Gran parte de la población afro uruguaya continúa residiendo en asentamientos y en condiciones de vulnerabilidad habitacional. Esta situación se debe, en gran medida, a factores históricos de exclusión social, pobreza estructural y falta de políticas públicas específicas que atiendan las necesidades de esta población.
Las cooperativas de viviendas Unidades Familiares Mundo Afro (Ufama) son impulsadas por la organización de la sociedad civil que indica su nombre y surgieron como una alternativa concreta para enfrentar el déficit habitacional de un colectivo vulnerado en sus derechos, que sufrió desalojos en dictadura y que aún hoy vive los rezagos de la esclavitud.
Abriendo puertas
Conocía con anterioridad el carisma de Claudia de los Santos, fundadora y secretaria general de Mundo Afro, y sabía de su afable temperamento, pero en la tarde que nos reunimos para hablar en serio de este tema, supe también de su gran compromiso, del sacrificio y el desafío de hacer trascender la experiencia que vivió en la construcción de Ufama al Sur, la primera de su tipo.
¿Cómo surgió Ufama al Sur?
Ufama al Sur fue la primera cooperativa impulsada por mujeres afrodescendientes desde el Grupo de Apoyo a la Mujer Afro, una iniciativa de Organizaciones Mundo Afro (OMA). Esta cooperativa representó la primera acción afirmativa hacia el colectivo afrodescendiente. Fue la puerta de entrada. Posteriormente, se promovieron cuatro grupos más, Ufama Cordón 1, Ufama Cuareim, Ufama Identidad y Ufama Codo a Codo.
Lo que estas cooperativas lograron fue, principalmente, proporcionar soluciones habitacionales a mujeres que, en su mayoría, trabajaban como empleadas domésticas, tenían hijos o personas a cargo y vivían en la periferia de Montevideo o fuera de la ciudad, algo que es muy común en el colectivo afrodescendiente.
Uno de los pasos iniciales para entender las necesidades de estas mujeres fue realizar un diagnóstico socioeconómico y cultural a nivel nacional entre los años 1996 y 1997. En esta investigación se recogieron las opiniones y experiencias de 100 mujeres afrodescendientes y se abordaron temas como economía, salud, trabajo, educación y vivienda.
Los datos obtenidos no nos sorprendieron, porque ya teníamos una idea clara de la situación del colectivo afrodescendiente y de las mujeres en particular. Sin embargo, este diagnóstico permitió confirmar y reafirmar problemáticas como el racismo, la discriminación específica, la deserción educativa a temprana edad, los embarazos precoces y la precarización laboral. También evidenció que muchas de estas mujeres trabajaban en el servicio doméstico, debido a que no habían podido completar sus estudios, lo que les impedía acceder a trabajos más calificados. En cuanto a la vivienda, se identificó que muchas vivían bajo el techo de familiares, ya sea casadas o en pareja, con hijos a cargo, pero compartiendo el espacio con otros familiares. Además, en algunos casos, enfrentaban situaciones de violencia o separaciones, lo que acentuaba su vulnerabilidad e inseguridad, así como la falta de oportunidades para tener una casa propia.
Con este contexto, surge la necesidad y el objetivo de garantizar un techo propio. Fue entonces cuando el Grupo de Apoyo, basándose en esta realidad, en estas experiencias y necesidades, comenzó a trabajar en ese propósito, el de encontrar el camino para que estas mujeres pudieran acceder a una vivienda digna. Se necesitaban varias cosas, entre ellas un lugar, un terreno y, por supuesto, financiamiento. La idea ya estaba presente, pero requería materializarse.
Ahí empezó la negociación hacia el exterior. Había que conseguir el terreno y el dinero para construir. Mientras tanto, las mujeres se capacitaban y fortalecían como grupo, manteniéndose unidas y organizadas. En este proceso de fortalecimiento y unidad se dieron las negociaciones con la Intendencia de Montevideo y el Ministerio de Vivienda. En ese momento, la Intendencia de Montevideo nos ofreció, en realidad, vender terrenos, no regalarlos.
Antes de comprender cómo se consolidó ese proceso de entablar acuerdos, le propongo hablar del contexto histórico del que venía la población afrodescendiente en Uruguay.
Claro, es importante considerar lo que vivió el colectivo afrodescendiente durante la dictadura militar en Uruguay, por ejemplo. Durante esa época, el colectivo fue desalojado de lugares donde residían como Barrio Sur, Palermo y Cordón. Fueron expulsados de los mal llamados conventillos, que eran casas de inquilinato, ocupadas inicialmente por migrantes europeos. Cuando estos migrantes resolvieron sus necesidades económicas y habitacionales, esos lugares quedaron disponibles y fueron ocupados por afrodescendientes, quienes vivían en condiciones económicas limitadas. En aquella época, la mayoría seguía trabajando en empleos de servicio, las mujeres en casas de familia y los hombres como porteros, recolectores de residuos o en empleos relacionados con servicios. Los salarios eran bajos, lo que hacía difícil alquilar una vivienda. Durante la dictadura, se dio el desalojo masivo de estas familias. Fueron trasladadas a lugares como la fábrica Martínez Reina, un antiguo establecimiento textil que fue convertido en un espacio de hacinamiento.
A las personas desalojadas las trasladaban en camiones junto con sus pertenencias, las que lograban llevar. En estos espacios improvisados, separaban sus áreas con muebles, cortinas o lo que tuvieran a mano, y vivían con sus familias en condiciones muy precarias. Este desalojo fue un gran acto de racismo hacia el colectivo afrodescendiente durante la dictadura, una época muy oscura de nuestro país. Así que cuando hablamos de injusticias no solo nos referimos a la esclavitud, sino también a episodios como este. Estas vivencias se suman a las que aún enfrentamos hoy, como el racismo estructural, el racismo en las escuelas, en los trabajos y las desigualdades en general. Por eso existe Mundo Afro, para luchar contra todas estas injusticias.
Ahora sí podemos avanzar en el tiempo y conocer cómo fueron las negociaciones iniciales para la implementación de la primera cooperativa de vivienda.
Luego de varias gestiones con la Intendencia de Montevideo, tuvimos muy buena recepción por parte del intendente de ese momento, el arquitecto Mariano Arana. Él entendió mucho nuestra situación. Era un profesional que amaba la ciudad de Montevideo, alguien que recorría todos los barrios y conocía bien sus historias. Fue la persona indicada. En algún momento, incluso, nos sugirió buscar terrenos en el Barrio Sur, considerando el desarraigo y los desalojos que sufrió el colectivo afrodescendiente.
Aunque no todas las integrantes de nuestra cooperativa fueron testigos directos de esos desalojos, muchas tenían el objetivo de una solución habitacional en su lugar de origen. Siguiendo la sugerencia del intendente, encontramos un edificio para reciclar en el Barrio Sur. Era un antiguo taller abandonado, que en algún momento había sido utilizado como lugar de tortura durante la dictadura. Justamente antes de comenzar la obra en el año 2000, y antes de firmar el convenio, Amnistía Internacional declaró el lugar como libre de torturas. Por otro lado, estaba la negociación con el Ministerio de Vivienda. En ese momento nos encontramos con otro desafío, nuestro país estaba gobernado por el Partido Nacional y a nivel departamental en Montevideo por el Frente Amplio, dos fuerzas políticas diferentes. Con ambas partes fuimos a negociar y con ambas tuvimos buena recepción. Sin embargo, no logramos que trabajaran juntas. Tuvimos que hacer dos firmas diferentes, porque, aunque nos atendían bien, entre ellos no había una buena relación. Recuerdo claramente que en el momento de la firma en 1998 tuvimos que hacer un convenio con la Intendencia y otro con el Ministerio de Vivienda. De todas formas, era lo que correspondía, ya que la Intendencia nos estaba vendiendo el terreno y el Ministerio nos otorgaba un subsidio para comprarlo y construir. Eran dos cosas diferentes.
Tengo entendido que antes de firmar los convenios ocurrió un suceso marcado también por la discriminación y el racismo. ¿Qué sucedió?
Así es. Antes de firmar, un grupo de vecinos llamado la Comisión Pro Recuperación del Barrio Sur, al recibir un aumento en la contribución inmobiliaria, comenzó a distribuir volantes. Eran cartas enviadas a cada vecino cuestionando por qué la Intendencia les había subido la contribución inmobiliaria. En esos volantes afirmaban que estaba trayendo a un grupo de 36 mujeres negras para vivir en el barrio. Decían que estas mujeres, cada una con dos o tres niños menores a cargo, seguramente trabajarían como prostitutas en la noche. También aseguraban que, al dormir todo el día, sus hijos estarían “tuburizando” la zona, porque no irían a la escuela y estarían sueltos en las calles como si fueran delincuentes. Los panfletos nos llegaron a través de compañeras que vivían en el barrio. Nos enfrentamos a una situación sumamente discriminatoria y violenta.
¿Cómo reaccionaron?
El respaldo y el fortalecimiento que veníamos trabajando como organización nos prepararon, de alguna manera, para enfrentar estas situaciones. Pudimos denunciar y reclamar, y enfrentamos la situación con firmeza.
En ese momento estábamos en un local inmenso, el del Mercado Central, y ahí realizamos un acto de desagravio, al que convocamos a todas las fuerzas políticas, legisladores, diputados, senadores y público en general, para manifestarse contra este hecho racista hacia 36 mujeres afrodescendientes jefas de familia. Recuerdo a algunas personas destacadas que nos apoyaron, como Lágrima Ríos, quien fue la primera socia de nuestra cooperativa. También Tía Tina, a quien todos conocen y que, en aquel entonces, ya era una persona mayor. Por suerte, aún contamos con ella. Otras compañeras, también mayores, nos acompañaron en ese momento tan significativo.
El choque fue enorme, la discriminación, la desconfianza hacia nosotras como personas. Todo eso nos cayó como un balde de agua fría. Fue un golpe más para el colectivo afrodescendiente que ya había enfrentado la esclavitud, los desalojos y, ahora, este acto de racismo por parte de los vecinos.
Ese grupo de vecinos reunió unas 800 firmas. Estamos hablando de que no era un pequeño grupo; eran 800 personas que no querían que estuviéramos allí. Era como si consideraran que el barrio les pertenecía exclusivamente a ellos. Pero, ¿por qué no podemos vivir donde queramos? Y más aún cuando estábamos luchando, pagando todo y asumiendo las mismas responsabilidades que cualquier ciudadano. Somos ciudadanos y ciudadanas con derechos, y tenemos el derecho de elegir dónde queremos vivir.
El acto de desagravio fue nuestra respuesta. Por supuesto, no nos iban a sacar por unas 800 firmas, pero tampoco íbamos a dejar que eso pasara desapercibido. Queríamos que supieran que nos enteramos de sus acciones y que respondimos.
A pesar de todo, firmamos en 1998, pero recién en el 2000 pudimos empezar a construir. Era un proceso complicado. En ese momento, las condiciones no eran como ahora. Nosotras mismas fuimos las peonas de esa cooperativa, junto con nuestras familias y también con personal calificado. Trabajamos mano a mano para levantar ese sueño que tanto habíamos luchado por alcanzar. Para llevar adelante el proyecto, trabajamos con un instituto que diseñó el plan. Aunque participamos en ese proceso, se necesitaba personal técnico para definir, por ejemplo, qué trabajos específicos se debían realizar en cada sector.
Nuestra base social quedó en 36 familias. Al principio eran 42 o 43, pero por diferentes motivos algunas personas no continuaron. Muchos tenían otras prioridades o no podían esperar tanto tiempo viviendo en las condiciones que implicaba el proceso cooperativo. En ese proceso nos impactó la crisis del 2002 y nos obligó a detener la construcción. Fue muy duro, porque estábamos entusiasmadas con terminar en dos años, pero los plazos se extendieron mucho más. Pasaron ocho años entre idas y vueltas, donde sufrimos robos y enfrentamos muchas dificultades.
En 2005 asumió el primer gobierno de izquierda en Uruguay, con Tabaré Vázquez como presidente. Entre 2008 y 2009, con el cambio de gobierno, las cosas empezaron a moverse nuevamente. Desde entonces, estuvimos en contacto con quienes estaban gobernando, buscando oportunidades para avanzar en nuestro proyecto. En esos años, logramos que se instalara una oficina de asesoramiento en asuntos afro en el Ministerio de Vivienda, gracias a un acuerdo entre este ministerio y las organizaciones de Mundo Afro. Esa oficina fue clave para que dos compañeras trabajaran en el seguimiento de nuestra situación y en las negociaciones necesarias para terminar la cooperativa.
Tuvimos que lidiar con los efectos de la devaluación, contratar una nueva empresa constructora y ajustar el proyecto a las condiciones en las que se encontraba la obra, ya que el tiempo había deteriorado lo que se había adelantado.
Finalmente, con acuerdos políticos y el apoyo de esa oficina, logramos concluir el proceso. En junio de 2010 nos mudamos a la cooperativa Ufama al Sur 36 mujeres afrodescendientes jefas de familia, junto a sus familias. Ahora en julio se cumplirán 15 años desde entonces. Siempre digo que abrimos una puerta que facilitó el camino para las cooperativas que vinieron después.
Al concluir contactamos vía telefónica a Valeria Urrutia, presidenta de Ufama al Sur, quien luego de comentarle el propósito del intercambio nos envió un hermoso mensaje con el mismo espíritu que percibí en cada una de las compañeras con las que conversé.
“¡Qué importante y linda es esta oportunidad de transmitir lo que fue el inicio y lo orgullosa que me siento de pertenecer a la primera Ufama! Es crucial mostrar cómo se logran cambios en la vida del colectivo y cómo impactan de forma inmediata, no solo en la calidad de vida de quienes acceden, sino también en la construcción social y cultural del país. Es fundamental destacar que solo la fuerza de la unión logra cambios. Hacer visible todo lo que se ha logrado y lo que aún se puede alcanzar es, sin duda, el legado que queremos dejar”.
Otras puertas se abren
Si bien Ufama al Sur comenzó el desafío en 1996, con todos los tropiezos iniciales, la experiencia y el proceso de fortalecimiento, de saberes, llegar a consensos y acuerdos, allanó un poco el camino para las próximas cooperativas, por ejemplo, Ufama Cordón 1, ubicada en el antiguo predio del club Las Bóvedas, en Rambla Portuaria, y conformada por 44 familias que en 2019 iniciaron las obras que concluirían en enero de 2024. Con Anabella Lardeiro, una mujer que se describe a sí misma como “resiliente y luchadora”, fundadora de esta cooperativa, también nos contactamos y nos habló de los años de esfuerzo y sacrificio para construir un hogar digno, no solo para ella, sino también para su familia.
“Al principio uno piensa que estará tres, cuatro o cinco años trabajando mucho, y de repente pasaron 15, 16, 17 años de espera y cambios en la vida. Obvio, vas para acá y para allá, siempre pensando que en algún momento tendrás ese hogar. Yo siempre he sido muy familiar y decía ‘quiero ese hogar para que, el día de mañana, si me muero, mis hijos tengan algo’. Esas cosas que tenemos algunas madres”, nos cuenta.
“Hubo momentos difíciles. Fui renegada un tiempo, tuve problemas de salud bastante graves. Dos veces pensé en dejar todo. Decía ‘largo todo y ya está’. Pero tuve compañeras que me decían ‘no, Anabella, no podés largar ahora’. Hoy agradezco a esas compañeras por no haberme dejado rendirme, porque estábamos tan cerca. Me resigné y seguí adelante. Pero fue una lucha muy dura. Vengo de una familia que también luchó mucho por tener un techo. De niña viví en lugares que mi madre ocupaba. Sufrimos desalojos, incluso llegamos a vivir en Martínez Reina. En 1978, cuando sacaron a toda la gente, fuimos desalojados y terminamos allí. Éramos nueve hermanos, yo soy la más chica. Imagínate, una madre, un padre y nueve hermanos viviendo en una pieza de dos por cuatro”, rememora.
“A pesar de todo, seguí los pasos de mi madre, luché por una casa para mis hijos. Cuando me integré a la cooperativa, lo hice pensando en que tendría algo para mí y mi familia. Hoy me siento satisfecha por haber logrado ese objetivo después de tanto sacrificio. Ahora quiero disfrutarlo al máximo, con sus altos y bajos. No puedo pedir más que vivir tranquila y disfrutar. Por eso me jubilé, para disfrutar esta nueva etapa”, concluyó.
Los sueños que se construyen
Al bajar del taxi que nos trasladaba hasta la cooperativa Ufama Cuareim, nos sorprendió lo adelantado de la construcción, pero también el saludo de una de sus trabajadores que estaría —si mal no recuerdo— en el piso 3 de los 7 que se podían apreciar. Resulta impresionante desde afuera, pero lo más increíble es entrar y vivir la dinámica con la que construyen, la organización y la capacidad de trabajo de los representantes de las 49 familias que en pocos meses podrán vivir allí.
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Jhoanna Martínez, Hellen Larrañaga y Claudia de los Santos en Ufama Cuareim
Foto: Meri Parrado
Jhoanna Martínez y Hellen Larrañaga, presidenta y secretaria de la cooperativa respectivamente, nos dieron un recorrido y nos comentaron cómo vivieron todo el proceso desde sus inicios y lo que ha significado para ellas.
“Fue un gran desafío porque tuvimos que aprender sobre la marcha” nos comentan. “La clave fue organizarse a través de subcomisiones que se encargaron de diferentes tareas, como la prevención y seguridad en las obras, la gestión de recursos y la coordinación de horarios”.
“Este proyecto representa una oportunidad para mujeres en situación de vulnerabilidad socioeconómica que, de otro modo, no podrían ejercer el derecho a la vivienda. Muchas de las integrantes son madres monoparentales o enfrentan jornadas laborales extensas, lo que dificulta cumplir con los requisitos tradicionales de otras cooperativas habitacionales”, nos dicen.
“Realizamos un trabajo de sensibilización para que las compañeras pudieran buscar soluciones en conjunto. Por ejemplo, los sábados o en horarios menos activos, pueden venir con sus hijos, quienes son cuidados en el salón comunal mientras ellas trabajan en sus casas. Estas acciones han sido fundamentales para que más mujeres puedan cumplir con sus horarios y participar activamente en la construcción”.
El papel de Mundo Afro es determinante en este proceso, nos aseguran. “Entendés que no sos solo una cooperativista más, sino que detrás hay años de lucha por estos derechos. Esto no nace con nosotras; nace con compañeras que golpearon puertas y enfrentaron un sistema que no reconocía el racismo ni sus efectos. Este programa te da una luz. Ves que otras pudieron, que este colectivo pudo, y decís: ‘Yo también puedo’”, afirman.
Conversamos muchísimo más y nos quedamos con la alegría de quienes casi cumplen un sueño.
Lo que está por venir
A finales de diciembre de 2024 se concretaba la conformación de dos proyectos que ya contaban con terreno, luego de participar en el sorteo del préstamo del Ministerio de Vivienda. Ufama Identidad, se encuentra en el barrio Cordón, en la intersección de las calles Zamora y Miguelete y Ufama Codo a Codo —la última en formarse— está ubicada en el barrio Peñarol.
Hasta la sede de Mundo Afro que se encuentra en 25 de mayo 691 nos trasladamos para conocer a dos gestoras. Con determinación y resiliencia, Mirta Beatriz Rodríguez da Silva de 69 años y Alicia González de 53 lograron concretar Ufama Codo a Codo, una cooperativa que le permitirá a 34 familias tener una vivienda digna.
Mirta Beatriz Rodríguez da Silva y Alicia González fundadoras de la cooperativa Ufama Codo a Codo. Foto Meri Parrado.jpg
Mirta Beatriz Rodríguez da Silva y Alicia González fundadoras de la cooperativa Ufama Codo a Codo.
Foto Meri Parrado
Mirta recuerda cómo nació la idea. “Había tenido una mala experiencia con otra cooperativa, pero no me rendí. Consulté en Mundo Afro y en la Intendencia y vi que era posible formar nuestra propia cooperativa. Cuando todo empezó a tomar forma, llamé a Alicia. Al principio, parecía una locura, pero dijimos: ‘Es ahora o nunca’”. Por su parte, Alicia enfrentaba una urgencia personal. “Yo tengo 53 años y quería dejar de vivir entre la casa de mi hijo y la de mi hija. Necesitaba un lugar digno donde vivir tranquila en mi vejez”.
Ambas coinciden en que el acceso a la vivienda es particularmente difícil para las mujeres afrodescendientes. “Siempre ganamos menos que los hombres, lo que nos obliga a trabajar el doble para cubrir lo básico. Imagínate lo que cuesta ahorrar para una casa. Por eso decidimos no esperar más y crear nuestra oportunidad”.
El proyecto ya cuenta con un anteproyecto definido, dos bloques de viviendas, uno de dos pisos y otro de tres, con un total de 34 apartamentos, espacios comunes y áreas verdes. “Queremos que cada familia tenga su espacio, pero también estamos pensando en áreas compartidas como un salón con parrillero. Todo lo decidimos colectivamente, porque este es un trabajo en equipo”.
El proceso no ha sido sencillo. “Es un aprendizaje constante. Absorbemos consejos de Mundo Afro y del Centro Cooperativo Uruguayo. También aprendemos de la experiencia de otros compañeros”, nos dicen. “Aquí cada uno aporta lo que puede, ya sea con herramientas, mano de obra o ideas. Esa solidaridad es lo que nos hace avanzar”.
Ambas fundadoras están convencidas de que el proceso vale la pena, y esperan que este año comiencen las obras. “Siempre soñé con tener mi casa propia. Ahora ese sueño está más cerca, y no es solo mío, es de todos los que forman parte de esta cooperativa”, concluyeron.
Mucho por hacer todavía
En todo este recorrido que hicimos por las cooperativas, Claudia de los Santos nos siguió acompañando, explicando, acotando, detallando cada elemento que hace en su conjunto a la historia de este proyecto de reparación. Casi al despedirnos le pregunté qué más podía hacer el Estado en este sentido y me respondió: “Creo que se trata de un conjunto de acciones, no de una sola medida. Es fundamental atender esta situación de vulnerabilidad de manera integral. El próximo gobierno tendrá que analizar esto con mucho detenimiento, poniendo el foco en los derechos de las personas y no en la conveniencia política del momento. Se necesitan políticas duraderas, no solo respuestas de emergencia que cambien con cada administración. También considero que nosotros, como ciudadanos, tenemos una responsabilidad en este proceso”.
Y en eso muchos activistas coinciden en que a pesar de los logros alcanzados, estas iniciativas no son suficientes para abordar la magnitud del problema y es imprescindible un mayor apoyo del Estado. El esfuerzo de las cooperativas, aunque significativo, no puede responder por sí solo a la magnitud del desafío.
El Estado tiene la responsabilidad de garantizar el acceso a una vivienda digna como un derecho humano fundamental. En el caso de la población afrodescendiente, esto también implica un acto de reparación histórica por las injusticias pasadas y presentes.