Por si pudiera parecer exagerado hablar de ritual, basta verificar lo publicado en esa web: “Cada uno de ellos hizo uso de la palabra para reflexionar sobre el mensaje del Evangelio y la oportunidad de rezar juntos por el nuevo gobierno. En el centro de la oración estuvo la lectura de la Palabra de Dios, tomada del primer libro de los reyes 3,5-15, en la que aparece el rey Salomón pidiendo el don de la sabiduría para poder gobernar a su pueblo”. Más claro, echarle agua (bendita).
Misa en escena
La palabra misa proviene del latín “Missa”, que significa enviar. De ahí se deriva la “misión” de evangelizar a quienes no comulgan con estas ideas religiosas y no son sus fieles. Verbigracia, los infieles. O sea, el resto al que habrá que convencer o vencer, no solo con la cruz, sino con la espada. Sucedió y sigue ocurriendo, a veces justificando masacres, genocidios y ocupación de tierras. Toda misa implica una misión y un mensaje enviado no solo a los interlocutores presentes sino, sobre todo, un espectáculo que trasciende el carácter litúrgico y confesional para impactar en la sociedad.
En este caso, también es un evento para exhibir tan particular capacidad de ser atendido. Basta recordar la estrecha relación que Tabaré Vázquez estableció con monseñor Cotugno a inicios del primer gobierno del Frente Amplio. A tal punto que, tras una de sus reuniones en el arzobispado, declaró que vetaría cualquier ley de salud sexual y reproductiva, aunque no lo dijo así sino con el lenguaje tan caro a la jerarquía eclesiástica que, al pan pan y al vino vino, prefiere hablar de aborto.
Hoy es necesario preguntarse qué tipo de postulados se defienden y cómo se evalúa su respeto. Porque a la Confraternidad Judeo-Cristiana, la misma que organizó el ágape con Lacalle Pou en 2020, se le podría preguntar si emitió alguna declaración en contra de la corrupción practicada por el Gobierno de coalición o, más importante aún, contra las políticas que derivaron en un aumento de la pobreza infantil. Se supone que semejante bautismo eclesial a un gobierno, como gesto arcaico de antiguas épocas no secularizadas, bien podría atender a la imprescindible unidad de teoría y práctica, tan cara al respeto estricto de la ley judía y algo que, según los evangelios, Jesús reprochó a los fariseos por su apego a la palabra divorciada del accionar.
Otra pregunta pertinente es si este acercamiento por parte del nuevo Gobierno responde a deseos de no espantar. A la derecha, tan replegada, esto no deja de incomodarla. Basta ver esa reacción de urticaria colorada con un anticlericalismo que posa con una marca de fábrica, cuando tanto han traicionado a don Pepe en principios fundamentales.
Anticlericalismo
Pero donde causa más extrañeza es en las filas de la izquierda, apegada a un discurso que expresa toda una cultura hacia la religión. Las corrientes marxistas, anarquistas y liberales impregnaron su anticlericalismo a lo largo del siglo XX. Hechos históricos como la Guerra Civil Española, que tanto marcó a la izquierda, reavivaron esa postura visceral contra una iglesia defensora del status quo. Sin embargo, los sectores de la izquierda uruguaya no hicieron de su posición contra la religión una cuestión nacional. Entre otras cosas, porque el batllismo había cargado el peso de la separación entre la Iglesia y el Estado y porque el proceso de secularización parecía ir en el mismo sentido que la rueda de la historia.
Incluso, el proceso de unificación sin exclusiones integró como un actor importante, no solo al PDC, sino a toda una vertiente de cristianos independientes genuinamente consustanciados por el cambio social. Aquel Frente Amplio adquiere su valor si se lo compara con el papel jugado por la Democracia Cristiana en el Chile de Allende; Napoleón Duarte como un títere de los EEUU y los paramilitares en El Salvador a mediados de los años 80, o con el rol conservador desempeñado en Italia en la segunda mitad del siglo XX.
Las características del clero uruguayo y de sectores laicos vinculados a la Iglesia también influyeron, basta nombrar al teólogo Juan Luis Segundo y sus riquísimos aportes a la Teología de la Liberación, la experiencia de militancia social del padre Monzón, la lucidez de Perez Aguirre en el Serpaj o recordar al obispo de Montevideo, monseñor Carlos Parteli, presente en el sepelio de los ocho comunistas asesinados por el Ejército en el local de la Seccional 20 del PCU en medio de los difíciles sucesos de abril de 1972. Exponentes emanados del histórico Concilio Vaticano II que lo mejor de la Iglesia latinoamericana había asumido con tanta devoción y entrega en las conferencias episcopales de Puebla y en Medellín y el papado de Juan Pablo II desandó.
Marxismo y religión
Aún hoy suele repetirse la famosa frase del opio del pueblo. Sin embargo, muchos de sus recitadores desconocen, no solo el contexto en el que estaba inserta, sino la profundidad de la postura de Marx ante el hecho religioso. Incluso desconocen que el propio Engels escribió todo un libro dedicado especialmente al cristianismo en el que trazaba un paralelismo con el movimiento moderno del proletariado. Alejándose de las posiciones que habían surgido en la 1° Internacional o las de Eugen Dühring, quien pretendía prohibir la religión en la sociedad socialista, Marx y Engels criticaron las poses pseudorevolucionarias que, en tiempos de la Comuna de París, pretendían que aquel primer gobierno proletario declarase la guerra a la religión.
El marxismo intentó analizar la religión, no como un mito infantil o una necedad de quienes especulan con la ignorancia, sino como un fenómeno rico, también en contradicciones, en el que se expresan aspiraciones de heterogéneos y hasta antagónicos sectores sociales, reclamando el estudio de las raíces sociales y del contexto histórico concreto que ayudan a entender su aparición, supervivencia y desarrollo.
Formando parte del grupo de hegelianos de izquierda, Marx y Engels apreciaron los aportes materialistas de Feuerbach pero argumentaron que no tomaba en cuenta la trayectoria histórica del fenómeno religioso, convirtiéndolo en abstracto y unilateral. En el devenir del movimiento marxista, no siempre se abordó con tal profundidad la religión, limitándose a mostrar su aspecto de adormecimiento y resignación.
Pero resulta que aquella frase de Marx fue tomada fuera de contexto y sirvió como base de absolutizaciones y dogmatismos que mucho mal hicieron, pues su crítica está situada en un contexto más profundo que lo que el materialismo vulgar admite. Escribe Marx: “La religión es la realización fantástica de la esencia humana, pues la esencia humana no posee ninguna verdadera realidad. La miseria religiosa es a la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el gemido de la criatura oprimida, el ánimo de un mundo sin corazón, pues es el espíritu de situaciones sin espíritu. Es el opio del pueblo. La supresión de la religión como felicidad ilusoria del pueblo significa la exigencia de su felicidad real. La crítica ha arrebatado las flores imaginarias de las cadenas, no para que el hombre arrastre cadenas carentes de fantasía y de consuelo, sino para que arroje sus cadenas y brote la flor viva. La crítica de la religión culmina en la doctrina de que el hombre es la suprema esencia para el hombre, es decir, con el imperativo categórico de acabar con todas las relaciones en las que el hombre es un ser rebajado, esclavizado, abandonado y despreciable”.
El filósofo Ernst Bloch la rescata acentuando el contexto global total de la frase que incluye el suspiro y la protesta contra las circunstancias presentes y malas, y recuerda que Marx no habla tanto de adormecimiento sino que allí hay algo más, que la religión puede ser algo más, como la predicación en la guerra de los campesinos de Thomas Müntzer era algo más que solo un manto religioso, y que esa predicación procede de la Biblia como si la religión no solo fuera religación con Dios. Comenta Bloch: “Mientras que las luces de las iglesias, casi sin excepción, se habían mostrado solo en el entierro de la libertad o para propiciar aquello mediante lo cual en ningún caso se llega al mundo de la libertad de los hijos de Dios, esto tendrá que pensar frente al marxismo, y de ello tendrá que arrepentirse, una iglesia que no debería encontrarse ya nunca repleta de su ideología restauradora”.
Des-encuentros
La relación entre izquierda y religión está plagada de encuentros y desencuentros. Lo curioso es que aquel acercamiento de Tabaré Vázquez no se dio tanto en el período de lucha por llegar al gobierno como forma de ampliar la política de alianzas, sino a partir de ya estar en él. Esto no lo eximió de intenciones tácticas coyunturales y tampoco lo inscribió en una actitud estratégica.
Por su parte, Orsi reafirma el precedente instalado con la connivencia de Lacalle Pou con la jerarquía eclesial, a todas luces superficial, anclada en el marketing y ajena a todo compromiso con una práctica basada en principios de buen gobierno. Esta repetición instala una gestualidad innecesaria cuando el presidente bien podría recibir, en un recinto de gobierno republicano, no solo a la jerarquía católica, judía y protestante, sino a todas las congregaciones religiosas, sin discriminación. Si de lo que se trata es de escuchar y no de acatar, de avanzar y no de retroceder, bienvenidas sean las reuniones sin tanta “mise en scène”, que es como se denomina a un acto teatral o un rodaje cinematográfico. Caramba, qué coincidencia.