San Francisco no era un ecologista en el sentido moderno, pero su espiritualidad desbordaba una ecología integral siglos antes de que el término existiera. No separaba a Dios, a los humanos y a la naturaleza: todo estaba interconectado. Y para quienes estudiamos ecología y somos activistas, encontrar esto en otras personas ajenas a nuestra ciencia es importante. En Laudato si’, el papa retoma las ideas de San Francisco de Asís y dice:
"Su testimonio nos muestra también que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con la esencia de lo humano" (LS 11).
Es decir, para el papa la crisis ambiental no se resuelve solo con datos científicos o políticas verdes, sino reconectando con una ética más profunda: la Tierra no es un recurso, es algo que cuidar.
Y por más que partamos de ontologías diferentes, llegamos a un mismo fin con distintas palabras: la naturaleza no debe ser “dominada” por el hombre, sino apreciada de muchas maneras; en este caso, para el papa, desde la espiritualidad.
Laudato si’: una revolución ecológica antes de su tiempo
En 2015, cuando el Acuerdo de París apenas se firmaba y muchos gobiernos aún discutían si el cambio climático era real, el papa Francisco publicó Laudato si’, una encíclica que sacudió, no solo a la Iglesia, sino al mundo entero. No era un texto técnico ni un informe científico, sino un llamado espiritual y político: la crisis ambiental es, ante todo, una crisis ética.
El documento revela una íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, denunciando cómo el modelo económico actual castiga doblemente: empobrece a las mayorías mientras saquea los ecosistemas.
"Hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres" (LS 49).
Mientras los debates ecológicos se enfocan en métricas de carbono o tecnologías verdes, el papa insistió en que el problema de fondo era el paradigma de dominación que habíamos construido: un sistema que mercantiliza la naturaleza, explota a los más vulnerables y confía ciegamente en que la técnica nos salvará, sin cuestionar el consumismo desenfrenado. El papa, en su encíclica, denunciaba la cultura del descarte, defendía el consenso científico sobre el cambio climático y hablaba de las asimetrías de las posibilidades de adaptación ante éste de las personas más vulnerables. Asoció el cambio climático a las migraciones mucho antes de que los países se lo planteen en sus políticas públicas. Y decía: “La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil”.
También criticaba a quienes realmente son responsables de tomar acción frente a estos temas: “Muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del cambio climático. Pero muchos síntomas indican que esos efectos podrán ser cada vez peores si continuamos con los actuales modelos de producción y de consumo”.
Laudato si’ no solo diagnosticaba; también supo proponer. Si bien cuestiona las formas de poder que derivan de la tecnología cuando ésta sirve a intereses de minorías privilegiadas, debido a que “la economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano" (LS 109), frente a esto, invita a buscar otros modos de entender el progreso: economías locales, consumo responsable y, sobre todo, una política que no esté secuestrada por la lógica del mercado.
Más allá de la encíclica, el papa ha sido consistente en su defensa del ambiente. En 2019, ante líderes empresariales en el Vaticano, advirtió: "No podemos pretender estar sanos en un mundo enfermo". En 2023, durante una ola de calor histórica, fue más allá: "Estamos al borde del suicidio ecológico".
Apoyó las protestas de jóvenes climáticos, criticó la minería depredadora en África y en el Sínodo Amazónico, pidió perdón por los pecados ecológicos de la Iglesia. Su legado no es el de un teólogo encerrado en el Vaticano, sino el de un líder que desafió a políticos y economistas para recordar que la Tierra no es una herencia, sino un préstamo.
Y seas creyente o no, es importante que cada uno aporte a la lucha por el bien común que incluye el derecho a un ambiente sano. Porque, como él mismo escribió: "Todo está conectado, y eso nos incluye".