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Columna destacada | Lacalle Herrera | discurso | La Paloma

neoliberal y reaccionario

Lacalle Herrera, un dinosaurio de la política vernácula

El discurso de Luis Alberto Lacalle Herrera define a un conservador puro, aferrado a principios ya perimidos, con el aditivo de ser un neoliberal reaccionario de la peor laya, con ideas muy próximas al pensamiento fascista.

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El discurso del histórico líder blanco y expresidente de la República Luis Alberto Lacalle Herrera, padre del actual mandatario Luis Lacalle Pou, en el tradicional encuentro herrerista que se celebra todos los eneros en el balneario La Paloma, constituye un elocuente testimonio de alguien que ha quedado congelado en los tiempos de la Guerra Fría y que revela los agonizantes pujos conservadores que aún subyacen en la sociedad uruguaya.

Pese a sus 83 años de edad, Lacalle Herrera se conserva activo, aunque durante los últimos cinco años ha mantenido una prudencial distancia de la gestión de su hijo. Sin embargo, sigue siendo un auténtico referente del herrerismo, que no sólo impregna la ideología del sector que se identifica como tal, sino también a otras corrientes del Partido Nacional, como Aire Fresco, fundado por el actual mandatario, que, paradójicamente, en lugar de refrescar la política, ha emulado las peores prácticas de la colectividad.

En buena medida, el presidente confirmó en la práctica lo que afirmó durante la campaña electoral de 2019, cuando, en un programa periodístico, se le preguntó si se consideraba parecido a su padre. Él, sin pestañear, respondió: “El fruto nunca cae lejos del árbol”. En el epílogo de su presidencia, nadie puede dudar de que Lacalle Pou tiene la misma genética ideológica de su padre y que sea capaz de perpetrar las mismas sordideces que su progenitor, que han quedado naturalmente impunes, aunque más de una decena de exjerarcas de su gobierno fueron procesados.

Obviamente, Lacalle Herrera no puede negar su origen, porque es nieto nada menos que de Luis Alberto de Herrera, que fue una figura destacada de la historia política nacional, pero también un paradigma del pensamiento conservador.

No en vano, fue amigo y ferviente admirador del dictador italiano Benito Mussolini, y colaboró y apoyó el golpe de Estado de marzo de 1933 perpetrado por el colorado Gabriel Terra.

El pensamiento de Lacalle Herrera es consecuente también con su propio pasado, si recordamos que, cuando era muy joven, escribió el libro “Trasfoguero”, en el cual se deshace en elogios hacia el sangriento tirano español Francisco Franco, quien en 1936 provocó la Guerra Civil española, que devino en una auténtica tragedia con más de 600.000 muertos. Por supuesto, ulteriormente inauguró una abominable dictadura que abarcó hasta su muerte, registrada en 1975.

En ese contexto, se recuerda que Luis Alberto Lacalle Herrera concurrió a la embajada española, donde participó del homenaje que se le rindió al tirano fallecido, alzó una de sus manos ensayando el característico saludo fascista y hasta entonó Cara al sol, el himno de la Falange Española, una organización criminal que sembró el caos y la violencia en la primera mitad del siglo pasado.

Con tales antecedentes no fue extraño que, en 1971, fuera electo diputado por Montevideo adhiriendo a la candidatura presidencial del general Mario Aguerrondo, deleznable golpista y colaborador de la dictadura, al igual que decenas de miembros de la colectividad oribista, incluyendo al dictador Aparicio Méndez.

“Genio y figura hasta la sepultura” es un añejo refrán popular que define a una persona que no evoluciona y no posee la capacidad de mutar. Así es Luis Alberto Lacalle Herrera, que sigue siendo, pese a su edad, un referente de la derecha más pesada, espesa y reaccionaria de nuestro país. Es un ultraconservador, con talante fascista y un antiizquierdista a ultranza.

Ese mismo odio hacia la izquierda es el que expresaron varios políticos de su partido durante la campaña electoral, al alertar que un triunfo del Frente Amplio, que ya gobernó durante quince años, podía acarrear poco menos de un cataclismo. Ese fue el discurso, por ejemplo, del excandidato presidencial Álvaro Delgado, pese a que, paradójicamente, integró a su fórmula presidencial a una excomunista y exsindicalista, creyendo que así podía captar la adhesión de votantes frentistas.

En el discurso de La Paloma, que fue casi de barricada, el orador proclamó que “el 1 de marzo empieza una deriva socialista”, y aseguró que él y los nacionalistas “defenderán la libertad”. Evidentemente, lo que se avecina es, sí, un gobierno de izquierda, pero no un gobierno socialista, porque bajo el paraguas del Frente Amplio conviven varias sensibilidades: la socialista, la comunista, la socialcristiana, la batllista y hasta la wilsonista. Basta analizar el programa de la fuerza política para corroborar este aserto. Ni el documento fundacional del FA rubricado en febrero de 1971 alude al socialismo, aunque sí define a la coalición devenida partido político como una organización política de cambio que propende a la justicia social, progresista, democrática, popular, antioligárquica y antiimperialista. Tal vez lo que más le incomoda al expresidente es la palabra antioligárquica, porque él es un oligarca y en su partidos abundan los oligarcas.

En ese marco, consideró que “en el mundo actual la disputa es entre el socialismo y la libertad”. Nada más absurdo, porque el socialismo tal cual lo concebíamos en pasado ya no existe. Empero, el socialismo es sinónimo de libertad. Son conceptos complementarios y no contradictorios.

En otro orden, afirmó que “el Partido Nacional es el partido de la libertad”. No creo que esa colectividad se pueda arrogar la propiedad de la libertad, porque, si hacemos memoria, decenas de sus referentes integraron la dictadura en cargos de confianza. Coincidentemente, todos eran herreristas, igual que el orador.

Asimismo, aludió al valor de la familia, que jamás la izquierda puso en cuestión, y a la educación. Lacalle Herrera, al igual que otros integrantes de su partido, consideran a la educación como una mera herramienta para producir fuerza de trabajo y no como un ámbito de formación de ciudadanos libres, críticos, autónomos y empoderados de sus derechos.

Al tiempo de reivindicar sus presuntos valores cristianos que nunca demostró en los hechos, reclamó, como todos los neoliberales y naturalmente como las cámaras empresariales, “menos Estado”. Todos sabemos qué sucedió cuando el Estado estuvo ausente. Estalló la demoledora crisis económica y social de 2002, durante un gobierno de coalición blanqui-colorado.

El expresidente advirtió que “los valores no se tocan”, acotando que “son, para quienes somos creyentes, Dios, la patria, la familia y el individuo”. Realmente, Lacalle Herrera será muy creyente, pero jamás aplicó la solidaridad y la preocupación por el otro, inherentes al pensamiento cristiano. Se le quemó su ejemplar del Antiguo Testamento o siempre tuvo mala memoria. Incluso, sus invocaciones a la patria son una farsa, porque él cree sólo en la patria financiera, como los referentes de su partido político.

Finalmente, afirmó que “el herrerismo es la levadura del Partido Nacional”, lo cual contradice la historia reciente, ya que, en los últimos veinte años, su colectividad ha permanecido congelada en menos de un 30 % de las adhesiones del electorado y logró ganar la presidencia, hace cinco años, con el apoyo de otros cuatro partidos. Incluso, en octubre pasado, no superó el 27 % de los sufragios. Esa levadura debe estar vencida y perdió toda efectividad, porque el Partido Nacional no logra levantar su votación e incluso en este último ciclo electoral hasta retrocedió.

El discurso de Luis Alberto Lacalle Herrera define a un conservador puro, aferrado a principios ya perimidos, con el aditivo de ser un neoliberal reaccionario de la peor laya, con ideas muy próximas al pensamiento fascista.

Como el fruto nunca cae lejos del árbol, su hijo aplicó desde la presidencia prácticamente las mismas recetas del gobierno de su padre, y hasta le adosó casos de corrupción todavía no bien investigados y, por ende, sin sanción penal. Su ideología no es pasado, porque es casi la misma de los energúmenos Donald Trump y Javier Milei.

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