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Editorial falacias | Fratti | economía

EL MUERTO AL HOYO Y EL VIVO AL POLLO

Falacias reduccionistas para iniciar caza de brujas

Luego de semanas de idas y vueltas entre el Gobierno y la oposición sobre si la situación fiscal heredada por la actual Administración es buena, mala o peor, el lunes pasado el ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, Alfredo Fratti, anunció que el fondo emergencia administrado por su cartera “no tiene un peso”

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Los medios no se aburren de repetir falacias de analistas que, seducidos por la autoridad de sus patrañas, imponen un relato falso tergiversado, imaginario y engañoso.

Si les creyéramos, firmaríamos que somos un país que tiene una carga impositiva desproporcionada, un Estado ineficiente, una fuerza trabajadora haragana e improductiva y un sector empresarial pujante y hasta generoso que es el motor que impulsa la economía. Pero descubriendo ese velo engañoso nos encontramos con que en esta prédica contra el Estado hay mucho de intereses, de ideología y de inmoralidad.

Una de esas mentiras repetidas mil veces y por actores que parecen tener una gran autoridad es que este Gobierno hereda una economía mejor que la que entregó el Frente Amplio cuatro años antes, un país en crecimiento moderado, pero crecimiento al fin, cifras de empleo y salario recuperadas, una macroeconomía y una fiscalidad prolija y un déficit fiscal similar a lo recibido con cuentas claras y regla fiscal incluida. Esto último ha motivado cierto debate que ha involucrado incluso a algunos actores del Gobierno que la gente recuerda como el de la Ferrari más o menos fundida, frenada y humeante.

Sin embargo, esta semana una palabra sencilla del canario Fratti abrió definitivamente el telón. Para muestra, sólo faltaba un botón. Luego de semanas de idas y vueltas entre el Gobierno y la oposición sobre si la situación fiscal heredada por la actual Administración es buena, mala o peor, el lunes pasado el ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, Alfredo Fratti, anunció que el fondo emergencia administrado por su cartera “no tiene un peso”.

La transparencia del “Canario” Fratti

Y como para no dejar margen de dudas, precisó que “ni para este año ni para el que viene”. Ya está… Fratti se refería a la necesidad de asistir a los productores afectados por el temporal que azotó Canelones y otras zonas del sur del país el jueves 17 de este mes.

Podemos repetirlo para creerlo cien por ciento: No hay ni un peso.

Dios mío, de la que nos salvamos…

¿Y si nos hubiera tocado enfrentar una sequía como la que ya sufrimos en el período pasado? ¿Y si sobreviniera otra emergencia sanitaria? ¿Qué quiere decir esto de que no hay fondos? ¿Habrá que esperar el próximo presupuesto o estirar la “regla fiscal”?

Fratti nos ayudó a entender lo que parecía difícil de ocultar aunque el ministro Oddone gambeteara con la realidad para no llevarle la contra a los economistas de las calificadoras de riesgo, los gerentes de las instituciones financieras, los analistas económicos de las páginas salmón del país y, más particularmente, al vocero de Ceres, Ignacio Munyo, que procura ser el que lleva el estandarte en el corso para pasar la gorra a las corporaciones que lo financian.

Si la intención pasaba por edulcorar la situación fiscal para no herir las sensibilidades de las calificadoras de riesgo y los mercados de deuda, la estrategia era entendible. Bastaba con exhibir la Ferrari circulando trabajosamente los días de niebla.

Pero si, ante los efectos de una tormenta limitada en el tiempo y el espacio, para ser preciso, en un pequeño pueblo canario, confesamos que el Estado no dispone de un mínimo de “espacio fiscal” para asistir a los damnificados, mañana perfectamente Ancap podría argumentar que no hay gasoil en las estaciones de servicio porque no había plata para pagarles a los transportistas o que a ASSE los laboratorios no le fían más los medicamentos porque se acabó lo que se daba.

Esto podría ser considerado como un alarmismo innecesario, pero la verdad es que en estos últimos tiempos nos hemos acostumbrado y llegamos a aceptar, hasta casi con naturalidad, que ASSE no le pague a sus proveedores, dejando a cientos de pymes —y no tan pymes— en manos de prestamistas que eufemísticamente se califican como finanzas “no reguladas” por el BCU, y que la aplaudida gestión del exministro Falero en infraestructura se haya construido sobre una montaña de deuda pública indexada y tremendos agujeros que perforan grandes empresas de construcción e hipotecan buena parte de la obra pública en la nueva administración.

Bienvenida la sinceridad de Fratti. Ante la duda, la transparencia siempre gana. Por suerte, esta semana pasó refrendada sin tapujos por el prosecretario de la Presidencia, Jorge Díaz, que tampoco anduvo con gre gre para decir Gregorio.

Si la situación de las cuentas es tal que el Estado no dispone de fondos para atender una emergencia como ésta, es mejor saberlo cuanto antes para evaluar los cursos de acción posibles y poner en capilla todas las “ilusiones” que nos hicimos de los cambios que podrían sobrevenir de ganar las elecciones el candidato en que todos los frenteamplistas depositamos nuestras mejores esperanzas.

¿De qué sirve todo el discurso de las “finanzas sostenibles” y los criterios ASG si no es posible asistir a los damnificados de los eventos climáticos? ¿O acaso no era más que cháchara de PowerPoint para engrosar los bolsillos de unas cuantas consultoras que facturan por versear y cobran en las ventanillas del Estado?

Me pregunto, ¿todavía no nos damos por enterados de que la ministra Arbeleche, Isaac Alfie y Luis Lacalle Pou son tremendos mentirosos, que el único éxito que es posible reconocerles es que gobernaron para los malla oro, dejaron el país con más deuda externa, más corrupción, más niños pobres, más desigualdad, más inseguridad y más presos?

Observando todo el frente de ataque

Es verdad que estamos en un mundo con novedades y tal vez los albores de una nueva época. Además del cambio climático, el mundo del trabajo enfrenta desafíos muy grandes como el crecimiento constante de los monopolios y la irrupción de la inteligencia artificial en la producción de bienes y servicios. No parece sensato esperar que la inversión necesaria para asegurar el crecimiento y su sostenibilidad provenga de los impulsos generosos del capital privado nacional y trasnacional.

Esta transformación, que necesitamos y que queremos intensamente, requiere por parte del Estado de más bienes públicos y nunca menos participación del Estado. Y si bien la eficiencia en el uso de los recursos públicos debe ser siempre un objetivo, la búsqueda de esta eficiencia no puede ser el motivo para desarticularlo, minimizarlo y dominarlo de manera de desnaturalizarlo. Sin un Estado que gestione los servicios estratégicos, que ayude a coordinar esfuerzos privados, que financie la investigación y que utilice sus instituciones públicas para canalizar adecuadamente el ahorro de la sociedad, no se puede concebir ninguna experiencia de desarrollo. Es más, no la hay. Aunque la busquen con lupa no la hay.

Si escarbamos bien y buscamos con honestidad intelectual, detrás de cualquier experiencia de desarrollo exitosa hay una participación relevante de la inversión pública. En la vida, como en una fábrica, lo primero que se hace es aprender a fabricar el nuevo producto, para luego optimizar los procesos de manera de hacerlos mejor y en forma más eficaz y eficiente. Pero si invertimos el orden y, antes de comenzar a producir lo nuevo, incendiamos la fàbrica vieja, se va a cagar la piola y lo peor es que puede provocar mucho enojo porque los que quedan afuera, al costado del camino y abandonados a su escasa fuerza, son presa fácil del oportunismo.

Si se logra instalar la idea de que el Estado, más que un instrumento de desarrollo, es un impedimento para el mismo y el causante de los males que vivimos, la limitante de recursos pasa a ser estructural y permanente y, más que una cuestióntécnica de proporciones, el tema fiscal pasa a ser una encrucijada moral de dimensiones calvinistas.

En efecto, en el terreno de las falacias y otros sofismas, es posible construir la idea que hoy tiene a Donald Trump como abanderado: que los países se desarrollan levantando barreras al comercio y limitando al Estado al rol de juez y gendarme.

Claro, esta falacia no explica para nada el caso de los Estados Unidos, Alemania, Japón o China, solo por mencionar los casos más emblemáticos de desarrollo en el último siglo. Aunque podría nombrar a la Unión Soviética, Irán o Corea del Norte, si me permiten nombrar a los innombrables.

En esa misma línea, cabe conjeturar qué hubiera ocurrido con la historia del desarrollo económico si personajes como Alexander Hamilton, Friedrich List, Noboru Kobayashi o el mismísimo Keynes hubieran tenido la ansiada oportunidad de iluminarse con el pensamiento agudísimo de alguno de los “popes” de la intelectualidad económica uruguaya que nos iluminan desde las páginas de El País, procurando sembrar la simiente del neoliberalismo que hoy sólo encuentra refugio en las usinas del Fondo Monetario Internacional. Seguramente hubieran cambiado el curso de la historia del desarrollo económico.

Veamos el último episodio del Decalegrón de modelos económicos presentados por la “intelligentsia” local.

Australia: el modelo está en las antípodas

En sus últimos aportes, ¡nos empezaron a hablar de Australia!

Con la llegada de Trump —quien en sus discursos hace referencia reiterada de Hamilton—, el paradigma del “modelo anglosajón” empezó a hacer agua por todos lados, dejando en offside al pandemonio de economistas neoliberales vernáculos que parlotean discursos que nadie aplica en sus países de origen. Es por allí donde se cuela la moda de promover el “modelo australiano”, proveniente de un país que habla un inglés británico, rodeado de playas magníficas para el surf, donde se practica el polo y los políticos son todos altos, rubios y de ojos azules.

Nadie recuerda que el “modelo australiano” consiste en venderle todo a China bajo el paraguas nuclear de los Estados Unidos.

Ya que estamos, examinemos un poco las bases de este “caso de éxito”. En septiembre de 1951, poco más de un año luego de comenzada la Guerra de Corea, los Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda firmaron el Tratado ANZUS, una alianza que tenía por objeto garantizar la seguridad del Pacífico Sur ante la amenaza de la Unión Soviética.

El resultado más inmediato fue que empezó a fluir capital desde los Estados Unidos hacia las dos excolonias británicas. Muy pronto, el Banco Mundial se encontraba financiando tractores, maquinaria vial, la construcción de ferrocarriles y centrales de generación eléctrica y tantas otras infraestructuras promovidas por el Estado, ya que el banco de infraestructuras concebido en Bretton Woods solo podía prestar a entidades oficiales.

Naturalmente, este esfuerzo de desarrollo fue liderado por empresas estadounidenses como Ford y General Motors, que habían crecido exponencialmente durante la Segunda Guerra Mundial tras casi una década de venderle casi toda su producción al Estado, sin riesgo de mercado ni de cobro alguno.

Este impulso a la inversión y el desarrollo australianos tuvo como efecto un importante déficit de cuenta corriente, ante lo cual el Gobierno de la época impuso todo tipo de restricciones a la importación con el objetivo de proteger las industrias locales. Cabe notar también que en esa etapa de desarrollo “anglosajón” los controles de precios y salarios eran el estado natural de las cosas y no la excepción.

Con las necesidades de desarrollo nuclear de Estados Unidos y el Reino Unido, en 1956 el Gobierno británico le firmó a la empresa australiana Río Tinto el primer contrato de suministro de uranio, lo que le permitió financiar el desarrollo de su mina de Mary Kathleen.

Estas son solo unas pinceladas para comprender por qué en la década del ‘60 la economía australiana creció a un ritmo promedio del 5,3 % anual. Pero, así como sería una falacia afirmar que el crecimiento australiano de los ‘60 se debió a los controles de precios y salarios, o a las restricciones de importaciones impuestos en la década anterior, también resulta una falacia afirmar que Australia es un “caso de éxito” como resultado de las desregulaciones impuestas desde la década del ‘90 hasta acá. En efecto, el crecimiento promedio en los ‘90, la “década de oro” del unilateralismo de OTAN, fue de solo 3,6 %, sensiblemente inferior a la marca de los ‘60.

Acá tampoco podemos introducir los “factores externos”, ya que sabemos que Australia tenía una matriz productiva de inicio muy parecida a la nuestra. En efecto, Luis Batlle Berres había recorrido los corredores de Washington a fines de 1955 pidiendo por mercados para nuestras lanas, que estaban sufriendo la caída de la demanda posterior a la Guerra de Corea. Pero Uruguay estaba en el Atlántico sur, no el Pacífico sur, y con Getúlio Vargas muerto y Perón en el exilio, no había ningún imperativo estratégico para dirigir inversiones hacia nuestra región.

De modo que no ve al Estado en la experiencia de desarrollo australiana quien no lo quiera ver. Fue el Estado, la geopolítica, los recursos naturales y la inversión pública el huevo de la serpiente que explica el milagro con que hoy nos ilustra Munyo con su novelería de supermercado. Tal vez porque esté ciego o no lo quiera ver, o tal vez porque hay gente que piensa con los intereses puestos en otro Estado y otras regiones y no los propios.

No hay nada de malo con hablar y promover el modelo australiano, pero contemos bien la historia y no una versión Billiken concebida para mentes que sólo quieren oír lo que se ajusta a sus creencias y no a la realidad.

La rebelión de los enanos

Pero si bien esta exposición periodística puede ser, o no, útil para reflexionar sobre saberes, creencias, razones y especulaciones, se torna más peligrosa cuando adquiere la magnitud de una especie de llamado a la rebelión contra el Estado como el que hiciera Munyo la semana pasada en su columna de El País. Munyo pasó de poner a disposición del Gobierno un estudio realizado por Ceres sobre regulaciones del Estado a promover una corrida contra el Estado que desarme estructuras que hasta ahora se consideraban necesarias para nuestro desarrollo. Munyo se inspira en Milei y pasa discretamente a la ofensiva en una nota periodística que hasta podría catalogarse como “subversiva”.

Argentina puede darse el lujo de reincidir en ese añorado sueño de convertir a las pampas en una estancia de Londres. Tiene riquezas suficientes como para seguir cometiendo el mismo error histórico unas cuantas iteraciones más. Pero el Uruguay sin un Estado fuerte y presente resulta inconcebible para nuestro desarrollo histórico, nuestras capacidades económicas y nuestra inserción en la geopolítica regional.

El Estado debe ser impulsor de nuestro crecimiento y la sostenibilidad del mismo. Es por ello que el llamado de Munyo en su columna de El País a instrumentar una cruzada anti Estado debe tomarse con mucho cuidado. Ya no importa lo que diga la historia del desarrollo económico. No importa que Estados Unidos, China y Europa compitan para ver quién protege más a sus industrias. Sigamos, mejor, a Milei, a su hermana y la motosierra de Sturzenegger, que seguramente allí se encuentra la fórmula del agua tibia… Parecería que, para el director de Ceres, hay que socavar al Estado sin miramientos.

Y si la “institucionalidad” no se alinea, entonces alentemos una campaña de delación donde cualquier ciudadano y, sobre todo, cualquier corporación pueda llamar para denunciar a un funcionario, a una dependencia o a una empresa estatal para orquestar un concierto de voces que reclamen cómo bajar el gasto público. Ya no es el inocente pegotín de Alfredito Etchegaray que pegamos en el vidrio trasero del auto pidiendo bajar el gasto del Estado. Ahora es toda la estructura de Ceres financiada por grandes corporaciones para organizar la rebelión.

De golpe, todo va a estar en cuestión, y de tanta borrachera de institucionalidad, seguridad jurídica, estabilidad, previsibilidad, república y democracia, terminaremos no haciendo la revolución de las cosas simples, una auténtica rebelión de los enanos.

Lo peligroso de esta línea de pensamiento es que se fogonea la idea de que la existencia de un “país ordenado y previsible” no tiene que ver con el Estado benefactor, potente, solidario y batllista, sino que, por el contrario, se logró a pesar de un Estado que “complica lo que podría facilitar”, ahoga la iniciativa privada, expulsa la inversión extranjera y nos condena a un magro crecimiento que nos aleja cada vez más de la felicidad y nos acerca al infierno del Dante donde, cuando entramos, abandonamos toda esperanza.

Con su llamado a la delación, muy seguramente los mandantes de Ceres lograrán que algunas regulaciones de bajo nivel sean eliminadas. Quizás en lugar de tres rombos para los alimentos tengamos dos cuadrados o cosas por el estilo. Quizás, si tiene éxito, se pueda en un futuro organizar un partido de baby fútbol sin que tenga que estar presente un médico para atender cualquier accidente. O de repente podamos conducir con un mayor grado de alcohol en sangre. Pero me temo, o tengo la casi plena certeza, que las regulaciones que permiten a grandes intereses seguir capturando rentas a costa de la población van a seguir incambiadas y probablemente incluso salgan fortalecidas.

Veremos lo que ocurre con la vivienda promovida.

¿Y dónde está Ceres para frenar la aberración del Proyecto Neptuno o el desastre de las lanchas 2 OPV encargadas por el Estado a una empresa fantasma?

Tampoco lo veo a Munyo pedir más regulaciones para los esquemas Ponzi como los que aparecieron como hongos y donde, oculto en los inversionistas incautos, se escondía un gigantesco lavadero de plata de origen ignoto.

No puedo olvidar que Isaac Alfie, no sólo no denunciaba las desregulaciones de los fondos ganaderos, sino que procuraba poner su dinero a especular con los intereses que le prometían.

Para Munyo no hay nada malo con la captura de rentas, en la medida que éstas puedan ser giradas periódicamente a los BlackRock y sus múltiples agentes oficiosos en nuestro país. Lo que no se puede permitir es que las mismas queden en manos de trabajadores y pymes nacionales, ese sería el pecado original de su “modelo”.

Lo cierto es que hay que frenar esta cruzada de enanos antes de que el daño sea irreversible. Y para ello se necesitan procurar los recursos fiscales necesarios que permitan apoyar a trabajadores y empresas durante esta difícil etapa para la economía mundial.

Empecemos por mirar en serio el cúmulo de exenciones fiscales y nos vamos a sorprender por a dónde es que se van los recursos del Estado. Sigamos asumiendo que la educación, la investigación y la innovación necesitan de más recursos públicos.

No compremos más fábulas. Es más, si yo fuera gobierno, me apoyaría en esa inmensa masa de frenteamplistas, de gente trabajadora y humilde que votó por un programa transformador que tiene muchas esperanzas de cambio, que aspira a vivir en un país más inclusivo y que quiere dejar atrás las rémoras que obstaculizan nuestro desarrollo, como la pobreza, la desigualdad y la prudencia excesiva.

Yo les tengo más miedo a los consejos de Hernán Bonilla, Caumont, Michele Santo, Ignacio de Posadas e Ignacio Munyo que al pueblo reclamando justicia.

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