¿Acaso el Almirante era un convidado de piedra en su propia despedida? ¿O tal vez, su adiós era un símbolo de los tiempos que corrían, donde la prisa y el olvido parecían reinar?
De los seis Almirantes que surcan los mares de la Patria, dos brillaron por su ausencia en el adiós del Comandante. José Luis Elizondo, el más antiguo de todos, y Héctor Magliocca, el Jefe de Estado Mayor, dejaron sus sillas vacías. El Almirante, con la cortesía de un náufrago, explicó que razones personales los habían retenido. Pero en las entrañas de la Armada, el rumor era otro: la ausencia, un iceberg que revelaba la grieta, la falta de cohesión, la tormenta interna. Otros oficiales de alto rango, fantasmas sin rostro, también se sumaron a la deserción.
¿Acaso el adiós del Comandante era un espejo que reflejaba la fragilidad de la institución, la falta de unidad, el naufragio de la lealtad? ¿O simplemente, un presagio de los tiempos que vienen, donde la soledad y el vacío son los nuevos capitanes de la nave?"
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Crónica de un naufragio
Las valoraciones realizadas ahora por un grupo de oficiales de la Armada ilustran el evento: "La ceremonia, un velorio sin difunto, transcurría entre bostezos y palmadas huecas.
El Comandante en retirada se jactaba de “haber sobrevivido a la prensa”, ese enjambre de mosquitos que no logró tumbarlo del pedestal. (son varias las denuncias por hechos de apariencia delictiva que tendrán que investigar las autoridades entrantes.
Los Almirantes repetían el sonsonete de la gratitud, mientras el Contralmirante Diego Vizcay, irrumpía en el aquelarre de la adulación. Su discurso, al principio miel y almíbar, se tornó vinagre cuando soltó la daga: “No mereces este entierro de quinta, Comandante”.
Wilson, el maestro de ceremonias, intentó apaciguar, pero Vizcay, redobló la apuesta: “Lo que digo, lo digo y me hago cargo. Esta despedida es una afrenta, y por culpa del gobierno”.
El eco de sus palabras resonó en el salón, un acertijo sin respuesta: ¿hablaba del gobierno que se iba o del que llegaba? Nadie lo sabía, pero todos entendían que las palabras de Vizcay, como un grito de rebeldía , habían roto el cristal de la falsa unanimidad"