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Política Jorge Wilson |

Navegando contra corriente

Reunión de despedida en la Armada sin autoridades de ningún gobierno

El viernes 28 de febrero, el Almirante Jorge Wilson Comandante en Jefe de la Armada se despidió en un acto donde no faltaron los comentarios políticos.

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"La actividad se realizó en la sede de la Escuela Naval de la Armada" narra la fuente, sobre una extraña ceremonia personal de despedida donde no fueron invitadas o no asistieron autoridades nacionales y donde se realizaron valoraciones políticas.

Adiós a la Armada

"El viernes 28 de febrero", empieza a contar mi veterana fuente "el Almirante Jorge Wilson Menéndez, Comandante en Jefe de la Armada, se despidió en un susurro, casi a hurtadillas. La Escuela Naval, testigo mudo de tantos secretos, fue el escenario de este adiós atípico. Un mensaje prioritario, casi un grito de urgencia convocó a los oficiales superiores, jefes, subalternos, y al personal subalterno, con menos de 24 horas de antelación. Un adiós precipitado, sin tiempo para el protocolo y sin la pompa habitual que encuadra el protocolo.

La ceremonia, un fantasma sin cuerpo, llamó la atención por su extrañeza. En años de memoria, no se recordaba una despedida así, huérfana de ministros y autoridades gubernamentales. Ni los que se iban, ni los que llegaban, quisieron estar presentes. Un vacío elocuente, un silencio que gritaba más que mil discursos.

¿Acaso el Almirante era un convidado de piedra en su propia despedida? ¿O tal vez, su adiós era un símbolo de los tiempos que corrían, donde la prisa y el olvido parecían reinar?

De los seis Almirantes que surcan los mares de la Patria, dos brillaron por su ausencia en el adiós del Comandante. José Luis Elizondo, el más antiguo de todos, y Héctor Magliocca, el Jefe de Estado Mayor, dejaron sus sillas vacías. El Almirante, con la cortesía de un náufrago, explicó que razones personales los habían retenido. Pero en las entrañas de la Armada, el rumor era otro: la ausencia, un iceberg que revelaba la grieta, la falta de cohesión, la tormenta interna. Otros oficiales de alto rango, fantasmas sin rostro, también se sumaron a la deserción.

¿Acaso el adiós del Comandante era un espejo que reflejaba la fragilidad de la institución, la falta de unidad, el naufragio de la lealtad? ¿O simplemente, un presagio de los tiempos que vienen, donde la soledad y el vacío son los nuevos capitanes de la nave?"

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Crónica de un naufragio

Las valoraciones realizadas ahora por un grupo de oficiales de la Armada ilustran el evento: "La ceremonia, un velorio sin difunto, transcurría entre bostezos y palmadas huecas.

El Comandante en retirada se jactaba de “haber sobrevivido a la prensa”, ese enjambre de mosquitos que no logró tumbarlo del pedestal. (son varias las denuncias por hechos de apariencia delictiva que tendrán que investigar las autoridades entrantes.

Los Almirantes repetían el sonsonete de la gratitud, mientras el Contralmirante Diego Vizcay, irrumpía en el aquelarre de la adulación. Su discurso, al principio miel y almíbar, se tornó vinagre cuando soltó la daga: “No mereces este entierro de quinta, Comandante”.

Wilson, el maestro de ceremonias, intentó apaciguar, pero Vizcay, redobló la apuesta: “Lo que digo, lo digo y me hago cargo. Esta despedida es una afrenta, y por culpa del gobierno”.

El eco de sus palabras resonó en el salón, un acertijo sin respuesta: ¿hablaba del gobierno que se iba o del que llegaba? Nadie lo sabía, pero todos entendían que las palabras de Vizcay, como un grito de rebeldía , habían roto el cristal de la falsa unanimidad"

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