Aunque el músculo del olvido se entrene a diario en ciertos discursos —algunos históricamente institucionalizados y uniformados—, sus vanos esfuerzos naufragan ante ramalazos de luz de la memoria que pueden devolver miradas, gestos, clamores, como los que habitan las fotografías de Nancy Urrutia.
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Pionera en una profesión —y en una pasión— en la que predominaban los hombres, Nancy construyó una obra a la vez extensa y diversa. Desde 1983, cuando se inició en el fotoperiodismo luego de múltiples trabajos en otros campos de la fotografía, con su forma de mirar delineó oficio y ética, y sostuvo una trayectoria al pie del cañón: en la calle, en las manifestaciones, en los actos políticos, en la movilización de las mujeres que dieron forma y fuerza a una segunda ola feminista en Uruguay.
En esas calles, entre multitudes, entre pancartas, su mirada supo recalar con sensibilidad las otras miradas: las de denuncia, de la ternura, del dolor, de la euforia, de la desazón. Sus registros detuvieron el instante. La historia, entonces, creció más allá de los bordes del encuadre.
Por M. Parrado y A. Laluz
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Un fotolibro: la reflexión y el arte en lugar del bronce
Tras un minucioso trabajo de selección y edición a cargo del fotoperiodista Javier Calvelo (agencia adHocFOTOS), se acaba de publicar el fotolibro Pionera, que reúne el trabajo de Nancy Urrutia entre 1983 y 1994.
Esta publicación, que se enmarca en el proyecto adHocHISTORIA, evita la pátina broncínea que suelen tener algunos homenajes y se concentra, con acierto, en conjugar los valores estéticos y documentales, tanto en el trabajo editorial con cada fotografía como en la concepción y diseño del fotolibro.
“En primer lugar, sabíamos que no queríamos hacer un libro de las mejores fotos de Nancy, y que lo mejor era buscar un discurso y qué decir de cada foto”, explica Calvelo. “Con el archivo de Nancy se pueden hacer 600 libros, así que otros editores tendrán todo este material ordenado, clasificado, para ir a buscar y sacar un hilito de la madeja y empezar a buscar otras historias”.
Este proyecto —sigue Calvelo— tiene como base una investigación exhaustiva del archivo de Nancy, y el resultado de ese trabajo, este flamante fotolibro, se presenta como un material de consulta para educadores, investigadores e interesados en este campo de la fotografía documental y el fotoperiodismo. “Cada fotografía, además, está acompañada por una descripción breve que contextualiza la escena registrada”, lo que permite una apreciación acabada, profunda y técnica de la obra de Nancy y del período histórico abarcado por la edición.
Además de la selección de 98 fotografías, que se presentan en la primera parte del fotolibro y luego en la sección en la que incluyen los datos de archivo, también se incluyeron dos textos que proponen una aproximación a la época, a la lucha por los derechos, la verdad y la justicia, y a la obra de Nancy: uno de ellos está firmado por la escritora y docente de Historia Marisa Silva Schultze, y el otro por la investigadora Niki Johnson; dos nombres con extensas trayectorias en el campo académico y en el cultural, que proponen dos abordajes tan necesarios como valiosos.
La mirada, la cámara, la memoria
Una existencia fascinante tiene la memoria. Se sabe qué es, pero no puede asirse ni con las palabras que enhebran el concepto ni con las manos que intentan atesorarla. Trama de recuerdos y olvidos que parecen urdirse al capricho del azar —pero solo lo parece: no hay azar ni capricho—, la memoria fluye entre bordes blandos, difusos, y un centro amalgamado por afectos, ecos —estridentes y otras veces asordinados— de otras palabras, impresiones que dejaron los cuerpos quietos, los cuerpos en movimiento, o las texturas de la materia que formó la casa, la escuela o el frío repentino que erizó la piel amada.
Ese estado elusivo tiene un poder expansivo de proporciones ciclópeas y cada vez que se activa se erige con la esbelta musculatura de un guerrero dispuesto a remover las percepciones y estados presentes. Sus armas pueden tener diferentes y hasta impredecibles historias. Las más efectivas suelen tener aspecto frágil. El aspecto, sin embargo, engaña, porque la eficacia de tales armas fue forjada con un fuego inextinguible y son capaces de resistir lo que el acero o el hormigón o la piedra no pueden: la erosión del tiempo. Ya lo sabemos antes de pasar las páginas de un antiguo álbum de fotos familiares, o al quedar impactados ante la imagen que completa la primera plana de un periódico. Una foto, aun en su copia en papel más pequeña, puede movilizar todo el mapa del universo que imaginamos bajo el control de la razón.
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Sus ojos oscuros, el pelo largo y algo claro y de movimiento rebelde, la cabeza inclinada hacia su derecha; el brazo y la mano de la madre sobre su torso asegura el amparo ante una escena recortada, en la que se intuye una multitud.
Esta mirada inolvidable perfora el blindaje de los señores uniformados, armados y tomados de sus manos, dispuestos a ejercer el oficio del control. Al otro lado, la cámara, el lente y la mirada de Nancy Urrutia. Ella recorta la escena total. Elige un punto de atracción dramática y registra para la memoria la potencia de lo simple. Un pequeño nudo significante que no necesita del color: sus formas y gestos insinuados se concentran en esa mirada, y eso alcanza para decir todo con la elocuencia universal del silencio.
Esa foto histórica, imponente, fue tomada “durante el acto por el aniversario de la Declaratoria de la Independencia de la Provincia Oriental del Imperio del Brasil del 25 de agosto de 1825, en la Piedra Alta, en la ciudad de Florida”, se explica en la ficha técnica publicada en Pionera. Y un dato clave completa el contexto: es el acto celebrado el 25 de agosto de 1985.
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Algo le dice Carmen a Jorgelina con la complicidad de la cercanía. Ambas miran en direcciones distintas al igual que Cristina que, tomada del brazo de Jorgelina, reconoce —o simplemente ubica— a la fotógrafa en la multitud y le regala su sonrisa más generosa.
La agitación y urgencia de la marcha licuan rápidamente los instantes: en esos estados, los pliegues del tiempo tamizan la razón de los reclamos, la reflexión que gestó la conciencia, con el arrebato apasionado de los cuerpos.
Nancy quizás las buscó, llegó al punto que reclamaba la atención periodística, las vio, ajustó la cámara y el instante se rescató de la turbulencia de lo efímero.
Informa la ficha técnica: “Carmen Tornaría, Jorgelina Martínez y Cristina Morán durante la marcha por el primer Día Internacional de la Mujer en democracia, el 8 de marzo de 1985 en la plaza Juan Pedro Fabini de Montevideo”.
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Las pancartas gritan: “Amnistía general irrestricta”, “Exiliados al paisito”, “Madres de uruguayos desaparecidos en Argentina, presente”. Un “río de libertad” nace amplio y organizado a los pies del Obelisco e inunda la frondosa espesura del Parque Batlle hasta ese punto en que la vista se pierde.
No es la masa uniformizada, disciplinada. Es la urdimbre viva de las palabras que devienen clamor combativo.
El registro historiográfico y periodístico dicta una ubicación: 27 de noviembre de 1983. La memoria dicta que el recuerdo se recupera con los verbos conjugados en presente. El final del gobierno del terror y la muerte tiene el pulso intacto por las vidas comprometidas en la causa que no admite la menor demora.
Nancy, desde un punto muy elevado, compone el encuadre, sigue sus líneas de fuerza, el punto de fuga, captura la luz y cuida los detalles que quedan en sombras. Y el río de libertad sigue corriendo tan potente, tan estruendoso y profundo como la voz de Alberto Candeau.
La ficha técnica dice lo que sabemos de memoria: “Acto del Obelisco, el 27 de noviembre de 1983, frente al Obelisco a los Constituyentes de 1830”.
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Los ejercicios del poder tienen geometrías espaciales quizás demasiado evidentes. Unos arriba: los que ejercen el poder. Unos más abajo: los que bregan por torcer los lastres dolorosos de un pasado demasiado cercano. El poder de los primeros, al igual que los instantes, están gobernados por la fugacidad. El poder de los segundos, por la empecinada convicción de que la verdad y la justicia son urgentes, y, así, nada de lo efímero lo convence de abandonar la lucha. Entonces, las asimetrías se pulverizan con la sabiduría del “Cielito del 69”: “Con el arriba nervioso / y el abajo que se mueve”.
Nancy ejerció con certera pericia las técnicas del oficio: miró, entendió, vibró con lo que estaba pasando, obturó. La primera línea del poder, con Enrique Tarigo y Julio María Sanguinetti al medio, recibe con gesto ¿molesto?, ¿inquieto?, el mensaje de las mujeres dispuestas a todo para restituir la verdad y la justicia. La entrega la hace una figura pequeña, entrañable, eterna: Luisa Cuesta. Y en ella están todas, con sus miradas, sus carteles de siempre que reclaman por los rostros de quienes están grabados en la memoria.
Dice la ficha técnica: “Luisa Cuesta y Enrique Tarigo durante los festejos por el Natalicio de José Artigas en la ciudad de Sauce, Canelones, el 19 de junio de 1986”.
“Eso fue lo que me pasó”
Nancy Urrutia sabe bien que su discurso gana profundidad de sentido en la imagen y que, ante una posible escena, la vida se juega en la mirada. Es su razón técnica, su razón estética. Pero, sobre todo, su razón ética.
No es necesario, entonces, quemar palabras en una retórica alambicada. Pocas frases alcanzan, mientras sus ojos se vuelven enormes para escudriñar afectos, intereses, pasiones, dolores, luchas.
Recuerda Nancy, en una charla que tuvimos semanas atrás y que comenzó con las formalidades del ejercicio periodístico y pronto se transformó en un entrañable intercambio de ideas y pasiones: “La época en la que desarrollé mi trabajo como fotoperiodista fue muy complicada. Todavía no habíamos salido de la dictadura y teníamos que cuidarnos de todo. Y con todo el movimiento de las mujeres en esa época me sentí profundamente identificada. Ahora, con todo lo que investigó Javier [Calvelo] para este proyecto, caí en la cuenta de qué profundidad tenía esa identificación”.
Dice poco después: “Soy una de las pocas mujeres que empezaron en el fotoperiodismo. Y costó, porque en un principio hubo dos o tres compañeras que lamentablemente no pudieron seguir por distintos motivos, así que fui la única que tuve permanencia. Siempre tenía como una idea fija, que no sé de dónde salió: la necesidad de registrar un instante que sabemos que no vuelve a pasar. Yo ya hacía fotografías desde el año 1975. Hacía sociales, casamientos, todo eso. Y esto me dio fogueo y es probable que pasé toda esa experiencia hacia el fotoperiodismo”.
La pasión disparadora fue la narración de una historia: “Lo que quería era contar algo a través del lente, a través de mi mirada. Es difícil poder explicar lo que ocurre al momento de fotografiar, porque juegan mucho los sentimientos y lo que estás viendo. Muchas veces eran injusticias, muchas veces era esa necesidad de las mujeres de gritar, de salir a la calle, que muchas dejaron sus casas y sus tareas hogareñas para empoderarse en la calle y lograr cosas que no había. Y entonces toda esa movilización era necesaria y yo me sentía involucrada. Entonces, eso fue lo que me pasó”.
El archivo, la investigación, la estética
En una sociedad signada por el fugaz imperio del scroll, la banalidad cultivada en escasos caracteres, volver sobre los legados de los archivos fotográficos personales y profesionales es un acto de reivindicación de la paciencia para ensamblar los relatos de la memoria. Con esa convicción, Javier Calvelo ideó este proyecto que dio forma a Pionera y lo convirtió en algo más que el ordenamiento de un acervo: es el íntimo tejido de la pasión.
¿Cómo comenzó este trabajo con el archivo de Nancy?
Javier Calvelo (JC): Lo primero que hicimos fue ordenar, limpiar el archivo. Había que acomodarlo a las técnicas de conservación más actuales. Y luego, después de que estaba más o menos todo ordenado, con las fechas identificadas, nos concentramos en pensar qué decir sobre el asunto. Yo había estado leyendo en años anteriores sobre el papel de la mujer en la sociedad uruguaya, qué había pasado, por qué lo que nosotros conocemos como la revolución feminista, aparentemente, comienza en el 2005, 2006, 2007, 2008 y esto sería la tercera ola. Porque muchos investigadores decían que la primera ola de feminismo fue a principios del siglo XX y la segunda a principios del siglo XXI. Pero había empezado a leer que eso no era tan así, y algunas investigadoras, como Nicki Johnson, ya lo habían establecido: hubo una segunda ola del feminismo, no intencional, porque no se hablaba de feminismo, se hablaba de emancipación. Y segundo, porque el objetivo era la recuperación democrática y establecer nuevamente los derechos básicos de toda democracia, la libre expresión, el libre desarrollo de actividades públicas, como poder juntarse más de cuatro personas en un lugar. Pero sucedió que las que se vieron involucradas en esa lucha fueron las mujeres, por varios motivos. En este caso, por ser las viudas, en los otros casos por ser las madres o las abuelas de hombres y mujeres que estuvieron detenidos o que fueron desaparecidos durante la dictadura. En otros casos porque las trabajadoras empezaron a tomar lugares dado que los sindicalistas estaban proscritos o presos o exiliados.
Entonces ellas pasaron al frente…
JC: Exacto. Ellas, que estaban en segunda o en tercera línea, pasaron al frente. Y otras como Margarita Percovich, Daisy Tourné, entre otras tantas, que eran más veteranas, sí estaban peleando por los derechos de las mujeres. Todas ellas fueron las protagonistas y las que forjaron la concentración de mujeres, el Plemuu [Plenario de Mujeres del Uruguay]. Ellas tenían una conciencia muy profunda de la realidad y ahí se gesta y construye esa segunda ola del feminismo en Uruguay.
¿En el proceso de este trabajo pudiste contactar a algunas de las protagonistas de esta etapa, de estos movimientos?
JC: Sí. Al conocer este tema empecé a hacer entrevistas y lo primero que les pregunté fue qué pasó en ese tiempo, por qué no lo conocemos tanto. Porque este movimiento no fue muy estudiado, no hay muchos registros y, a su vez, algunos pensamos que la segunda ola fue en el siglo XXI. Entonces me dijeron que la intención era la recuperación democrática, la búsqueda nuevamente de los derechos. En ese tiempo se produce la institucionalización de los reclamos de la mujer con la creación de la Secretaría de la Mujer de la Intendencia Municipal de Montevideo, en la llegada de los 90, más precisamente en 1990, cuando asume Tabaré Vázquez. Esa institucionalización hizo que desaparecieran los reclamos de la calle, ya que se canalizaban a través de ese espacio institucional. Así el reclamo en la calle se deprimió. Obviamente también vinieron los años 90, el gobierno de Lacalle Herrera, la cuestión del individualismo y todas esas cosas del noventa que ya conocemos.
Con base en ese movimiento, en ese estado de cosas que marcó la salida democrática, el poderoso compromiso social y político de las mujeres, comenzaron a seleccionar el material de archivo...
JC: Así es: con ese punto de partida empezamos a elaborar un discurso a partir del archivo de Nancy de esa época, dejando todo lo que no tenía que ver con ese tema. El asunto también era que con la agencia adHoc estábamos pensando en que el archivo es uno de los tres pilares de la memoria de la nación, junto con la biblioteca y el museo. De ahí que comenzamos el proyecto de recuperar los archivos de fotógrafos y fotógrafas llamados veteranos, que empezaron a trabajar en la década del 70 y del 80 —como Pablo Bielli, Daniel Caselli, Gustavo Castagnello, Lilián Castro, Carlos Contrera, Andrés Fernández, Fernando Pena, Mario Schettini, Roberto Schettini, Nancy Urrutia—. El problema que disparó esta inquietud es que muchos archivos se empezaban a perder, veíamos también que los fotógrafos desaparecían. ¿Y qué pasa con estos archivos? Ese archivo lo empezamos a ofrecer a editoriales, agencias, a institutos de investigación. Pero nosotros queríamos también que tuviera una pata con la gente, que tuviera la canalización más democrática: poder acceder a esos archivos y atesorarlos. Y bueno, el libro es un canal muy natural para eso. Además, queríamos hacer un libro que sea una obra visual, que pudiera ser más amigable para los más jóvenes, que tuviera un diseño especial, con un porqué de la tapa, un porqué de los materiales, de la tipografía.
¿Sigue vigente la oposición entre fotografía documental y fotografía artística o estética?
JC: La historiografía moderna tiene una estética, lo vemos cuando entramos a la museística. La argumentación incluso está en valor, al punto tal de que gran parte de las películas de ficción o series que se están haciendo tienen un aporte documental mucho más que lo que había antes. Quizás esto señala, o remarca, que no se nos está ocurriendo mucha ficción, entonces vamos a los archivos; o capaz quiere decir que los archivos han adquirido un valor que hace que ahí los escritores, los guionistas, encuentren una fuente interesante para escribir. El asunto es que documentación y estética no están separadas.
¿Cómo encuadrarías entonces la obra fotográfica de Nancy?
JC: Si estoy dialogando con una estética, con un código del siglo XX, tengo que decir que estas fotografías de Nancy son de carácter documental. Con esto quiero decir que las fotos no están intervenidas. No obstante, nosotros hacemos un recorte de la realidad. Estas fotos son blanco y negro, y la realidad no es blanco y negro. Están ajustadas para el papel, están como mejor vistas algunas cosas que de repente no se veían. Porque la cámara mira distinto que el ojo. Y el fotógrafo no es fotógrafo porque hace fotos, sino porque tiene un discurso visual sobre la realidad. Otros lo tienen con palabras, los fotógrafos lo tienen con imágenes. Y ese discurso visual, obviamente, en el caso del fotoperiodismo tiene límites en cuanto a lo que se puede y lo que no se puede hacer. Ciertamente, este trabajo está tamizado por mi subjetividad. Esa discusión ya está perimida, pero esto fue lo que pasó. En el libro [Pionera] también hay una estética: es una obra visual. Para lograr esto, Nancy fue muy generosa porque me permitió reencuadrar fotos, cambiar proporciones. Pero ese fue el límite. O sea, yo no iba a poner un personaje que no había en esa bota, etc. Que si hubiera sido otro trabajo ficcionado sobre el archivo, quizás se podría hacer.
Documental
El fotolibro Pionera, explica Javier Calvelo, fue posible gracias al buen estado de conservación de los negativos de Nancy Urrutia y a las diferentes etapas del proceso de desarrollo desde 2020 por el proyecto adHocHISTORIA. Este proyecto involucra y conecta a diez fotógrafos y fotógrafas históricas del fotoperiodismo y la fotografía documental.
Con Pionera, además, nace un nuevo proyecto editorial: adHocIMPRESO.