Génesis de una coalición de derecha
Al final del siglo XX, los análisis politológicos de la época vislumbraban que, ante el crecimiento constante de la izquierda (el Frente Amplio avanzó del 18 % al 40 % en la última década de ese siglo), la tendencia era a que el bipartidismo tradicional fuera alterado y los dos partidos sobrevivientes fueran el FA y el Partido Colorado. Sin embargo, tras la debacle colorada por los liderazgos de Julio María Sanguinetti y Jorge Batlle, el que parecía condenado a desaparecer, el Partido Nacional, terminó siendo el partido mayoritario de la derecha, aunque nunca llegó al tercio del electorado y viene bajando elección tras elección.
Esta vanguardia de los blancos también se impuso a la hora de formar una nueva coalición de gobierno que empezó con cinco partidos y que ya hoy solo se sostiene por los dos tradicionales. Los otros tres partidos ya no son más que grupos ínfimos y con escasa representatividad parlamentaria: Cabildo Abierto con dos bancas de diputados y el Partido Independiente, tan solo con una. Hacia la nueva legislatura solo los puede salvar la posibilidad de sumar sus votos para acordar algo con el FA, pero a riesgo de traicionar a una coalición que por ahora no existe como tal y a la que ser oposición le puede resultar fatal.
Manini ya dejó en claro que la Coalición solo era desde la cúspide del gobierno que se repartieron, pero desde el llano de la oposición reclama su accionar casi independiente, dando por tierra en la misma noche del balotaje lo que Andrés Ojeda, desde el Partido Colorado, daba por galvanizado en la Coalición Republicana, cada vez más bicolor.
De ahí que esa vanguardia blanca no sea otra cosa que el viejo herrerismo transmutado que tratará de liderar, si las olas y el viento no lo distraen, a la añeja unión conservadora con el riverismo, tanto con la veta colorada como con lo que se intente rescatar de Manini y compañía que, en un solo lustro, pasaron del irresistible ascenso al estrepitoso derrumbe.
Pero el mal llamado Partido Nacional, que de nacional hace décadas que tiene poco y nada, ejerce su poder de clase con sus ya conocidas prácticas muy poco nacionalistas. Basta recordar la primera Carta de Intención con el FMI en el gobierno blanco asumido en 1959, los fracasados intentos de privatización de empresas públicas en la década del 90 o la entrega de soberanía con el regalo del Puerto de Montevideo a la empresa belga. Lo mismo sucede con el Proyecto Neptuno, apenas un negociado de un consorcio de empresas de los malla oro que viola la Constitución, incumple las mínimas exigencias ambientales y pretende negar todas las recomendaciones técnicas de los mejores científicos ambientales de la Universidad. Todo eso cuando la mayor sequía y crisis hídrica le explotó en la cara a un presidente especializado en mirar para el costado. No deja de ser una rémora que en el pasado, al entreguista antinacional se le llamara lacayismo, por el papel lacayo de los sectores dominantes ante el poder imperial transnacional.
El Partido Nacional y un promedio que ya es "ley"
La derrota de este 2024 repite una ley no escrita que dice que los blancos (estos blancos y no los verdaderamente wilsonistas o los antiguos blancos independientes, ni Saravia ni Leandro Gómez o Berro en el siglo XIX) sólo ganan una elección cada 30 años y que sus gobiernos repiten un modus operandi herrerista que cambia pero se mantiene.
Basta recordar los apellidos ilustres bajo el ala lacallista de padre e hijo: Raffo, Greno, Cambón, De Posadas y sus SAFI, Benhamou y el Banco Pan de Azúcar, Braga; y, ya en estos años: el clan Caram en Artigas, Astesiano y su asociación para delinquir en el cuarto piso de Torre Ejecutiva (abreviada por la exfiscal Fossati a una simple unipersonal), las gestiones de Heber en el MTOP y Ministerio del Interior o la destrucción de documentos por parte de un asesor presidencial mientras el jefe pasaba a saludar.
Por cierto, también don Bustillo y su habilidad "smart" para la pérdida de teléfonos celulares. Más que seguir en carrera en el mundo diplomático, debería ser contratado por Antel para hacer desaparecer la chatarra electrónica que el capitalismo posindustrial acumula por toneladas en las periferias del sistema.
Y es que la ceguera del poder impide ver esto que saltaba a la vista, entre muchos otros errores y horrores del herrerismo coaligado con los Cardoso y sus negociados en turismo; Talvi y sus cientos de liceos y escuelas de tiempo completo que jamás se construyeron, por solo nombrar dos colorados esfumados en el vendabal gubernamental. Claro que también deben figurar los apartamentos de Irene Moreira en el Ministerio de Vivienda, los faltantes de medicamentos en ASSE o los entrantes de correligionarios de Cabildo en un Estado abierto de par en par al servicio de exmilitares nostalgiosos de otros tiempos o rápidos para los negociados en círculo, como con Casa de Galicia y su larga lista de damnificados.
Ahora los blancos ya empezaron a pasarse facturas por una derrota que los muestra sorprendidos ante lo que no querían ver. Unos culpan a la Ripoll por su advenedizo ascenso a la nada; otros a la falta de carisma de un Delgado que no dio nunca la talla. No faltan los que le reclaman a Lacalle Pou su falta de valentía para ser un Milei y también aquellos, como Sebastián Da Silva, que se quejan de haber jugado a ser de centro cuando de lo que se trata es de ser la derecha pura y dura que los entusiasma. Tres días antes creía vivir en el mejor de los mundos, y en lo mejor de sus negocios agropecuarios, pero el domingo de noche fue el primero en rajar del "búnker" y no salió por el garage porque no había.
Esta vertiginosa perplejidad por parte de quienes no percibían lo que en realidad sucedía es parte de una práctica muy común cuando el acto de gobernar se aleja de los problemas reales de la gente. Tarde o temprano, si hay resistencia, pero sobre todo si una fuerza política, se organiza y acumula en favor de los intereses afectados, a la vez que es capaz de plantear un camino, habrá esa suerte de epifanía que cristaliza y hace síntesis en la lucha popular. En este caso, mediante el voto, pues nadie paga facturas en política si alguien no se las cobra. Y eso fue lo que se cristalizó entre octubre y noviembre en nuestro país. Viene de lejos y ha desandado un largo camino, pero volvió a expresarse en forma concreta y contundente tras un duro porrazo, en 2019, por errores propios.
Lacalle Pou, el poder y la ceguera
Dice un tal Victorino Muñóz, en su breve texto titulado La ceguera del poder, en casi una descripción de Luis Lacalle Pou y más de un correligionario, que "desde la altura no se ve nada más que imágenes difusas; se pierden detalles y las voces son un solo griterío sin sentido. Este es uno de los problemas del monarca. Por donde van encuentran todo limpio ya que hay gente que barre, precisamente, por donde pasa quien reina. Y acostumbrados como están a rodearse de personas que solo les dicen que hacen bien, estos gobernantes terminan por creer que toda crítica viene solo de alguien interesado en hacerles quedar mal o por parte de un conspirador que quiere quitarles el puesto".
Lo mismo vale para esa corte que rodea y dice a todo que sí y se cree sus propios cuentos o la bondad (e impunidad) de algunos de sus negocios. A menudo, parapetados entre las rendijas del propio Estado al que acceden a dirigir y del que se aprovechan sacando tajadas o dilapidando recursos públicos a costa de desplanificar para tercerizar hacia amigos o conocidos cómplices que roban para ellos y para la corona. Lo mismo cuando justifican con teorías que no se lavan los pies ideológicos desde hace más de quinientos años, el recitado de un abc escolar en favor de la eficiencia y la eficacia del sacrosanto mercado. Y cuando no, faltaba más, por la adoración del genio y el saber hacer, ese "know how" que tanta publicidad tiene porque "business is business" o, como se decía antes: buzones son buzones.
Ahora que la apariencia mimética de discursos es leída en clave politológica como que todos se parecen y confluyen en el centro, ese no lugar ilusorio en la fábula de una derecha apocada, pero también de una izquierda que solo elogia la moderación, vendría bien recordar que una cosa es parecerse en los discursos y otra muy diferente es hacerlo en las prácticas. El límite debe estar claro, lo mismo que las consecuencias para quien lo cruce. Cada vez que se falló en eso, la derecha avanzó y la izquierda retrocedió. Como decía Galeano: "Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos", a la vez que también reclamaba aquello de "no ser como ellos".