Paralelamente, si no se soluciona el problema de la reincidencia, que ronda el 70 %, de nada servirá construir más cárceles, porque las seguiremos llenando. Hoy por hoy, los delincuentes primarios entran al penal con una licenciatura en criminalidad y egresan con un doctorado. Las cárceles uruguayas son centros de tortura. Hay módulos donde los condenados que ingresan saben que van a precisar con más seguridad un ataúd que una cama. No tenemos penales de alta seguridad; tenemos penales de alta inseguridad.
Solucionar estos dos problemas, seguridad carcelaria y reincidencia, requerirá de una gran inversión; pero no sólo de dinero, también de creatividad y persistencia. La tarea de psicólogos y asistentes sociales será primordial.
Luego viene la recuperación de territorios. Es inadmisible que hasta el mismo casco urbano de la capital esté copado por la delincuencia.
Como sea, lo peor que nos puede pasar es que los políticos comiencen a tirarse culpas unos a otros en lugar de considerar esto como un problema que nos afecta a todos y trabajar juntos en busca de soluciones, y tales soluciones no llegarán si algunos se dejan llevar por el lirismo y otros por el gorilismo. Mientras implementamos planes de educación, reeducación y reinserción, debemos proteger a la sociedad.
Las soluciones tampoco llegarán si cargamos todo el fardo al Ministerio del Interior. Los ministerios de Vivienda, Desarrollo Social, Educación y Cultura y Economía y Finanzas tendrán que coordinar acciones con las intendencias y ONGs en una tarea titánica.
Uruguay requiere una terapia intensiva, una revolución de mentes y corazones y mandar para la casa a quienes no tengan ni idea de cómo implementarla.
¿Quiénes coparon las calles y por qué?
Miles de personas viven o deambulan sin rumbo por las calles de una manera jamás vista. Se trata de grupos y situaciones diferentes que podríamos clasificar de la siguiente manera:
- Personas que, pudiendo y queriendo trabajar, no tienen empleo ni recursos económicos ni familiares que les den una mano.
- Personas que han naturalizado la mendicidad y no tienen interés en cambiar de vida.
- Exreclusos que son rechazados por su familia y lo han perdido todo.
- Personas con enfermedades mentales.
- Adictos.
No se puede implementar una solución pareja para todos ni enviarlos juntos al mismo lugar.
Lo más triste es que también hay centenares de niños y niñas creciendo en la calle. En 2023 el Mides atendió a casi 800 criaturas únicamente en Montevideo.
A la vez, la Intendencia de Montevideo calcula que hay unos 500 hurgadores de residuos. Muchos de estos agravan el problema de la basura, dejando el contenido de los contenedores desparramado en la calle.
Ya es hora de que alguien tome en serio todo esto. A quienes merezcan ser ayudados hay que darles todas las oportunidades; pero a quienes violan las normas de la sana convivencia, habrá que aplicarles la ley. Imponer la autoridad no es cuestión de ser de izquierda o derecha; es sentido común. Sin embargo, también habrá que trabajar en la parte de la sociedad supuestamente correcta, para hacerle entender que la inversión social, tan defenestrada por los libertarios, no es un gasto, sino eso, una inversión. El desafío es alcanzar el equilibrio perfecto entre solidaridad y responsabilidad; porque esto no se soluciona solo con represión ni solo con asistencia.
Estos problemas son el resultado de un largo proceso y, como ya señalamos, están relacionados. Y eso que no hablamos de los hogares con violencia doméstica y la guerra de las narcobandas para apoderarse de territorios.
No exijamos a Yamandú y Carolina que arreglen este desastre en un año.
Es más, es muy posible que las cifras de delitos se sinceren y sean superiores a las poco creíbles que actualmente da el Ministerio del Interior. Cuando los policías vuelvan a llevar sus tablets para tomar denuncias donde han ocurrido algunos hechos, sin dudas, las cifras de denuncias van a aumentar. Es lo que ha sucedido con los casos de violencia doméstica. Cuando el Estado, desde el primer gobierno de Tabaré, dio un mensaje fuerte a las víctimas de que tendrían respaldo, muchísimas mujeres se animaron a denunciar los abusos. ¿Aumentó la violencia doméstica o más víctimas tomaron conciencia de sus derechos y lo que aumentó fue la cifra de denuncias? No lo sabremos nunca; solo sabemos que hay que continuar trabajando en ese tema, porque lo que estamos presenciando, lo que están padeciendo miles de mujeres y niños, es una masacre.
Como sea, no queremos a un Bukele gobernando al país; pero sí a un presidente que restablezca el orden y haga respetar la ley. No le pediremos milagros; pero sí medidas contundentes. Si no frenamos este proceso de deterioro, la situación se volverá incontrolable en poco tiempo.
Esperemos que, cuando llegue el momento de aprobar proyectos y presupuestos, la oposición esté a la altura.