay que preguntarse qué puede hacer cambiar el voto a un colorado porque no quiere votar a un blanco. El FA debe auscultar qué electorado batllista queda en el PC y trabajar sobre dos o tres ejes conceptuales que se presenten en propuestas concretas atractivas y viables: educación innovadora, empresas públicas frente a capitales privados que las devoran de a poco y seguridad sin caer en el leitmotiv de la mano dura que se demuestra contraproducente. También recordando a las jefaturas policiales corruptas que el Gobierno reinstauró y debieron renunciar en manada, junto a varios directores nacionales y subdirectores de Policía. Para colmo, presentadas por el inefable Heber como producto del éxito policial.

En el electorado duro que quedó en Cabildo Abierto es prácticamente imposible rescatar algo. Todo lo contrario del ínfimo Partido Independiente, al que se le puede esgrimir lo mismo que a un batllista, con el agregado de elementos de matriz socialcristiana que aún están en la mentada raíz del antiguo PDC a la que Mieres invoca de vez en cuando, con resultado escaso, aludiendo a Juan Pablo Terra.

Uno de los datos interesantes de los resultados de octubre es que la enorme mayoría de personas indecisas hasta el último momento votaron a partidos de la Coalición y el FA captó menos de los esperado en esa fracción. La pregunta es: ¿Esa es una fortaleza de la coalición o una debilidad por la posible volatilidad de ese voto en el balotaje? Otro segmento a trabajar por el FA, no a través del error de creerlos de centro sino a captarlos por atracción propia. Y mucho más con algunos votantes de Salle que defendieron el SÍ de la papeleta blanca y lo votaron porque no exhibía las contradicciones del FA en la defensa de la seguridad social frente al lucro y la nefasta reforma del Gobierno.

Vale recordar que César Vega perdió la banca y esos votantes fugaron hacia Salle; lo mismo le pasó a Unidad Popular, lo que indica que allí hay votantes que tienen una matriz de izquierda y no aceptan diluirse, sino que defienden posturas contrarias a la derecha. Habrá que trabajar atemperando su antifrentismo de última hora ante el deber de optar, más que pretender domar a un Salle en su momento de euforia. Después de marzo será otro cantar y habrá que sentarse a negociar con él, ya que por primera vez tendrá que aterrizar sus planteos para un lado u otro.

La creencia a rajatabla en el miedo a espantar puede dejarnos sin la posibilidad de atraer a estos votantes que pueden ser vitales, pero no solo de los que se creen más de izquierda por intuir las flaquezas del FA a la vista, sino incluso entre un porcentaje de indiferentes a la política que no terminan decidiéndose por el centro, sino por quien más los atrae. El miedo al rechazo abonado por la cultura dominante hacia cualquier cosa que parezca de izquierda no se cambia, ni siquiera se neutraliza, mimetizándose. Se intentó en 2019 y fracasamos estrepitosamente.

Pero, ¿acaso es lo que nos permitió recuperar 5 % de votos en este octubre o es lo que nos impidió cosechar unos puntos más? Duda legítima difícil de contestar pero que seguirá presente ante cada estrategia y táctica por las que se opte.

Y lo mismo sucede con los segmentados de electores de los demás partidos pequeños que no tienen representación parlamentaria y expresan posturas vinculadas a los que se definen como grupos de “una sola causa”. El FA bien puede ofrecer acciones que les contemplen y lo debe hacer ya. Estos votos pueden ser pocos, pero todo suma.

Tenemos una fórmula seria con méritos y merecimientos. No son perfectos de la misma forma que anteriores líderes y candidatos tampoco lo fueron. Tendrán que estar, no por encima ni por debajo, sino a la altura de las circunstancias. Por eso, al igual que la dirigencia, antes que pretender monopolizar tienen que impulsar el protagonismo de cientos de miles. Lo otro es creerse los mismos cuentos que glorifican la pertenencia al núcleo, cuando la esencia transformadora de la militancia de izquierda radica en ser membrana que transforma y se transforma interactuando con los demás.

Todas las tareas de actividades con dirigentes son necesarias, más si rompen los guetos de hablarle sólo a los votantes del FA, por más acciones que nos junten y movilicen, también ayuden y den fuerza. Por eso está bien ir a cada lugar en busca de las organizaciones sociales y todo tipo de grupos de personas con intereses específicos que hay que entender y atender.

De la misma forma que la actuación en debates necesita especial atención y preparación, por más que se crea que impacta poco y sólo en electores sofisticados. Nunca se sabe. También porque un debate no solo se disputa durante sino con los relatos que se instalan a su término. No hay que descuidar ni un segundo el uso de todas las herramientas de comunicación centrales y periféricas, porque no se trata de contraponer instrumentos de campaña de manera infantil, o por resabio ortodoxo, sino de complementarlas comprendiendo que la izquierda debe disputar sentido en cada lugar y con múltiples formas.

“Arriba los que luchan todas las luchas” es una consigna nueva que resignifica viejas ortodoxias, tanto por parte de quienes la repetían como entre quienes la refutaban por su intrínseca contradicción y mera apariencia radical. Pero al menos ha permitido comprender la importancia, para la izquierda, de todas las luchas que se concatenan e imbrican en la expresión de los intereses más variados, aunque parezcan una atomización que desconcierta. Los últimos tiempos ayudaron a entender miopías sectarias, lo mismo que la riqueza que nutre y cambia en pos del cambio. La izquierda muchas veces se estancó cuando creyó que solo una lucha era válida por sobre las demás, y siempre avanzó cuando matrizó que cada lucha potencia a las otras, si la organización partidaria da la talla.

El voto que el alma pronuncia

Hay que salir a conseguir los votos que nos faltan, pero ahora que el marketing vuelve a exigir el rescate del himno y la semiología de manual indica escudarnos y enarbolar la bandera borbónica que desterró los colores artiguistas (vaya símbolo), antes del imprescindible y oportuno “¡Sabremos cumplir!”, vendría bien preguntarnos cuál fue el entusiasmo que sublime inflamó.

La palabra entusiasmo, como bien enseña Fernando Andacht, viene del griego antiguo y significa “poseído por los dioses”. Como no se trata de repetir mitos, bien podríamos resignificarlo en un actual entusiasmo laico diseminado en cientos de miles de personas capaces de pequeñas acciones que cuantitativamente parecen ínfimas pero cualitativamente pueden ser relevantes. Como decía Eduardo Galeano: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.

Sin duda se puede contar con esa militancia porque lo que decide un balotaje parejo es la estrategia del voto espejo. En las campañas electorales, la mayor parte de lo que hacemos es por inercia. Ya sea porque siempre se hizo o porque figura en viejos manuales o en nuevas recetas digitales. Curiosamente, dirigentes recorren y recorren para andar como un circo que pasa y es visto por gente que no les conoce, salvo por la propaganda.

Eso ya se hizo hacia octubre y ahí están los resultados. Ahora habrá que seguir saliendo pero hay que regular el foco para efectivamente llegar a quienes no nos votaron. Hacer lo mismo es probable que dé el mismo resultado. Es un error creer que alcanza multiplicando lo que ya se hace. El cambio debe ser cualitativo, porque los votos en estas circunstancias de balotaje tan especiales se consiguen mediante acciones más efectivas y afectivas en las que militantes y adherentes, incluso meros votantes de la izquierda, salen a conseguir el voto cercano, no el lejano.

El voto espejo

El problema de este voto espejo es que en el espejo estamos nosotros mismos y eso es lo que se refleja y es percibido por ese votante que no nos votó y ahora nos mira tal como somos. Y como es un voto cercano nos conoce, si no mucho, tanto como para pasarnos por el cernidor de la teoría y la práctica. Porque en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestro barrio, club, grupo o el espacio que sea el que socializamos, algo o mucho nos conocen y lo que se pone en juego es qué legitimidad tenemos, o no, para pedir el cambio de un voto o conquistar la preferencia.

Claro que lo que está en juego se define por las enormes diferencias existentes entre el FA y la Coalición gobernante. Por supuesto que podemos explicar y demostrar con datos reales las enormes diferencias entre un gobierno del FA y la vergüenza nacional del gobierno de Lacalle Por y sus socios. Sin duda que podemos esgrimir y argumentar propuestas sobre una cantidad de temas para transformar la realidad de la pérdida salarial que afecta a la enorme mayoría de quienes viven de su trabajo, o la información sobre el futuro del país en términos de producción y ambiente que exige desterrar el extractivismo como vía de un desarrollo que no es tal ya ni siquiera a corto plazo.

Sin embargo, ante ese voto espejo, lo que queda cara a cara serán nuestras ideas y, sobre todo, nuestras prácticas cotidianas en cada uno de esos ámbitos. Si en el trabajo estamos entre que escurren el bulto a la hora del esfuerzo; si no actuamos contra la desigualdad que sufren quienes trabajan y ganan menos, aún con la misma tarea, ya sea por su condición de género o por la precarización aplicada incluso en gobiernos dirigidos por el FA; si hay jerarcas que desprecian la participación de los trabajadores o promueven a seres obsecuentes que están solo para decir a todo que sí, en contra de los intereses públicos o de las buenas prácticas institucionales, ¿con qué cara enfrentamos ese espejo?

¡Vaya si es difícil!, pero es lo que modifica. Negarlo es negarse a que las exigencias también no exijan. Tampoco se trata de ser perfectos o, menos aún, intentar parecerlo. Allí estaremos desnudos con todos nuestros defectos y nuestras contradicciones, que los hombres de bronce o mármol no nos representan. Mucho más cuando han dado tantas lecciones de vida, inteligencia y lucha las mujeres, por cierto.

Un nuevo gobierno del Frente Amplio sigue siendo necesario y necesaria será la capacidad de conquistar a quienes no nos votaron. Algunos no nos votarán nunca, pero sabemos que una porción determinante de nuestro pueblo, si le hablamos mano a mano, cara a cara, y sobre todo de frente, todo puede cambiar. Como habrá que cambiar después si se gana, ¡a no olvidarse!

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