Ya es buena cosa que hayamos sacado del poder al gobierno más corrupto que podamos recordar desde que recuperamos la democracia en 1985; pero la lealtad nos obliga a ser sinceros: la situación heredada es dramática. Nunca en mi vida vi tanta gente viviendo en la calle y buscando comida entre la basura. Jamás vi tanta cantidad de drogadictos con el cerebro quemado deambulando por la vía pública como muertos vivientes. A cada paso te piden una moneda. Este mes ofrecí comida a tres de ellos y me la rechazaron. Caminar por el centro de Montevideo de noche y solo es estar cansado de vivir; porque también pululan los rateros y la Policía brilla por su ausencia.
Si quieren a alguien que les recite poesías al oído, busquen por otro lado; porque aquí nuestra obligación es cantar la justa. Incluso, en aras de la honestidad intelectual, tampoco debemos echar toda la culpa al Gobierno saliente. Puede que tenga mucha; pero no toda.
Por debajo de los diferentes gobiernos se ha ido desarrollando un proceso muy negativo de pérdida de valores. La palabra dada no vale como antes, cuando era lo mismo que un documento. No hace mucho tiempo, pegarle a la madre o a la maestra era una aberración inimaginable. La mendicidad sólo se realizaba por extrema necesidad; no estaba naturalizada, y era más fácil pedir trabajo que una moneda pa’l vino o el porro. Recuerdo que dormíamos con la puerta y las ventanas abiertas en verano. Hoy vivimos detrás de las rejas igual que los presidiarios. Incluso muchos delincuentes tenían sus códigos, como no robar en el propio barrio ni meterse con la familia del adversario.
Hasta la música cambió; y no es un tema menor. Los temas que hoy triunfan son apologías del delito y la ordinariez porque las pandillas centroamericanas y caribeñas han logrado imponer su cultura en el subcontinente.
Al Uruguay que hoy extrañamos no lo perdimos de la noche a la mañana, sino gradualmente, pero a ritmo acelerado, porque el narco, cuando se instala en un país no sólo trae su droga, también impone una cultura que va destruyendo valores imprescindibles para una sociedad civilizada.
Uruguay ha dejado de ser un país de tránsito para ser un mercado nada despreciable para el narconegocio.
La nueva modalidad que parece haber llegado para quedarse
Para colmo, en los últimos cinco años, Uruguay ha experimentado un preocupante aumento de casos de niños heridos por balaceras entre bandas delictivas. Más lo que al principio sonaba como accidente, hoy está claro que se trata de una estrategia de guerra. Lo único que puede asustar a un narco competidor es que destrocen a su familia. También es una prueba de iniciación para los nuevos reclutados. Demostrar que se es capaz de cumplir una orden como la de matar a mujeres y niños los coloca en otro nivel de máxima confianza para el narco jefe. Con eso te certificas como un duro.
A fines de febrero de 2024, un jueves por la noche, un niño se encontraba en un vehículo estacionado frente a una boca de venta de drogas en Pinar Norte, casi en el límite de Canelones con Montevideo. Un auto y una moto se acercaron e iniciaron una balacera. La criatura quedó en medio de una ráfaga de 30 tiros, siendo asesinada. Éste era el séptimo caso de niños baleados en solo tres meses. Otros dos niños, de seis y ocho años, también fueron baleados durante ese ataque. Uno quedó con una bala en el tórax; sin embargo, ambos sobrevivieron.
A fines de mayo del año pasado, un niño de 11 años murió en una balacera en el barrio Maracaná, donde otras tres personas también fueron asesinadas.
En enero de 2025, un niño de 11 años salía de su casa, ubicada en Senegal y Lituania, cuando dos hombres que pasaron en moto le dispararon. La bala quedó alojada en su pierna izquierda, fracturándole el fémur. En su vivienda sólo estaban su madre y su abuela.
Comenzando febrero, un grupo de niños y adolescentes, que luego de jugar al fútbol regresaban a su casa, fueron atacados con diez balazos por los conductores de dos motos. El atentado, ocurrido en las calles Leandro Gómez y Mendoza del barrio Plácido Ellauri, dejó como saldo la muerte de un niño de 13 años, a otro de 11 años herido de gravedad, y a los demás, de 10, 14, 15 y 18, heridos, aunque fuera de peligro. El chico fallecido era hijo del líder de la banda “Los Bartolo”. Este grupo ya estaba planeando la venganza contra la banda rival, pero en un allanamiento la Policía les incautó 11 pistolas Glock y un fusil de asalto. En cuanto a los asesinos del niño de 13 años, por esos días el personal de Homicidios logró detener a tres sospechosos de 20, 19 y 15 años.
El pasado 16 de febrero, un auto que circulaba por Luis Alberto de Herrera a la altura de la rambla Charles de Gaulle se detuvo frente al semáforo y fue abordado por una moto. El motociclista disparó 17 veces contra los ocupantes del automóvil, sobre todo contra la esposa y el hijo del conductor, un niño de cinco años que viajaba en el asiento trasero.
El asesino se dio a la fuga; pero el hombre del auto aceleró y logró embestirlo violentamente. Sin embargo, increíblemente, el motociclista sobrevivió, logrando huir y subirse a otro vehículo que le esperaba. La joven quedó muy grave, ya que fue baleada en la cabeza. Su esposo, de 23 años, recibió dos disparos, aunque eso no evitó que atropellara al delincuente.
¿Pero quién resultó ser el conductor del auto? Se trata del hijo de César Abelardo Giménez, alias “el Colorado”, líder de la banda “Los Colo”, que opera en Cerro Norte en competencia sangrienta con la banda de “Los Suárez”. “El Colorado” murió en julio de 2024 y recrudeció el conflicto.
El conductor del auto baleado y la mujer que iba con él son padres del bebé de un año asesinado cuando Los Suárez los atacaron en su casa en octubre del año pasado. En ese caso, los sicarios fueron dos adolescentes, uno de 14 años y otro de 17, este último fugado del INISA. Ambos cayeron en manos de la Justicia; pero la represalia no se hizo esperar y, al mes del ataque, la hermana de uno de los jóvenes fue asesinada.
Y podríamos seguir ocupando varias páginas con esta crónica macabra; pero con esto alcanza para plantear la gravedad del problema. Entre 2020 y 2023, y sólo en Montevideo, 378 niños y adolescentes fueron baleados, según cifras del Ministerio del Interior. El hospital Pereira Rossell atiende mensualmente a un promedio de dos menores de 15 años heridos por arma de fuego. Cinco años atrás tenían menos de un caso por mes.
El nuevo ministro del Interior, Carlos Negro, ya debe tener claros tres puntos elementales para enfrentar a este fenómeno:
- El narco no avanza sin policías corruptos.
- Ya con algunos jueces y fiscales comprados, no los para nadie.
- El equipo se completa con legisladores que aprueben leyes para facilitar el lavado de dinero.
Así funciona en todo el mundo.
Erradicar la indiscutible corrupción en los penales, donde reina la droga, es parte de la solución. Tenemos récord histórico de homicidios y suicidios en las cárceles.
A mediados de 2024, Uruguay registró más de 16.000 personas presas, 7 % más que en el año anterior. Un informe publicado en enero de 2024 reveló que las muertes en las cárceles uruguayas aumentaron un 26 % en 2023 en comparación con el año anterior. Entre 2020 y 2023 se registraron 229 muertes en cárceles; de estos casos, 70 fueron homicidios y 55 suicidios.
Con una capacidad para 13.071 plazas y una población carcelaria que apunta a las 16.000 personas recluidas, la densidad promedio es de 120 %. En algunos módulos, como el 3 del Complejo Penitenciario Unidad 4 Santiago Vázquez (ex Comcar), la densidad supera el 200 %.
Una exreclusa de la Cárcel de Mujeres me ha dicho que a veces tenía más miedo de las ratas que de las otras presas, incluso luego de haber presenciado cómo atacaban en patota a una compañera y la quemaban con agua hirviendo.
¿Quién se recupera en una ambiente donde los reclusos mandan más que los guardias y hay que andar huyendo para evitar que te violen, torturen, esclavicen o maten? ¿Quién se convierte en ángel estando en el infierno?
Hay que meter el bisturí hasta el fondo en muchas áreas. Sin embargo, actuar con firmeza no quiere decir que procedamos como bestias. Si no somos capaces de logarlo por las buenas, la gente comenzará a pedir que se logre por las otras, al estilo Bukele; pero no hay que caer en la mediocridad de pensar que no se puede vencer al crimen sin violar los derechos humanos. El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, hubiera podido lograr los mismos resultados en la lucha contra las pandillas sin necesidad de pasar la línea, como lo hace.
Es mucho lo que hay que hacer; recuperar territorios, solucionar el hacinamiento carcelario, depurar las filas policiales, establecer métodos revolucionarios de rehabilitación, aumentar la inversión social en salud, educación, viviendas y creación de empleos de calidad.
A este país hay que reconstruirlo y, paralelamente, frenar al narcotráfico de manera fulminante, antes de que sea demasiado tarde.