En ese trillo uno se encuentra con testimonios de las necesidades de la gente, sobre todo del poco escuchado Uruguay profundo. A veces las inquietudes, los problemas, son los mismos, pero saber cómo se manifiestan y cómo los expresa la gente en los diversos rincones del país es muy importante.
Estar en una población de 800 habitantes con un solo policía, le da un entorno humano, con rostro y nombre al problema de la inseguridad pública que azota al país entero. Escuchar a los vecinos, de una ciudad no tan pequeña de Treinta y Tres, decir que no hay profesor de Matemáticas, a uno le hace erizar la piel, especialmente cada vez que oye hablar de revolución educativa… Conocer a un padre cuyo hijo reportó una prueba porque dibujó sobre el mapa uruguayo los puntos cardinales, porque el docente sostuvo que nuestro país “no tiene oeste, es un triángulo”...
Toda esta tarea hace, es cierto, que la gente se sienta escuchada, lo que no deja de ser de enorme importancia. Pero uno, el que presta oído, se siente enriquecido, crece, aprende y mucho.
También es importante el mensaje que uno lleva.
En esto no hay recetas rígidas. Todos, obviamente, debemos de ir con el programa del Frente y las primeras medidas de emergencia bajo el brazo. Pero no basta. La elección de un presidente, de un gobierno, conlleva optar por un estilo, una sensibilidad, una idiosincrasia, un estilo de hacer política. ¡Y vaya si Yamandú nos da una vida ejemplar para compartir sobre este tema! Luego, cada uno debe pensar en qué testimonio puede dar que contribuya a la campaña.
En esta elección, la segunda en la que participo como frenteamplista, yo tengo claro que tengo el deber de compartir con todos mi experiencia desde que llegué a cobijarme bajo las banderas del Frente. No se trata de ser autorreferencial en el testimonio, pero no hay que hablar solo con los ya convencidos. Y aún con ellos hay que manejar argumentos, vivencias, testimonios que sirvan, aún en esta recta final, para llegar a los indecisos. Por eso, contar algunas experiencias personales no lo considero solo permitido, sino, en mi caso, un deber, una obligación.
De algún modo, así siento que es testimoniar una deuda de gratitud. Desde que llegué al Frente nunca, ni un solo día, los frenteamplistas y las frenteamplistas me han hecho sentir un recién llegado. Con una vida tomada en otras filas, con bagaje propio en mi mochila, desde que llegué sentí que había encontrado mi lugar. ¿Recién llegado? Nunca.
Y cuando uno llega al Frente Amplio con su propio bagaje en la lucha por la democracia y la justicia social desde otras tiendas, tampoco debe abandonar su propia mochila. Porque el Frente Amplio es eso: síntesis permanente. Esto es lo que hace del Frente Amplio un ejemplo observado en el mundo entero. Nada que ver con los frentes populares que pulularon por el mundo en los 30 del siglo pasado. Acá hay una coalición de fuerzas de izquierda, con los y las frenteamplistas como el ADN, el gen más importante.
¿Callarlo? No, y en tiempos electorales menos. Primero porque las deudas de gratitud hay que pagarlas. “Un malagradecido es siempre digno de desconfianza”, decía Wilson. Pero además de eso, que ya me lo he impuesto como obligación, es bueno que lo oigan los que aún no han dado el paso y aún los que siempre han estado, para ir a ver al pariente, al vecino, al compañero de trabajo que, siendo blanco, puede estarlo pensando. Si viene, que sepa que acá va a encontrar su lugar.