“En casa se hablaba de política, pero con el miedo que imponía la dictadura. Mis padres no estuvieron presos, o mejor dicho, estuvieron sin estar, como tantas otras personas. Porque hubo una generación que sufrió la dictadura no solo desde la cárcel o el exilio, sino también desde el silencio y la represión cotidiana. Esa es una historia que aún está por escribirse y que, de algún modo, abordo en mi tesis de maestría sobre la música en la radio oficial, en el SODRE, durante la dictadura. Es también parte de la historia del Uruguay: la de los reprimidos, los que vivieron con miedo. Mi padre solía reflexionar y decir: ‘A mí no me pasó nada’. Pero sí les pasó. El miedo a hablar, el temor constante, la autocensura... todo eso fue parte de su vida. Mi madre, por ejemplo, recordaba que cuando estaba en una manifestación, estando embarazada, un militar la persiguió, se escondió en el jardín de una casa y el dueño de casa no la delató y pudo escapar. Mi padre estuvo detenido en Inteligencia por una o dos semanas. Las fuerzas conjuntas asediaron varias veces la casa que alquilaban en Atahualpa. Vivieron muchas situaciones de miedo, pero como no sufrieron torturas físicas, sentían que no les había pasado nada".
¿Cómo nació su interés por la cultura?
En mi infancia, el trabajo y el estudio eran fundamentales. Mi madre, que era de Cerro Largo, estudió magisterio después de casada y con un hijo. Mi padre, que también era de Cerro Largo, se vino a Montevideo con 14 años y trabajó toda su vida como obrero. En casa no se gastaba dinero en otra cosa que no fueran libros. Cuando volvíamos de la escuela con la lista de textos para el año, mi padre quería comprarlos todos. Mi hermana y yo tratábamos de seleccionar solo los necesarios, pero él insistía. Él tenía muy claro que quería que fuéramos universitarias, aunque solo conocía las carreras tradicionales: abogado o médico. Cuando decidí estudiar música y musicología, le costó entender de qué se trataba. La carrera existía desde 1950, pero para él era algo desconocido. A pesar de las dificultades para comprender mi elección, siempre me dio libertad, y eso es algo que le agradezco profundamente. Si bien siempre me interesó la investigación y la biología, descarté la medicina porque no podía lidiar con la muerte. Sabía que los médicos tenían que enfrentarse a cadáveres y a situaciones difíciles, y yo sentía un fuerte rechazo hacia eso. Así fue que a los siete años comencé a estudiar música en el barrio. Primero fue guitarra eléctrica para tocar en una banda de rock en el barrio. Y después unos amigos me contaron que existía la Escuela Universitaria de Música y que, además, era gratuita. Decidí ir a inscribirme. Cuando llegué, me encontré con un mundo completamente nuevo. Por supuesto, no había guitarra eléctrica, solo guitarra clásica y los instrumentos clásicos de orquesta. Había cupos para estudiar flauta traversa —que salían carísimas y yo no podía comprarme una—, pero después pude tener una del Palacio de la Música y comencé mis clases. Ingresé a un mundo académico completamente desconocido para mí. No vengo de una familia de músicos ni de una familia acomodada. Entré a un espacio que hasta el día de hoy es considerado elitista, pero desde un lugar completamente ajeno a esa élite. Siempre tuve claro de dónde vengo, y no olvidarlo es importantísimo. Eso me dio una visión ecléctica de la cultura. Por eso, cuando alguien sostiene que ‘lo popular es mejor’, yo no estoy de acuerdo. Ni lo popular ni lo académico son superiores; todo forma parte de un mismo fenómeno. Lo fundamental es que la música, sea cual sea su origen, se profesionalice, que aporte a la sociedad y viva para ella con el mejor nivel posible. Hoy en día, ya no se habla de ‘música culta’, sino de música académica y música popular. Esa dicotomía de otra época quedó superada. Paradójicamente, ahora lo académico es lo marginado. La gran diferencia entre la música popular y la música académica no radica en los géneros, sino en su forma de transmisión: una se transmite de manera oral y la otra, de manera escrita. Simple y complejamente, esa es la distinción.
¿Cuáles son los ejes de trabajo de Audem?
Siempre buscamos la profesionalización de nuestro trabajo a nivel nacional. Tenemos una historia de 86 años de asociación para aportar. Además, Audem es el único gremio de músicos que pertenece al PIT-CNT y formamos la intergremial de cultura, que también integran la Asociación de Danza del Uruguay (ADDU) y la Sociedad Uruguaya de Actores (SUA). Intentamos contribuir en la generación de políticas públicas, en todo el país, que mejoren las condiciones de los artistas y de la sociedad en general. En su momento, la intergremial redactó la Ley N.° 18.384, Estatuto del Artista y oficios conexos, vigente desde hace más de 15 años y, gracias a esta normativa, los artistas podemos acceder al beneficio jubilatorio y demás prestaciones del Banco de Previsión Social.Se trata de un estatuto que, en la actualidad, necesita ser reformado en favor de los artistas, porque el tipo de vínculo laboral que tenemos es especial. No se puede contabilizar de la misma manera que el de trabajadores de otras ramas, como el comercio o el sistema bancario.
La pandemia fue dura con el sector pero la precariedad siempre existió.
Terrible. El impacto fue enorme y las heridas aún persisten. El apoyo del Estado al sector fue mínimo, pero gracias a la existencia de colectivos, sindicatos y cooperativas pudimos sostener a muchos trabajadores. Quienes aportaban a nuestra cooperativa (Coopaudem) pudieron acceder al seguro de paro, algo impensable sin la organización gremial. Sin embargo, muchos quedaron por fuera, recibiendo apenas un subsidio insuficiente. Pero más allá del golpe económico inmediato, la pandemia marcó un punto de inflexión en la forma en que la música se produce, distribuye y consume. Cambió la relación con el público y la manera de comunicarnos. El proceso se aceleró y todo se volvió virtual. Antes, los músicos podían vender sus discos físicos en los conciertos, lo que representaba una fuente de ingresos directa. Hoy, lo que las plataformas pagan a los creadores e intérpretes por las reproducciones es irrisorio. El mercado quedó totalmente en manos de las multinacionales. Ya no se venden discos, ya no se venden libros como antes, y eso es gravísimo. Si no pensamos nuevas estrategias, la riqueza seguirá concentrándose en unos pocos, que por supuesto no son las y los trabajadores.
Audem cuenta con más de 6.000 socios y la mayoría son trabajadores independientes. Están a la intemperie. Hay quienes se desempeñan como docentes en la educación formal, tanto pública como privada, lo que mitiga un poco esa falta del paraguas de los derechos de la seguridad social. Acá hay que señalar que la reforma educativa también nos afectó, porque eso generó recortes de horas para docentes. Muchos docentes de música, que son nuestros socios, trabajan bajo contratos temporales en los gobiernos municipales. En la mayoría de los casos, se los contrata solo de marzo a diciembre, sin derecho a cobrar vacaciones. De todos modos, la Ley del Artista permitió la creación de cooperativas artísticas —Coopaudem y Valorarte—, un gran logro tanto a nivel nacional como internacional.
¿Qué rol desempeña la Escuela de Música de Audem?
Desde hace tiempo buscamos la profesionalización de nuestra tarea, pero, al mismo tiempo, se trata de una escuela sin fines de lucro. Es privada, pero su objetivo no es generar ganancias, sino sostenerse. Los trabajadores, principalmente los profesores, son quienes perciben un sueldo por su labor, pero la escuela no persigue fines comerciales. Tenemos convenios con los trabajadores y sindicatos afiliados al PIT-CNT porque nuestro propósito es ofrecer nuestro conocimiento. No podemos hacerlo de manera gratuita, ya que no recibimos ayuda de ningún lado, sino que nos autosustentamos. Sin embargo, todos los afiliados y sus familiares cercanos —hijos, padres, abuelos— tienen la posibilidad de acceder a clases de música con profesionales altamente calificados.
Los profesores que enseñan aquí son músicos calificados, pero lo más importante es que saben transmitir la parte sensible y colectiva de la música. Enseñan a escuchar a los otros, a crear más allá de lo que se nos impone. Y eso, por supuesto, es clave porque todo lo cultural genera libertad de pensamiento. Por eso el énfasis en la profesionalización, que “no significa estar encorsetado, sino aprender de otros para construir el propio conocimiento”. En las aulas te podés encontrar con las clases de Nives Dearmas, Álvaro Cabrera Barriola, Vani Campos, Gustavo Goldman, Enzo Fernández, Gonzalo Gravina, Maxi Clerici, Lorena Di Gregorio, Carlos Céspedes, Agustina Motta, entre otros, y también hay clases o charlas magistrales de profesionales asociados a Audem, en espacios de intercambio con concertistas y figuras de la música uruguaya. Audem somos muchos, como los hermanos Ibarburu, Guillermo Peluffo, La Mufa, Cristina García Banegas, Eduardo Larbanois, Héctor Numa Moras, Hugo Fattoruso, Colomba Biasco, Rúben Rada, Catherine Vergnes, Enrique Graf, Federico Britos, Héctor Fino Bingert, Julio Cobelli, Erika Büsch, Marihel Barboza, el Fata Delgado, Valeria Lima, Sabrina Lastman, Mariana Airaudo, Santiago Tavella, Daniel Lasca o Carolina Hasaj, entre tantas y tantos otros.
¿Qué otras áreas de trabajo desarrollan?
Desde el sindicato impulsamos la producción de espectáculos que marcan una política cultural. Este año celebraremos la séptima edición del Encuentro Internacional de Saxofones, que se organiza a pulmón desde Audem. Es un evento de gran nivel donde participan maestros y maestras de distintas partes de Latinoamérica y el mundo. Se ofrecen masterclases, talleres y espectáculos, acercando este conocimiento a una población que, de otro modo, difícilmente tendría acceso a estos profesionales.
No debe ser sencillo producir espectáculos en un escenario dominado por unas pocas megaempresas que marcan las reglas y condicionan el mercado.
Totalmente. Vivimos el avasallamiento de las grandes productoras y empresas que imponen sus reglas, regulan los mercados artísticos y con su poder, condicionan la producción y el consumo cultural. Esa es la realidad actual. Existen diferencias económicas demasiado grandes entre los espectáculos producidos por las multinacionales y los producidos en Uruguay. Además, si viene un gran espectáculo del exterior, el Estado lo exonera de impuestos, y una entrada puede costar entre ocho mil y quince mil pesos. Mientras tanto, los espectáculos nuestros, que se hacen con mil esfuerzos y presentan a maestros y maestras de nivel internacional, se ofrecen por apenas cuatrocientos pesos. Y no tenemos exoneración de nada. Todos sabemos que los megaespectáculos que cuentan con el beneficio de las exoneraciones tributarias agotan entradas a precios exorbitantes. Es una competencia desleal. Y es muy triste que el Estado no regule esto y muchas veces beneficie esta lógica con contrataciones y con una política cultural improvisada, sin bases ideológicas, que termina bailando al mismo son de lo que critica.
Otra línea de trabajo es en materia de género. Hace dos años Audem creó la subcomisión de Género, con el objetivo de promover la igualdad en el ámbito musical. Existe una ley de cupo que está en el Parlamento hace tiempo, impulsada por colectivos feministas, y que hemos tomado como referencia para la organización de festivales. No solo apoyamos la iniciativa con el discurso, sino con el trabajo concreto, porque creemos en su importancia. Es una política cultural que impacta directamente en las generaciones futuras. Estamos diciendo ‘podemos’, y demostrando que desde acá también se puede.
Además, dentro de la Escuela contamos con un departamento de música antigua y otro de música popular. En el de música antigua se imparten talleres y clases utilizando réplicas de instrumentos de época, como el laúd, el clave, la flauta y el violín barroco. Es un mundo completamente distinto, un lenguaje que no se encuentra en el país. Además, es una estética sonora que estimula otras áreas del cerebro y desarrolla una percepción diferente. La construcción de un discurso modal, en el que, por ejemplo, se busca la inclusión de las disonancias y su resolución, algo que en la música tonal posterior no está permitido, y que perdura en la música popular hasta la actualidad. Sumergirse en ese universo abre nuevas posibilidades de comprensión musical. Por otro lado, el departamento de música popular abarca todos los géneros de raíz latinoamericana: tango, candombe, música tropical, folclore y el canto de autor. Es un mundo distinto en cuanto a la forma de transmisión del conocimiento musical. Y todo abre un universo de conocimiento y de sinapsis al que todas y todos podemos acceder, no importa la edad.
¿Qué rol pueden desempeñar la música y la cultura cuando el fascismo avanza en el mundo?
Nosotros somos parte de un colectivo, que a su vez forma parte de otros colectivos, y nuestra intención es aportar a la sociedad nuestros saberes. Queremos compartir y poner en valor nuestro conocimiento, porque creemos en la construcción colectiva y en la importancia del arte como herramienta de transformación social. El fascismo y la derecha han permeado tanto que muchas veces la gente no reconoce su verdadero significado. Son ideologías que buscan desacreditar lo colectivo, lo sindical, y que instalan la idea de que nada sirve, de que lo único importante es lo que se consume, de que cada uno debe preocuparse sólo por su propio beneficio. Buscan separar, discriminar a los extranjeros, a los diferentes, a quienes se atreven a reflexionar y a mostrar otro punto de vista. La derecha es la industria del entretenimiento al servicio de la alienación. Los autores postmarxistas nos han dejado mucho escrito al respecto, hay que leer y reflexionar y buscar a quienes dedicamos nuestro tiempo a esto para no equivocarse y dejarse avasallar por la corriente dominante. Otro de los aspectos centrales del sindicato de músicos es la lucha cultural contra las imposiciones de los sectores conservadores y con quienes se disfrazan de trabajadores y no lo son. Y esa pelea la estamos dando todos los días; la damos denunciando la corrupción y las injusticias en nuestro ámbito, creando, enseñando y aprendiendo, creyendo en que las instituciones son nuestras y que debemos trabajar por ellas siendo parte y aportando nuestra experticia. En tiempos de inteligencia artificial, los y las profesionales de la música podemos aportar desde lo más genuino del arte, no se trata de luchar contra la tecnología sino de no olvidar nuestros objetivos, como comunidad, desde el interior o desde la capital y proyectarnos desde una visión trasnacional y colectiva.
(Producción MC)