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Política rituales | ceremonia | la banda

La ceremonia

Rituales: repeticiones de una democracia estable

La ceremonia del traspaso de gobierno expresó un conjunto de acciones ligadas a antiguos rituales, pues la sociedad contemporánea no escapa a ataduras arcaicas.

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La definición usual de rito es la de una serie de acciones que se repiten en un entorno y tiempo determinado. Si ritual es una secuencia de actividades que implican palabras, acciones u objetos reverenciados, se podrá comprobar que lo mismo vale para ritos religiosos como para actos profanos, incluidos los que se fueron imponiendo en la sociedad moderna en eventos políticos, deportivos o artísticos.

Los rituales refuerzan las estructuras sociales mediante un código compartido que expresa valores y cosmovisiones que fortalecen sus lazos de supervivencia presentes, a la vez que tratan de unir el pasado con un futuro deseado. Además, no solo trabajan sobre el imaginario colectivo sino que necesitan impactar directamente en las personas como individuos, en función de mantener una conducta atada a ideas, creencias y condicionamientos sociales convenientes al statu quo imperante.

Mircea Eliade puso su atención en los profundos hilos conductores entre lo sagrado y lo profano, tanto en la descripción de la función y uso de lo sagrado, como en la alerta sobre que en rituales profanos se haya abolido lo sagrado porque "cualquiera que sea el grado de desacralización del mundo al que haya llegado, el hombre que opta por una vida profana no logra abolir del todo el comportamiento religioso".

Eliade pone el ejemplo de una iglesia situada en una ciudad. "Para un creyente esta iglesia participa de otro espacio diferente al de la calle donde se encuentra. La puerta que se abre hacia el interior señala una solución de continuidad. El umbral que separa los dos espacios indica al propio tiempo la distancia entre los dos modos de ser: profano y religioso. El umbral es a la vez el hito, la frontera que distingue y opone dos mundos y el lugar paradójico donde dichos mundos se comunican, donde se puede efectuar el tránsito del mundo profano al mundo sagrado".

Además, recuerda que una función ritual análoga corresponde por derecho propio al umbral de habitaciones en la vida cotidiana, algo que se puede extrapolar a edificios y grandes recintos o espacios que adquieren una representación profana imbuida de cierta sacralidad persistente. Tampoco hay que olvidar cierto carácter de clase.

Un ejemplo es nuestro ceremonial estatal aparentemente tan republicano pero en el que la vicepresidenta electa espera, en la explanada, la llegada del presidente para juntos ascender (en unidad con lo celestial) por la larga escalinata que da ingreso al umbral de un palacio. Es un ritual en el que, gracias a la separación de la Iglesia del Estado, al menos no se jura, como en otros países, incluso ante una biblia. Sin embargo, también se obliga al presidente electo a asumir su compromiso de palabra en un palacio (Legislativo) y a recalcarlo a sola firma en la plaza, aunque se consagra definitivamente en otro palacio (el Estévez como antigua Casa de Gobierno) mediante una salida real o papal al balcón, para saludar a la masa debidamente contenida por vallas.

Se ve que la Torre Ejecutiva no alcanza la imprescindible estirpe o que sus vidrios espejados aluden a opacidades que conviene mantener a un costado. Tal vez se la asocia con algo demasiado profano, como suele ser la ejecutividad de gobierno, tan cercana a lo discrecional, sea en el cuarto piso o en el once, donde también se han firmado atrocidades, más de un negociado presidencial, la destrucción de documentos o la presencia solapada de lobistas y amigos personales de toda laya.

Cotilleo a la moda

La repetición acrítica de viejas formas en espacios y momentos, se quiera o no, revelan su carácter de clase, sus perspectivas patriarcales o sus patrones estéticos dominantes que exigen, para ellas, vestimentas a comentar en conversaciones o en magazines de TV, con enunciados tipo: Un rosa evanescente con chaquetilla de torero, seguida por un plisado acampanado al uso de las túnicas escolares femeninas que fueron el último grito de la moda, en la década del cuarenta del siglo pasado, en la laica y obligatoria escuela pública uruguaya. O crónicas al uso de “mirá la sublime caída de ese palazzo y esa blusa color arena de la ministra Fulana de Tal”. En cambio, ellos se las arreglan fácil, sin comentarios, con un ambo azul (el color de la ejecutividad empresarial por antonomasia) con corbata al tono y zapatos Oxford negros.

Si queda alguna duda, vale consignar lo que detallaba, en las horas previas, el inefable diario El País, difundiendo las indicaciones de Cristina Sica, presidenta de la Asociación Uruguaya de Ceremonial y Protocolo, quien, en diálogo con Telenoche (Canal 4), establecía "que los invitados al evento deben seguir determinado código de vestimenta. Para el caso de las mujeres, se recomienda que asistan con un tailleur o un vestido que no sea escotado y que tenga mangas que cubran el brazo".

Para colmo, la señora alertaba que también se familiariza, tanto a los funcionarios del Gobierno como a los chóferes y el personal de hoteles, con las costumbres de las delegaciones extranjeras. "Hay quienes no le dan la mano a las mujeres, o que saludan solo con una inclinación de cabeza. Esas características hay que respetarlas", sostuvo. Cualquier comparación con el viejo cotilleo en los salones de la realeza o en los bailes del Palacio Salvo organizados por el Toto Bentancur, es pura coincidencia. Faltaba más. Tal vez por eso el rey de España entró al Palacio sin estrechar la mano de nadie de la comitiva parlamentaria que flanqueba el ingreso al Salón de los Pasos Perdidos. Todo un monarca con alcurnia en baja por padre emérito fugado a las monarquías árabes.

Pero cualquiera que crea que la moda es tan solo una estupidez que hay que cambiar cada tres meses, debería recordar a Georg Simmel y su análisis sobre su rol social y su función estructurante que permite ajustarse a los patrones de un grupo o diferenciarse, aunque terminen marcados por el mismo, por imitación o pose diferente.

Y es que tales atavismos a representaciones pasadas y a patrones de belleza impuestos y heredados mantienen acciones ancladas en criterios dominantes cuando los discursos suelen alabar la libertad. Por ejemplo, el hecho de que cada nueva Legislatura se inicie antes y que senadores y diputados asuman el 15 de febrero obedece a la época (más de 100 años atrás) en que el presidente de la República no era electo en forma directa por resultado electoral sino indirectamente por la mayoría en la Asamblea General, algo que se cambió con la Constitución de 1918 y hoy vuelve innecesario el desfase, salvo para que, en el espectáculo, cada cual tenga su cuarto de hora.

La traición de la banda

La Banda Presidencial azul-celeste y blanca a franjas, con que se inviste al presidente por el saliente, no es otra que la banda de la heráldica de los reyes borbones. Es que la bandera "uruguaya" expresa de manera simbólica la traición al artiguismo, pues extirpó los colores revolucionarios (que Artigas tomaba de la Revolución francesa y de la norteamericana) para restituir los colores de la casa real de España en ese momento.

Los sectores dominantes que estuvieron contra Artigas, porque amenazaba sus intereses, no dudaron en apoyar a todos los invasores que lo combatieron y expulsaron de la Banda Oriental. Por eso en 1830 se entronizó en la bandera su visión conservadora de la colonia y, ante el imparable impulso independentista, sacralizaron una suerte de repulsión a todo lo revolucionario en favor de un homenaje al "Felón" de Fernando VII, a esa altura aún a la cabeza del Reino español como adalid de la restauración absolutista. Eso sí, la historiografía trivial especula incluso con su visión negadora de todo trasfondo político para pretender afirmar que el azul simboliza los vastos cielos y las infinitas posibilidades después de la independencia. No en vano, el creador de la bandera argentina, Manuel Belgrano, también blanquiceleste, aunque antes (1812) era partidario de que las provincias americanas se gobernaran con "una monarquía atemperada", ya hasta proponía coronar a un rey con dinastía inca y establecer su capital en Cuzco.

Auto eléctrico y caballería rusticana

La custodia del Palacio Legislativo le corresponde al Batallón Florida, bayoneta en mano, pero la presidencial depende del Regimiento de Blandengues, en esa otra tradición tan traicionada cada vez que los militares fueron usados como brazo armado de quienes querían perpetuar sus privilegios. Porque la historia enseña que basta con untar la mano a los altos mandos para que batallones y la soldadesca acaten por obediencia debida. Que las instituciones sean custodiadas por tales fuerzas bien puede expresar que el poder militar acata el mando civil, pero sabemos que todo ese ceremonial suele valer poco cuando quienes detentan el sartén por el mango hacen su juego y dejan de creer en la democracia porque ya no les favorece. El nazifascismo y nuestras dictaduras vernáculas (de Terra a Bordaberry) lo demostraron. Y fantoches del presente, en frente o allá en el norte, lo quieren volver a hacer.

Por eso estos batallones y regimientos se turnaron en la ceremonia y el cortejo desde el Palacio hasta la Plaza Independencia estuvo acompañada por un destacamento a caballo, compuesto por 22 Blandengues lanza en ristre, 6 oficiales, un jefe de Regimiento y el jefe de Escuadrones sable en mano (sin carabina a la espalda) sobre un tordillo algo percherón, que hizo la Guardia de Honor como indica el protocolo militar de la escolta.

Todo para contradicción entre la tracción a sangre y la tracción eléctrica, como me hizo percatar la arquitecta Laura Alonso. De esa forma, Yamandú y Carolina emprendieron un traslado que se realizó en el flamante Hyundai Ioniq 5 cien por ciento eléctrico con techo abierto, diseño retrofuturista galardonado, tecnología pionera y compromiso con la sostenibilidad. "Su presencia imponente y las luces Led no solo iluminan el camino sino que también marcan el inicio de una nueva era", reza el eslogan de su concesionario local. El auto es la expresión del esplendor del cambio de la matriz energética y del cuidado del ambiente, al menos fue la señal que se quiso dar desde el protocolo presidencial, sin entrar en detalles de la trazabilidad extractivista del litio de su batería o la sangre que chorrea de los minerales devenidos en metales transformados en automóvil en la beligerante Corea del Sur, según manda el nuevo orden de la División Internacional del Trabajo y la apropiación de recursos naturales en favor de ganancias muchas en pocas manos.

Cambios de mando problemáticos

No siempre hubo banda para la asunción presidencial, tampoco ceremonia de cambio de mando. Cuesta imaginarse al liberal Prudencio Berro, blanco él, entregándole el mando a un golpista autoritario como Venancio Flores, apoyado por el Imperio brasilero. Berro había traspasado el mando a un interino, que se lo pasó a otro hasta que las montoneras de Flores dieron el zarpazo y asumió por la fuerza el 1 de marzo de 1865. Ambos fallecieron en 1868, el mismo día, en cruce de venganzas varias y puñaladas en plena calle apenas con unas horas de diferencia. El uso de la banda comenzó en el año 1882 por antojo del dictador Máximo Santos, adicto a las pompas presidenciales, quien la mandó a hacer para que la población pudiera reconocer al mandamás en medio de desfiles ecuestres. Cuestre lo que cuestre, dirían Les Luthiers.

¿Por qué se asume el 1 de marzo?

Para determinar la fecha en la que se debe asumir la Presidencia de la República, como suele suceder, se impuso cierta racionalidad anclada en un factor con mucho peso en la historia del país: los intereses de los terratenientes. El motivo fue de carácter agrícola, aunque a muchos les importe un pepino o un rábano.

Según cuenta Julio María Sanguinetti en una entrevista a El Observador seis años atrás, la fecha fue dispuesta en 1829 después de varias discusiones tanto sobre el día de las elecciones como del traspaso de mando. “Cuando los constituyentes discutían la fecha de asunción, se llegó a la conclusión de que ésta era la mejor época para el acto porque era el final de las cosechas. En invierno los arroyos no daban paso y el clima impedía desplazamientos. Luego en primavera estaba la trilla de los campos, y en verano la cosecha. Hacia comienzos de marzo, la gente podía acercarse a la capital a ver la asunción del nuevo presidente”, explicó.

Sin embargo, Fructuoso Rivera asumió el 6 de noviembre y el 11 de ese mes designó al "Gabinete de los Cuñados", así conocido porque sus integrantes eran todos casados con hermanas de Lucas Obes. Además tenían otras cosas en común, habían apoyado a la Cisplatina con que los portugueses, y después el Brasil, gobernaron a la Banda Oriental. Y como buenos vendepatria, conformaban el grupo político denominado el "Club del Barón", que no era otro que el Barón de la Laguna, Carlos Federico Lecor, el comandante portugues que expulsó a José Artigas de nuestra tierra. Como ese Gobierno de Rivera privilegió los intereses de los malla oro de la época, además del descontento se acumuló el deseo de ser gobernados con austeridad, como reacción ante la corrupción de las huestes de Rivera, que gobernó afincado en la campaña con mano dura desde su cuartel en Durazno.

Por eso el primero en respetar la Constitución, al menos en la fecha de asunción, fue Manuel Oribe, quien asumió tras el breve interinato de Carlos Anaya por la renuncia de Rivera. Oribe fue electo por la Asamblea General el 1 de marzo de 1835. Dos años después Rivera le haría la guerra con la Batalla de Carpintería. Oribe mantuvo la presidencia hasta 1938 con la ya desatada Guerra Grande. Tras la sucesión de mandatos ilegales y por manu militari de Rivera y otros, incluso Oribe se autoproclamó presidente del Gobierno del Cerrito en 1843. Hubo que esperar a la paz del 8 de octubre de 1851 para que al siguiente 1 de marzo de 1852 asumiera Juan Francisco Giró. Lo que vino después también tuvo sus líos pero esa es otra historia.

Tal vez en nuestra alabada democracia y su sacrosanta estabilidad, a alguien alguna vez se le antoje huir de los palacios hacia plazas más independientes y lejanas, quién te dice tierra adentro, aunque complique el desplazamiento de los visitantes extranjeros, para asumir sin oropeles ni bandas en medio de un barrio periférico o de un pueblito en medio del campo, aunque más no sea para no repetir y para sobresalto de equipos de seguridad y servicios secretos y no tanto. Como enseñara don Serafín en su Orejano: "Porque dispreciando güeyas ajenas, sé abrirme camino pa dir ande quiero".

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