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Columna destacada | Laura | Yamandú Orsi | política

No lo olvides, presidente

Laura está; Laura no se fue

Ese final se lo ganó Laura. Ése fue su día. La canallada fracasó y Yamandú Orsi llegó a presidente con más votos de los pronosticados.

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Luis Lacalle Pou llegó al gobierno mintiendo, se mantuvo en el gobierno mintiendo y dejó el gobierno mintiendo. La última falacia es la de que entrega un país más libre que en 2019. No es lo que sostiene el ranking de Reporteros Sin Fronteras, que mide la libertad de expresión en 180 países.

En 2019 Uruguay ocupaba el lugar 19, con una puntuación de 83,94. En 2024 quedó en el lugar 51 con una puntuación de 67,7.

Las presiones contra la prensa y la Fiscalía y los ataques permanentes contra los representantes sindicales provocaron escándalos memorables en el quinquenio lacallista. Entre los más graves estuvo el protagonizado por el presidente del Directorio del Partido Nacional, quien debió renunciar luego de que se difundieran sus chats con el exsenador Gustavo Penadés, jactándose de las amenazas contra la Fiscalía. “Gómez entendió clarito las referencias a Fiscalía en las declaraciones mías. Es un gran cagón y sabe bien que Alicia es nuestra, porque yo hablé mil veces con Jorge Díaz, que la tenía sumergida. Hay que presionarlo, hay que empujarlo, que se caga y se va”.

Paralelamente, muchos policías, envalentonados con el espíritu de la LUC y el mensaje del Gobierno, atropellaron a numerosas personas indefensas, mientras que los grandes narcotraficantes tuvieron un largo recreo.

Retrocedimos en transparencia y los hechos de corrupción no daban respiro a los cronistas. Apenas cesaba un escándalo, comenzaba otro.

Luis devolvió un país mucho menos libre y más endeudado que el recibido en marzo de 2020. Nos dejó también el quinquenio más sangriento desde que recobramos la democracia en 1985, hace 40 años. Un país inseguro, endeudado y estafado no puede jactarse de un alto nivel de libertad.

Por esto y más Luis Lacalle Pou fue abucheado y silbado cuando se retiraba. Yo no lo hice porque no me parecía adecuado ni el momento ni el lugar; pero al pueblo le sobraban motivos para hacer sentir su desagrado con una gestión nefasta. ¿Qué esperaban luego de tanto desastre? ¿Qué lo sacaran en andas vitoreándolo?

Gerardo Sotelo se quejó de esto en la red X: “Al presidente de la República no se lo abuchea. Se lo respeta. Ya sea que lo votaste o que no, que te gustan sus ideas o que no, el presidente representa a la República. Quien no es capaz de practicarlo, no sabe vivir en democracia. La batalla cultural debería empezar por ahí”.

Ahora, si hablamos de respeto, sería bueno que Luis Lacalle Pou hubiera predicado con el ejemplo; porque el presidente de la República debe respetar a su pueblo; no mentirle, no burlarse, no ocultarle información, no espiar a la oposición, ni a docentes ni estudiantes, proteger la soberanía, no beneficiar a la competencia de las empresas públicas, no rodearse de corruptos ni incumplir sus promesas electorales. La batalla cultural debería empezar por ahí.

Se quejan de que algunos no se comportaran de manera políticamente correcta en la Plaza Independencia; pero no olvidemos otras afrentas de Luis, como la de no asistir al acto público de reparación a las víctimas del terrorismo de Estado, realizado el 15 de junio de 2023 en el Palacio Legislativo y cumpliendo con lo dispuesto por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Su ausencia fue una elocuente cachetada a los familiares de las víctimas; pero no oí entonces a Gerardo Sotelo reclamar un correcto proceder al presidente.

Por su parte, el senador Sebastián Da Silva también elevó sus lamentos y pamentos: “40 años de democracia y en el Frente Amplio abuchean a un presidente elegido por el pueblo. Así de resentidos siguen siendo. Como siempre. El desgraciado es el que en vez de estar feliz y festejar, es un ordinario”.

A ver… ¿Sebastián Da Silva acusando a otros de resentidos y ordinarios? ¿Hablamos del mismo que se burlaba del presidente electo Yamandú Orsi llamándolo Tribilín? ¿El sujeto de más bajo nivel de todo el espectro político exigiendo altura política? Debe ser una broma.

Patricia Madrid me cae bien y, además, está 20.000 escalones por encima de Sotelo y Da Silva; pero, hecha tal aclaración, transcribo lo que publicó sobre este suceso: “La ordinariez de abuchear a alguien que sirvió al país —en el acierto o en el error— no es digno de los 40 años de democracia que hoy se celebran”. Comprendo el punto de la periodista; pero debo decirle que este funcionario no sirvió al país, sino que se sirvió de él.

Cada uno cosecha lo que siembra, y Luis Lacalle Pou se ganó cada abucheo y cada silbido, no de nuestra parte, que tenemos medios de comunicación para expresar nuestras opiniones, pero sí de aquellos que no tienen ese privilegio y su única posibilidad de hacer oír sus voces se dio en ese momento y lugar.

Como sea, cuando pasen los años, de la jornada de cambio de mando algunos guardarán en su memoria la escasa cantidad de militantes que fue a despedir al “líder mundial”, otros se quedarán con los abucheos, otros se quedarán con la foto de Lula, Petro, Boric y Yamandú, y otros se quedarán (a su pesar) con algún bigote de excesivo mal gusto que les impidió concentrarse debidamente en el discurso del nuevo mandatario. Pero muchos más nos quedaremos con otra imagen.

No conocía a Laura; pero el 1 de marzo me dio la escena que recordaré por lo que me quede de vida. Le tocó vivir lo peor, la jugada de campaña más vil que registra nuestra historia.

Recapitulemos. Alguna persona o personas lograron que dos trans (Romina Celeste Papasso y Paula Díaz) acusaran al entonces candidato frenteamplista de haber cometido actos repudiables contra la segunda. La denuncia fue acompañada de una cobertura mediática salvaje y miles de trolls inundando las redes sociales. Nacho Álvarez estaba en la gloria. Esto buscaba demoler el honor del candidato frenteamplista sin importar cuánto afectaría a su esposa e hijos. A quienes pergeñaron la sucia jugada no les importó destruir un hogar.

Pese a que algunos detalles fueron cayendo a poco de saltar el escándalo (Yamandú nunca tuvo un automóvil como el detallado en la denuncia ni estuvo por Montevideo en esas fechas), lo sustancial continuaba en pie y el intendente de Canelones enfrentaba la peor crisis política y personal de su vida. Sin embargo, el candidato mantuvo la mesura y la serenidad desde el primer hasta el último segundo de la crisis.

Paula Díaz era desconocida; pero Romina era muy mediática y lideraba una agrupación aceptada oficialmente por el Partido Nacional. El partido de gobierno la dejó operar por años con violencia verbal y física y no le hizo la menor observación cuando, con banderas de dicha agrupación política, se presentaba en eventos del Frente Amplio para gritar, insultar, provocar y hasta intentar boicotear con petardos. Tampoco la frenaron cuando amenazaba desde las redes sociales. La dejaron obrar sin el más mínimo llamado de atención cuando difamó al fiscal especializado en Estupefacientes, Rodrigo Morosoli, y la dejaron continuar al frente de su agrupación dentro del Partido Nacional incluso luego de haber sido condenada por escupir a una funcionaria.

Felizmente, y cuando aquella patética obra de teatro estaba en su clímax, un problema entre la denunciante Paula Díaz y su cómplice, Romina Celeste, derivó en que la primera contara la verdad de la mentira (valga el juego de palabras), obligando a la segunda a reconocer que sí, que Yamandú era inocente y habían inventado todo. Así fue como, en lugar de los cargos o dinero que alguien en algún lugar pudiera haberles prometido, lo que ganaron fue una condena por los delitos de asociación para delinquir, calumnia y difamación.

Aun así, algunas preguntas aún no tienen respuesta. ¿Fueron Romina y Paula meros títeres de una inteligencia superior? ¿Quién contrató a los trolls que se encargaron de incendiar las redes con la falsa acusación contra el ahora presidente electo? ¿Quién ofreció a Romina Celeste ser diputada a cambio de dirigir la sucia operación, según ella misma dijo? ¿Quién, quiénes y cuánto o qué le ofrecieron a Paula Díaz, que según la mediática blanca, es adicta a la pasta base y vive en la miseria?

Pero hay una pregunta mucho más importante. ¿Cómo hicieron Yamandú y Laura para proteger a su hija Lucía y su hijo Victorio de este ataque rastrero? ¿Cómo sobrellevaron semejante dolor?

Lo que sufrió la pareja es algo difícil de imaginar. Por eso, cuando la multitud se encontraba aplaudiendo al nuevo presidente, y al balcón de la planta alta del Palacio Estévez llegaron sus hijos y su compañera, estalló la algarabía. Laura Alonsopérez, con paso firme y decidido, salió de las sombras del anonimato, abandonó su bajísimo perfil, con ambas manos marcó la V de la victoria, cantó fervorosamente con todos (¡Olelé, olalá! Si este no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está?) y en segundos se metió corazón adentro en la marea frenteamplista. Nunca nadie, en la historia de la izquierda uruguaya, se hizo querer tanto y tan pronto, de manera tan fulminante.

Por supuesto que la ofídica Graciela Bianchi no ocultó su resentimiento y largó en X su veneno: “Con todo respeto: a) Después de estas imágenes el feminismo tiene que cambiar el discurso porque en la casa del presidente Orsi hay una mujer que manda. b) En una República democrática el protocolo debe respetarse”.

En fin, dejémosla retorciéndose en su madriguera, que hay cosas realmente buenas para celebrar. Que los pacatos y malos perdedores sigan hablando de protocolos e hipocresías. A esta compañera le sobraban motivos para festejar de esa manera, liberando su emoción; porque venía de soportar lo más ruin y salvaje de una campaña política.

De haber sido una película de esas que te hacen sufrir hasta que llega el desenlace feliz, el cariñoso, sincero y apretado abrazo a su compañero sería la escena ideal para congelar la imagen bajo la palabra FIN. Lo que venga después, será una secuela; esta historia cierra perfectamente ahí.

Ese final se lo ganó Laura. Ése fue su día. La canallada fracasó y Yamandú Orsi llegó a presidente con más votos de los pronosticados.

Se lo ganó, por no soltarle la mano a Yamandú en un momento crucial.

No lo olvides, presidente.

Laura está aquí.

Laura nunca se fue.

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