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Editorial acuerdo | Gaza |

Gaza

El cese del genocidio

El acuerdo de cese al fuego llega tarde, muy tarde, y como está previsto en fases que pueden incumplirse, es un acuerdo cuya implementación no es segura ni inmediata.

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Se ha anunciado un cese al fuego en la Franja de Gaza que abre la posibilidad de un punto final al genocidio que perpetra Israel contra al pueblo palestino, y que ha costado 47 mil vidas en 15 meses.

El acuerdo alcanzado podría haberse firmado en dos oportunidades anteriores en las que Israel se opuso. En consecuencia, es un acuerdo que llega tarde, muy tarde, y como está previsto en fases que pueden incumplirse, es un acuerdo cuya implementación no es segura ni inmediata.

Supongamos, más allá de reservas e incertidumbres, que el acuerdo se cumple, se implementa, y las fuerzas israelíes se retiran de la Franja de Gaza, y los rehenes de ambas partes son liberados, las decenas de rehenes israelíes en manos de Hamas y los millares de rehenes palestinos en centros israelíes. Supongamos, además, que se normaliza el ingreso de ayuda humanitaria y recuperan los palestinos la movilidad, el control de sus fronteras, y la infraestructura destruida. De todos modos queda un largo trecho para garantizar que Israel abandone la política de apartheid y la ocupación ilegal que no les pertenecen. Pese a todas estas observaciones, no cabe más que celebrar este alto el fuego, esta pausa de la masacre y esperar y anhelar que sea definitivo.

Hace casi 50 mil muertos que esto no tiene justificación ninguna. La memoria de los 20 mil niños asesinados, descuartizados por las bombas israelíes y europeas y norteamericanas, atormentarán para siempre las conciencias de los que festejaron, financiaron y auparon esta hecatombe de párvulos sin precedentes en la historia moderna. Pero también de aquellos que la consintieron sin elevar su voz, sin mencionarla incluso, salvo lateralmente, escenificada, edulcorada, tergiversada, mentida, para amplificar el discurso de los perpetradores. Esta última categoría incluye a buena parte de la prensa occidental, y también a la de nuestro país, que se comió, yo diría que con delectación, un genocidio en tiempo real sin conmoverse en el paroxismo de la genuflexión.

Creo que pocas veces se ha visto algo igual. Y no hablo de los políticos de la derecha, y no sólo de la derecha, que cuando no aplaudieron, esquivaron. Y no hablo del gobierno de Lacalle Pou, que se prodigó en gestos de respaldo al genocidio, incluso negándose a votar un cese al fuego en la Organización de Naciones Unidas y abriendo una oficina de la agencia Nacional de Innovación en pleno territorio ocupado en la ciudad de Jerusalem, en convenio con una Universidad involucrada hasta las narices en la comisión de los crímenes de lesa humanidad. No hablo de ellos, porque no se puede esperar de la derecha sometida a la orientación política del departamento de Estado de Estados Unidos otra cosa. Hablo de otras instituciones, como la prensa o la justicia, que llegó a señalar gente por antisemitismo, algunos formalizados, sin poner en contexto lo que estaba pasando. Que un genocidio cometido por el Estado de Israel no podía ser cuestionado sin que un aluvión de repetidores acusaran de antisemitismo a los que alzaban su voz contra la masacre.

El supremacismo es repugnante. Es una cosmovisión necesariamente criminal, porque importa una percepción altiva de sí mismo, que habilita a exterminar al otro que concibe como enemigo. La ejerza quien lo ejerza. No tienen perdón los que dieron alas a la justificación de Israel para aplicar un castigo colectivo por los actos terrorista de Hamas, que no por ser repudiables, habilitaban ni por casualidad semejante atrocidad, que incluyó la destrucción de todos los hospitales, universidades, escuelas, ciudades, campamentos de refugiados, que derivó en la muerte de homicidio de miles de niños y niñas, de bebés, de mamás, de personas mayores, de periodistas, incluso de funcionarios de la ONU, acompañada la sangre del robo de territorio, de actos de latrocinio de tal envergadura, que no hay palabras para describirlos.

Si alguien tenía confianza en la humanidad, en las instituciones, en la Corte Penal Internacional, en la Asamblea General de la ONU, en el Consejo de Seguridad, en la Corte internacional de Justicia, en la Haya, en la prensa global, en las figuras del deporte o del espectáculo, en las empresas, en los gobiernos del mundo, este genocidio confirma que es una confianza insostenible. La voluntad de masacrar de un aliado de los Estados Unidos, de una franquicia del poder, no tiene contraparte. Ni el gran trabajo de Francesca Albanese, cuyo monumento más chico debería engalanar la entrada de Naciones Unidas, ni las voces contadas de algunos líderes como el sudafricano, los presidente de algunos países de América Latina, y algunos otros Estados del mundo, pudieron detener esta tropelía. Todo se mostró ineficaz, inútil, intrascendente. Quedó claro que hay un imperio y que no tiene escrúpulos ni admite limites que no le sean impuestos a la fuerza. Esa es la realidad. Con ella hay que lidiar. En ese mundo estamos y empieza a ser determinante de qué lado de la mecha nos encontramos todos. No hay reglas, no hay democracia, no hay nada en el mundo, más que imperios y naciones, más que gallardos y cobardes, más que personas sin coraje y otras personas con el coraje de muchos hombres. Gracias Palestina por resistir.

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