Las elecciones del domingo se celebraron unos seis meses antes de lo previsto después de que el canciller Scholz despidiera a su ministro de Finanzas, Christian Lindner, el jefe de sus socios de coalición del FDP. ¿La consecuencia inevitable? Scholz perdió un voto de censura, lo que provocó estas elecciones anticipadas.
La campaña estuvo dominada por acaloradas discusiones sobre inmigración, avivadas por dos atentados terroristas y la colaboración entre la CDU y la AfD para aprobar una moción parlamentaria sobre la reducción de la inmigración. Este debilitamiento del ya inestable «cortafuegos» de la no cooperación con la AfD provocó protestas y una amplia condena al líder de la CDU, Friedrich Merz.
Fue en este contexto bastante sombrío cuando las perspectivas del partido socialista Die Linke empezaron a mejorar. Este estallido de energía «antifascista» y descontento de última hora entre la izquierda en general fue sin duda decisivo para dar a Die Linke el impulso que necesitaba no solo para permanecer en el parlamento, sino para lograr un sólido 8,8% de los votos.
El atractivo de la izquierda
Este fue el tercer mejor resultado del partido, lo que resulta aún más notable porque la última vez, en 2021, Die Linke no había alcanzado el umbral del 5% (conservando un pequeño grupo de diputados solo gracias a una laguna jurídica basada en sus circunscripciones a nivel local).
Esta vez, parece que su grupo parlamentario contará con al menos sesenta miembros, con seis candidatos elegidos directamente, incluido su primer diputado en el antiguo Berlín Occidental, en el distrito de Neukölln, de clase trabajadora y multicultural. El candidato allí fue Ferat Koçak, activista antirracista de toda la vida y una de las figuras más destacadas del partido en Palestina. Die Linke obtuvo una puntuación especialmente buena entre los votantes primerizos, alcanzando un 27% en esa franja.
Die Linke se ha beneficiado sin duda del voto estratégico entre los votantes jóvenes y progresistas que lo ven como el único partido que nunca se uniría a una coalición con la CDU de Merz, cada vez más de derecha. Tanto los Verdes como el SPD son candidatos a hacer precisamente eso.
Durante la mayor parte de la campaña, en enero, las encuestas seguían ubicando a Die Linke en la zona de peligro del 5%. Pero sus cifras empezaron a subir rápidamente, sobre todo después de que se hiciera viral un vídeo de la candidata principal del partido, Heidi Reichinnek, pronunciando un discurso en el que condenaba la decisión de Merz de votar junto a la AfD. Ya era una de las figuras del partido con más conocimientos de redes sociales, y el vídeo la destacó como una clara voz de izquierda en contra de cualquier colaboración con el partido de extrema derecha.
Pero no todo fue cuestión de redes sociales o suerte. La campaña del partido proyectó una imagen política coherente y competente. Die Linke se centró en el alquiler accesible, la vivienda social y la reducción de los costes básicos de la alimentación y el transporte público.
Junto a Reichinnek, lideraron el camino nuevas caras seguras en la dirección del partido: Ines Schwerdtner (antes editora de Jacobin Deutschland), así como Jan van Aken. Todos son relativamente nuevos en los altos cargos del partido. Van Aken y Schwerdtner fueron elegidos líderes del partido en octubre, y originalmente tenían casi un año para prepararse para la fecha de las elecciones. Die Linke esperaba contar con su activa base de jóvenes miembros para pasar todo el verano en una amplia campaña de puerta a puerta, una táctica que todavía se utiliza en Alemania.
Schwerdtner impulsó esta estrategia en su campaña por un escaño de elección directa en Berlín-Lichtenberg, mientras que Reichinnek y van Aken visitaron circunscripciones de todo el país. Fueron complementados por una campaña mediática que enfatizaba la continuidad y destacaba a los viejos incondicionales populares del partido como Bodo Ramelow, de Turingia (votado constantemente como el político más popular de ese estado), y Gregor Gysi. Gysi, un rostro familiar, había sido la principal figura mediática del partido en la década de 2000, cuando el reformado antiguo partido gobernante de Alemania Oriental se fusionó con una escisión de izquierda de los socialdemócratas para formar Die Linke.
Votos de la clase trabajadora
Obtener el 8,8 % no es nada despreciable, y el ánimo era alto cuando llegaron los resultados. La escisión «anti-woke» de Sahra Wagenknecht a finales de 2023 parece haber permitido a Die Linke desempeñar el papel de abierto flanco izquierdista de lo que los alemanes llaman un bloque «rojo-rojo-verde». Mientras tanto, el propio partido de Wagenknecht (la Alianza Sahra Wagenknecht, BSW) no logró alcanzar el umbral para entrar en el parlamento, quedándose a unos 13.000 votos. Las estadísticas sobre quién sí le dio sus votos indican que no estaba recibiendo votos de antiguos votantes de la AfD, sino del SPD.
El pobre desempeño del BSW parece deberse principalmente al resultado de las elecciones del otoño pasado en los estados orientales de Turingia y Brandeburgo. Allí hizo campaña explícitamente como una alternativa a los partidos del establishment. Sin embargo, cuando se contaron los votos, el BSW optó por unirse a una coalición con los socialdemócratas en Brandeburgo y a una gran coalición tanto con la CDU como con el SPD en Turingia. Es difícil imaginar un resultado más ordinario.
Más allá de acaparar un electorado de izquierdas, Schwerdtner ha hecho hincapié en la necesidad de que Die Linke construya su atractivo de masas, especialmente entre los votantes de clase trabajadora. El desglose de las encuestas poselectorales sugiere que los trabajadores que se identifican a sí mismos como clase trabajadora votaron por el partido aproximadamente en la misma proporción que la media (8%). Pero la AfD estaba muy por delante en esta categoría, con un 38%. Si bien este grupo no representa a la clase trabajadora en su conjunto, es una cifra inquietante y un llamado a la acción.
Mientras que Die Linke celebra una especie de victoria, la extrema derecha está jubilosa por su mejor resultado de la historia, y el discurso político de Alemania parece destinado a volverse cada vez más hostil, con un gobierno liderado por conservadores azuzado por una fuerte oposición de extrema derecha. En este contexto, la voz de Die Linke en la oposición es indispensable. No hay duda de que seguirá defendiendo el cortafuegos contra la AfD. Pero cuando se trata de reunir una base más amplia, de ganar suficiente apoyo para ser considerado un verdadero partido de masas, este nuevo impulso de Die Linke es, en realidad, solo un comienzo.
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Traducción: Natalia López
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Julia Damphouse: Coordinadora de los Grupos de Lectura de Jacobin y estudiante del Máster de Historia en la Universidad Humboldt de Berlín.