Resuelto a escribir una historia del PCS, Lodge no se impuso una tarea fácil. El «Partido Secreto» mantuvo a raya su vida interna durante la larga guerra contra el apartheid, que tuvo que librarse bajo el peso de una inmensa represión dentro del país hasta los años sesenta, y después desde el exilio en toda Europa y África. Sin embargo, el tambaleo del régimen del apartheid a partir de finales de los 80, que condujo a la desprohibición del PCS junto al CNA en 1990, aceleró la labor de Lodge. Las memorias y entrevistas de los cuadros del partido, habitualmente herméticos, podrían ser ahora más accesibles.
A diferencia de estudios anteriores que se han centrado en periodos o dimensiones particulares de la vida del PCS, el panorama de Lodge abarca más de un siglo de historia política y organizativa. Las biografías de los cuadros dirigentes, los debates estratégicos y teóricos, las redes comunistas nacionales y locales, etc., se abordan a lo largo de sus nueve capítulos.
Con casi quinientas páginas y otras ciento veinte de notas finales, el estudio de Lodge se distingue entre otras notables historias de partidos comunistas nacionales. Lucio Magri enmarcó principalmente su retrospectiva sobre el Partido Comunista Italiano en el periodo comprendido entre el «giro de Salerno» de Palmiro Togliatti y la década de 1990, mientras que el Lost World of British Communism que reconstruyó Raphael Samuel se refería específicamente a la década de 1940.
Red Road to Freedom, en cambio, intenta hacer un relato completo y detallado de toda la cronología de su tema, y podría decirse que lo consigue. Se trata de un gran logro. A lo largo de esta completa progresión por la historia del partido aparecen varios hilos rojos clave. Uno de los más destacados es la prolongada transformación de la organización de una modesta y casi exclusivamente blanca formación vanguardista en un partido de masas realmente considerable y predominantemente negro.
Orígenes
El PCS es probablemente más conocido hoy en día por sus actividades durante los últimos años del apartheid. Bajo el liderazgo de Joe Slovo y Chris Hani, el partido empezó a contar de nuevo con el apoyo de sus bases dentro de Sudáfrica, y sus insignias aparecieron en las manifestaciones contra el apartheid. Este momento quedó plasmado en una conocida foto, tomada en un mitin de 1990, de Nelson Mandela (que fue miembro del partido durante un breve periodo) junto a Slovo y Winnie Mandela ante una enorme pancarta con el martillo y la hoz. Red Road to Freedom abre su relato ocho décadas antes de este cuadro culminante con la prehistoria del pequeño partido blanco que se fundaría en 1921.
Lodge comienza con las diversas corrientes diaspóricas que alimentaron una pequeña cultura socialista dentro de la colonia de colonos, incluido el laborismo blanco anglófono, el sindicalismo y el bundismo, la tendencia socialista judía con orígenes en el imperio zarista. Lodge atribuye un papel especialmente importante a los emigrantes judíos de Europa del Este en «la evolución del socialismo revolucionario sudafricano».
En este sentido, la inclinación de los bundistas a «oponerse a la discriminación racial en general» tras su propia experiencia con el antisemitismo zarista fue un agente clave para «reforzar las predisposiciones» de la izquierda radical del movimiento obrero sudafricano, entonces exclusivamente blanco, a «extender la organización más allá de los trabajadores blancos». La enorme contribución de los sudafricanos judíos a la lucha contra el gobierno de la minoría blanca queda patente en todo el libro: basta pensar en Ray Alexander, Denis Goldberg o Ruth First.
Antes de esbozar los primeros años del Partido Comunista, Lodge explora su principal predecesora, la Liga Socialista Internacional (ISL). Se trataba de una agrupación antimilitarista que se había escindido del Partido Laborista Sudafricano en 1915, asociándose con la izquierda de Zimmerwald en Europa. La ISL contaba entre sus líderes con W. H. Andrews —conocido como «el [Karl] Liebknecht de Sudáfrica»— y destacados defensores de la organización con trabajadores africanos, como Sidney Bunting y David Ivon Jones. Celebró la Revolución Rusa, que reforzó la importancia para estos socialistas blancos de lo que ellos denominaban «la solidaridad del trabajo independientemente de la raza o el color».
Los primeros miembros africanos de la ISL, como T. W. Thibedi y Hamilton Kraai, entraron en su órbita en parte gracias a su participación en la fundación de los Trabajadores Industriales de África, el primer sindicato negro de Sudáfrica. Lodge sostiene que estos primeros reclutas desempeñaron un papel decisivo en la adaptación del «léxico extranjero» del marxismo a las condiciones sudafricanas y, en última instancia, en la «indigenización de un linaje socialista sudafricano».
En 1921, la ISL, junto con otras pequeñas entidades socialistas como el Club Marxista de Durban, aceptó las veintiún condiciones establecidas para la afiliación a la Internacional Comunista y fundó el Partido Comunista de Sudáfrica (CPSA). El partido funcionaría con este nombre durante las tres décadas siguientes, antes de que su prohibición en 1950 y su reforma clandestina tres años más tarde lo rebautizaran como PCS.
Cruzar la línea de color
Lodge ilustra los serios retos a los que se enfrentó el joven Partido Comunista cuando su ostensible compromiso con la unidad proletaria interracial de masas se topó con el orden social segregacionista de Sudáfrica. Estos retos quedaron dramáticamente ejemplificados en la Revuelta de Rand de 1922, la huelga de los mineros blancos convertida en insurrección que aparece en la portada del libro.
Los huelguistas blancos ocupaban una posición relativamente privilegiada dentro de un mercado laboral racialmente jerarquizado, y temían ser suplantados por mano de obra africana peor pagada. Articularon su oposición a las amenazas capitalistas reales a sus medios de subsistencia con el lenguaje del racismo antinegro, ejemplificado por la estridente pancarta que desplegaron con el mensaje «Trabajadores del mundo, uníos y luchad por una Sudáfrica blanca».
Como explica Lodge, los comunistas, aún abrumadoramente blancos, dieron en general su apoyo (crítico) a la Revuelta Rand, y muchos miembros del partido racionalizaron el fervor identitario blanco como una forma de «conciencia transitoria» en el camino hacia una perspectiva más revolucionaria basada en la solidaridad interracial. Se trataba de una perspectiva optimista que el alarmante estallido posterior de violencia pogromista desengañaría.
El tratamiento que hace el libro de la década de 1920 se centra en particular en los esfuerzos más concertados del partido bajo la presidencia de Sidney Bunting para reclutar cuadros negros. Reorientó sus esfuerzos de «ganarse a los trabajadores blancos» hacia las luchas y los derechos de los africanos, lo que llevó a un funcionario a abandonar el partido con la queja de que los africanos «no podían apreciar los nobles ideales del comunismo».
Lodge detalla ampliamente las iniciativas a través de las cuales el CPSA se esforzó por atraer a los trabajadores negros. Estas incluían el compromiso con los sindicatos africanos y las organizaciones nacionalistas, la ayuda para establecer nuevos sindicatos y la producción de publicaciones en lengua isiXhosa. También hubo iniciativas comunitarias como las escuelas nocturnas de alfabetización y teoría marxista con el ABC del comunismo de Nikolai Bujarin y Yevgeni Preobrazhensky.
El cuadro africano Joseph Phalane tenía el siguiente mensaje para una reunión de sindicalistas negros en 1926: «Soy comunista no porque haya blancos en el Partido Comunista, sino porque ese es el Partido que nos hará libres. Queremos un Partido Comunista negro». Moses Kotane fue otro recluta africano de este periodo y llegó a ser secretario general del partido desde 1939 hasta su muerte en 1978. El proceso de africanización, por tomar prestada una frase que Kotane prefería, fue, en palabras de Lodge, una «experiencia transformadora» para el lugar del PCS en la historia del siglo XX.
Comunismo y liberación nacional
El mejor relato de la inmersión cotidiana del CPSA en la vida comunal negra se encuentra en el capítulo dedicado a la década de 1940. Lodge reconstruye de forma impresionante la vida local y las redes del partido en diferentes municipios africanos, explorando su participación en tiempos de guerra y posguerra en las luchas del creciente proletariado negro periurbano. Describe un aspirante a partido negro de masas «de eficacia y carácter social variables».
En 1950, según Lodge, el partido de Kotane había recorrido un largo camino desde sus orígenes obrero-blanquistas. Las voces que habían estado «defendiendo un enfoque basado principalmente en la lucha de clases interracial» de la política revolucionaria —separadas de las corrientes nacionalistas africanas— se habían convertido ahora en minoría.
La relación de los comunistas sudafricanos con la política nacionalista africana es otro tema constante en el relato de Lodge. La actitud de Bunting hacia el primer CNA era burlona: lo veía como «un admirable amortiguador que permitía a la clase dominante eludir la emancipación real de los nativos». Cuando el Congreso adoptó una postura más combativa hacia la supremacía blanca, el PCS de Kotane formó una alianza a largo plazo con el CNA en la lucha contra el apartheid que ha perdurado desde la liberación.
Lodge tiene que evaluar afirmaciones contradictorias sobre el alcance de la influencia del PCS dentro de la Alianza del Congreso durante la década de 1950, la llamada década del desafío. Llega a la conclusión de que los comunistas, que «ya estaban bien establecidos en la cúpula del CNA», «lograron dar forma a la orientación programática del CNA» desde mediados de la década de 1950. Según Lodge, los teóricos del PCS —en particular Lionel «Rusty» Bernstein— desempeñaron un «papel central» en la formulación de la Carta de la Libertad de 1955, con sus referencias a la «democracia popular» y una cláusula económica que favorecía la nacionalización de la industria.
En respuesta al Estado de Emergencia que siguió a la masacre de Sharpeville de 1960, escribe Lodge, «los líderes comunistas y de liberación nacional» formaron conjuntamente «una nueva formación armada» tras una propuesta del intelectual marxista-leninista Michael Harmel, «evocadoramente titulada “¿Qué hacer?”». Durante los siguientes treinta años, las operaciones militares de este nuevo grupo, uMkhonto we Sizwe («Lanza de la Nación»), simbolizarían la unidad formal práctico-programática entre el Partido Comunista y la corriente principal del movimiento de liberación nacional africano.
Debates teóricos
Junto con esta convergencia práctica entre las políticas del PCS y del CNA, Red Road to Freedom describe una sucesión de debates al interior del marxismo sobre las relaciones entre clase y raza, capitalismo y colonialismo, y revolución proletaria y liberación nacional. En el curso de estas discusiones, el partido elaboró una «justificación teórica» de su alineamiento con el nacionalismo africano ostensiblemente burgués.
Lodge dedica mucho espacio a la controversia sobre el concepto de «república nativa». Se trataba de una tesis de la Comintern de 1927-1928 de orígenes controvertidos que estipulaba que el CPSA debía promover «como su consigna política inmediata una República Sudafricana negra independiente como etapa hacia una república obrera y campesina». Dividió al partido, con cuadros marxistas, blancos y negros, que defendían o denunciaban «la noción de un progreso por etapas hacia el socialismo» en Sudáfrica, lo que implicaba que la revolución proletaria debía retrasarse hasta algún momento futuro mientras los comunistas dedicaban sus esfuerzos actuales a la consecución de una república nativa (no comunista).
Del mismo modo, la posterior alianza del PCS con el CNA recibió una «justificación doctrinal» en la clasificación de la Sudáfrica del apartheid como una «colonia de tipo especial», en la que el partido debía perseguir «objetivos “democráticos nacionales” intermedios». Esto significaría trabajar para derrocar el gobierno de la minoría blanca como parte de una etapa preliminar antes del «pleno desarrollo de una sociedad socialista». La discusión de Lodge sobre estas revisiones del pensamiento marxista ortodoxo sobre la política nacionalista —que seguiría dominando el pensamiento del partido durante todo su periodo en el exilio— es uno de los elementos más fuertes del libro. El autor teje un relato claro y coherente de la trayectoria intelectual del PCS a partir de un registro histórico a menudo (conceptual y archivísticamente) bizantino.
Relaciones internacionales
Una de las secciones más memorables del libro explora el alcance mundial del PCS después de que la represión policial obligara a huir del país a aquellos de sus cuadros que aún no habían sido encarcelados. Lodge sigue la odisea de dirigentes y operativos del partido por todo el mundo, desde Gran Bretaña y el Bloque del Este hasta Estados africanos solidarios como Tanzania, Mozambique, Angola y Zambia. Destaca especialmente la cobertura de Ronnie Kasrils y su actividad en Londres, donde trabajó con el Movimiento Antiapartheid y la amplia izquierda, al tiempo que reclutaba a jóvenes para llevar a cabo peligrosas misiones dentro de la propia Sudáfrica.
Red Road to Freedom es una verdadera historia internacional, y no solo en su tratamiento del cuarto de siglo de exilio del partido. Aunque el PCS tenía sin duda sus propias características idiosincrásicas, algunos de los momentos clave de la historia comunista mundial dejaron su impronta en el partido. Esos momentos abarcaron desde las fases del Tercer Periodo y del Frente Popular del desarrollo de la Comintern hasta el Terror de Stalin, el antifascismo en tiempos de guerra, el establecimiento de estados comunistas en Europa del Este (donde algunos cuadros del PCS tenían sus raíces), la escisión chino-soviética y la desaparición definitiva del bloque liderado por la Unión Soviética en 1989-1991.
La relación del PCS con la Unión Soviética y otros Estados comunistas, como Checoslovaquia y Alemania del Este, ocupa un lugar destacado. En algunos aspectos, esta conexión parece haber sido beneficiosa. Como señala Lodge, el ala militar del ANC, uMkhonto, recibió una «considerable» ayuda financiera y un «generoso» apoyo militar de los países del Bloque del Este, cuya «excepcional» amabilidad hacia el ANC se debía en gran medida a sus vínculos con el PCS.
Por otra parte, Lodge no rehúye algunos de los momentos más poco halagüeños del PCS en este contexto. La década de 1930 fue el apogeo de la subordinación del PCUS a la política de la Comintern. Fue una época en la que una dirección intolerante purgó a Bunting y a otros por insuficiente lealtad a los caprichosos dictados de Moscú. Un miembro de esa dirección, Lazar Bach, nacido en Letonia, fue más tarde víctima del tren desbocado de la paranoia estalinista y murió en un gulag.
Lodge describe los efectos nocivos de «una cultura política alimentada por los mandatos de la Comintern, en la que el desacuerdo se percibía como traición». Una habituación duradera a este estilo de autoritarismo fue visible más tarde en el siglo, cuando los cuadros del PCS ofrecieron una justificación general (aunque no unánime) de las intervenciones soviéticas en Hungría y Checoslovaquia.
Red Road to Freedom capta bien las ambigüedades y contradicciones de la relación marxista-leninista del siglo XX con la política de democracia y liberación a escala internacional. Sin embargo, Lodge pone justificadamente el énfasis general en lo que denomina el papel «central» (y a menudo genuinamente heroico) desempeñado por los comunistas en la superación de la opresión racista en Sudáfrica, y en la «evolución de las actividades políticas organizadas que han tratado de comprometer a todos los sudafricanos como ciudadanos».
Después del apartheid
Lodge reúne los temas de su libro en el último capítulo, en el que analiza el lugar del PCS en el panorama político sudafricano posterior al apartheid. A diferencia de muchos partidos comunistas clásicos, el PCS sobrevivió al corto siglo XX y hoy constituye el segundo partido de Sudáfrica por número de afiliados. Los comunistas, afirma Lodge, «siguen perteneciendo a la corriente política mayoritaria de Sudáfrica».
El partido ha mantenido una relación estrecha, aunque progresivamente más complicada, con el «partido-Estado» del CNA. Cada gobierno del ANC desde 1994 ha incluido a algunos de sus cuadros dirigentes en funciones ministeriales, mientras que, como señala Lodge, todos los presidentes sudafricanos posteriores al apartheid —a excepción del actual líder Cyril Ramaphosa— «en un momento u otro pertenecieron al partido».
Sin embargo, el alejamiento del CNA de la visión económica socialista de la Carta de la Libertad hacia el neoliberalismo durante su mandato ha tensado sin duda la alianza histórica. Los ministros comunistas y los funcionarios locales no han estado exentos de culpa en las políticas de liberalización económica del ANC (por no hablar de las polémicas políticas de «búsqueda de rentas»). Sin embargo, el PCS ha empezado a articular una crítica del modelo económico del CNA, que entiende como resultado, en parte, de la proximidad de los dirigentes del CNA a la nueva «burguesía negra» de Sudáfrica.
El proceso de desarrollo de esta crítica, como detalla Lodge, ha sido prolongado y controvertido. Los líderes del partido apoyaron al gobierno en muchos casos, incluyendo, vergonzosamente, la masacre de mineros en huelga en Marikana en 2012. Mazibuko Jara y Vishwas Satgar fueron expulsados por cuestionar el apoyo del PCS a Jacob Zuma, mientras que otros, como Ronnie Kasrils, se «desvincularon» del partido. Al mismo tiempo, explica Lodge, el programa más reciente del PCS ha puesto en tela de juicio el pensamiento tradicional de su adhesión al CNA. Ahora afirma que la tarea de «lograr la democracia nacional» «requerirá un avance cada vez más decisivo hacia el socialismo».
Lodge interrumpe su estudio con el reto al que se enfrenta el actual PCS, tal y como él lo ve: cómo «reafirmar una identidad independiente» como formación específicamente socialista sin romper del todo con su asociación de siete décadas con el «movimiento nacionalista más amplio», que sigue creyendo que ocupa «los principales lugares de lucha» y los «principales centros de poder» para la consecución de su «camino rojo».
Un camino rojo hacia la libertad
El amplio retrato que hace Tom Lodge del PCS es definitivo. Al abordar todas las facetas de la vida del partido a lo largo de cada fase de su evolución, y gracias al dominio de los archivos por parte de un experto, Red Road to Freedom ofrece a los lectores una perspectiva hasta ahora inédita de la historia del PCS en su totalidad. Por su autorizada e imparcial meditación sobre las más encarnizadas controversias internas del partido, y por su experta reconstrucción de capítulos de la historia antaño secretos y aún controvertidos, Red Road to Freedom es insuperable.
Ningún estudio tan ambicioso puede ser perfecto. Al optar por un enfoque evaluativo en lugar de estrictamente cronológico, Lodge puede pasar a veces demasiado rápido por encima de los detalles narrativos de acontecimientos significativos a los que hace referencia. De hecho, el libro puede resultar difícil para los lectores que no estén familiarizados con el curso de la historia política sudafricana del siglo XX. Sin embargo, estas limitaciones son probablemente inherentes al estilo temático, más que narrativo, de escribir historia, que permite que la evaluación del libro sobre su objeto principal sea tan completa.
Red Road to Freedom, a pesar de ser un libro relativamente nuevo, puede estar seguro de su merecida posición entre las mejores historias de las organizaciones socialistas revolucionarias. Nuestra comprensión de la experiencia comunista del siglo XX mejoraría inconmensurablemente si más partidos comunistas nacionales recibieran una biografía del calibre de la que Tom Lodge ha dado al PCS. Ha establecido un nuevo estándar en la escritura de la historia comunista.
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Owen Dowling: Historiador e investigador, colabora habitualmente en Tribune.
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Traducción: Florencia Oroz.