Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Sociedad adolescencia | entornos digitales |

Entre pantallas y masculinidades

Los riesgos de la adolescencia digital

Caras y Caretas conversó con expertos sobre el impacto de los entornos digitales en los adolescentes varones, un tema que se volvió debate a raíz de la serie Adolescencia de Netflix.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

En tiempos donde las pantallas forman parte indisoluble del diario vivir, hablar de adolescencia y entornos digitales es un asunto de interés público. La reciente serie Adolescencia, emitida por la plataforma Netflix, puso sobre la mesa problemáticas que muchas veces circulan en la esfera privada, pero a las que se suele subestimar, como el acceso a contenidos violentos, la exposición a vínculos peligrosos y la construcción de la masculinidad en comunidades virtuales.

Probablemente en las últimas semanas haya escuchado —en la feria, en una sobremesa familiar o scrolleando redes sociales— términos como ‘grooming’, ‘incel’ o ‘foro de varones’. Son conceptos que existen desde hace tiempo, pero que esta serie de televisión logró instalar en la discusión pública. ¿Qué significan estas palabras? ¿Qué hay detrás de estos fenómenos? ¿Qué riesgos implican para los adolescentes y por qué deberíamos prestarles atención? Para comenzar a entenderlo, hablamos con el psicólogo y sexólogo clínico Diego Gervasini Dini, quien cuenta con una amplia experiencia en el trabajo con adolescentes, masculinidades, diversidad y violencias.

Sobre el grooming, explicó que se trata de “cualquier agresión sexual a niños, niñas o adolescentes por medios electrónicos”, y que generalmente involucra a “una persona adulta que se contacta con algún adolescente con el interés de obtener material sexual o concretar una interacción real”. Las formas de contacto son diversas: desde juegos en línea hasta redes sociales o chats privados, lo que amplía las vías de acceso y dificulta la detección.

“Una subcultura llena de odio”

El grooming no es el único peligro que circula en los márgenes digitales. Hay un concepto menos visible, aunque en creciente expansión, que interpela a padres, docentes y a toda la sociedad: incel. Este término fue acuñado en los años 90 para referirse a los "célibes involuntarios" (involuntary celibates, en inglés), según explicó el entrevistado, “varones que se sienten incapaces de tener parejas o vínculos sexuales y responsabilizan a las mujeres por esa situación”.

Gervasini Dini detalló que este movimiento surgió tras casos mediáticos de violencia extrema, como el de Elliot Rodger en Estados Unidos, quien cometió una masacre contra mujeres que, a su entender, lo rechazaban, y contra hombres que consideraba que tenían mayor actividad sexual que él. “Esta forma de pensar encontró eco en comunidades virtuales donde algunos jóvenes se sienten identificados con discursos de odio hacia las mujeres y hacia otros varones percibidos como ‘sexualmente exitosos’”, señaló.

“Es una subcultura llena de odio, principalmente hacia las mujeres, pero también hacia otros varones. Tiene una fuerte carga de misoginia, impulsada por el anonimato que permite Internet, donde se expulsa toda esa ira acumulada que es compartida por mucha gente. Cuando ocurrió la masacre, muchas personas la celebraban y escribían posteos con frases como ‘voy a brindar con una botella champagne por cada mujer que asesinaste’”, explicó el experto.

La subcultura incel, prosiguió el profesional, creó códigos y figuras que son compartidas en estas comunidades virtuales. Por ejemplo, se refieren a las mujeres atractivas como "Stacey" y a los hombres por las que estas se sienten atraídas como “Chads”, a quienes dedican gran parte de su tiempo en insultar, descalificar y ridiculizar. También difunden lo que denominan la “regla 80/20”, una idea que sostiene que el 80 % de las mujeres solo se siente atraídas por el 20 % de los hombres, lo que, según ellos, deja al resto en una situación de exclusión total en el terreno afectivo y sexual.

Enfatizó que “estos varones consideran que el rechazo que experimentan es culpa de las mujeres, de los movimientos feministas, de los derechos humanos, que hacen que ellos no sean deseables solo por el hecho de ser varones” pero “nunca se cuestionan si el rechazo es por su propia machismo”. Para el entrevistado, esta actitud es en parte fomentada por una cuestión cultural, avalada históricamente por los medios de comunicación, que han instalado la idea de que el hombre, por el solo hecho de serlo, puede conseguir todo lo que quiere. “Esto es tan viejo como la película El club de la pelea, donde se problematiza sobre las promesas que nos hicieron toda la vida y que nunca se cumplieron, lo que desata ira y enojo. La subcultura incel es el lugar donde depositar toda esa ira. Los varones que integran estos grupos, entre comillas, se acompañan en esa desgracia que viven de ser rechazados y tener que aceptar que nunca van a ser queridos”.

Si bien estos fenómenos pueden parecer distantes, Gervasini Dini confirmó que en Uruguay también se observan. “He tenido pacientes que en terapia muestran elementos propios de esta subcultura y que cuando les preguntas si conocen la palabra incel comprobás que la han investigado”. En su experiencia, estas afiliaciones no están ligadas a rasgos físicos, como plantean muchos de estos discursos, como el de tener el cráneo muy grande, sino a “formas de pensar en las mujeres, en los vínculos, con ideas muy conservadoras y violentas que hacen que las mujeres los rechacen”.

Activar las alertas

Frente a estos escenarios, ¿cómo pueden las madres, padres y educadores identificar señales de alerta? Para el psicólogo, una herramienta clave es observar el algoritmo de las redes sociales. “Mirar qué está viendo tu hijo o hija adolescente me parece fundamental. Si ves que hay un montón de reels del tipo ‘para ser un buen macho tenés que seguir tal recomendación’, se debe encender una alerta. Los algoritmosson la entrada al psiquismo más directa que puede tener hoy en día una persona”, ya que lo que sugieren las redes sociales reflejan lo que la persona consume. También subrayó la importancia de generar “espacios de escucha y expresión” en centros educativos, donde se habilite a los adolescentes a compartir sin temor a ser juzgados. “Si se sienten censurados, no van a decir lo que realmente piensan. Pero si logramos generar ese espacio, podemos trabajar esos discursos, acompañar y prevenir”.

Y añadió: “También es importante ser conscientes de que muchos de estos discursos de odio y misoginia que tienen algunos adolescentes están instalados en sus familias. Entonces, algunos padres, que comparten esas ideas, posiblemente no vean el problema o lo barran para abajo de la alfombra. Por eso, en ocasiones, los padres deben trabajarse”.

Masculinidades e identidades en construcción

¿Qué lugar ocupan los entornos digitales en la construcción de la identidad de los varones adolescentes? ¿Qué consumen, qué comparten, cómo se vinculan y qué modelos de masculinidad circulan en esas plataformas? Para responder estas interrogantes, Caras y Caretas dialogó con Pablo López, licenciado en educación, docente e integrante del Instituto de Psicología de la Salud de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República (Udelar), un equipo con más de 25 años de trabajo y que actualmente lleva adelante Enred, un proyecto que brinda información sobre sexualidad y entornos digitales a adolescentes, familias y docentes. Desde su experiencia, analizó de qué manera los entornos virtuales influyen en las formas en que los varones adolescentes construyen su subjetividad, sus vínculos y su manera de habitar el mundo.

Lopez contó que la preocupación por la influencia de los entornos digitales en la construcción de la subjetividad de los varones adolescentes no surgió de una inquietud teórica aislada, sino en el marco de talleres de educación sexual con adolescentes, alrededor del año 2014. En estas instancias, algunos varones mostraban en sus celulares escenas pornográficas y consultaban si eso era algo real. Luego estas preguntas comenzaron a aparecer en consultas privadas. Al finalizar el taller, “preguntaban, por ejemplo, acerca de dificultades que tenían para excitarse, para llegar al orgasmo, específicamente por la pornografía. Te decian: ‘No me exito si no estoy viendo pornografía’. Esto hace 10 años atrás. Entonces, en ese momento pensamos que debíamos estudiar el impacto de los entornos digitales en la construcción de la sexualidad. Y allí surgió el proyecto Enred”.

El primer estudio vinculado al proyecto se realizó en 2016 y, según señaló el experto, partía de la hipótesis de que los mensajes respecto a la sexualidad y el género estaban corriendo por canales que se vinculan a Internet, que estaban totalmente por fuera de la mirada del mundo adulto. “Los adultos de referencia clásicos, que en sexualidad siempre han sido las familias, los centros educativos y los centros de salud, que son los agentes socializadores primarios y secundarios, no tenían idea de lo que estaba sucediendo”, subrayó López.

Una de las conclusiones más significativas de este estudio fue la desconexión entre la valoración y la frecuencia real de los mensajes. Cuando se les preguntaba a los adolescentes qué actores consideraban más importantes para hablar de sexualidad, ubicaban en primer lugar a la familia, luego al sistema de salud y en tercer lugar a los centros educativos. Internet quedaba muy por detrás. Sin embargo, al indagar cuán frecuente era la recepción de mensajes por parte de esos actores, las respuestas que prevalecían era “nunca” o “casi nunca”.

Esto revela, según López, una contradicción de fondo: “Los adolescentes siguen valorando los mensajes del mundo adulto, pero el problema es que ese mundo muchas veces no se comunica con ellos. En ese sentido, trazó un paralelismo con la narrativa de la serie Adolescencia, donde el protagonista atraviesa múltiples conflictos sin que ningún adulto de su entorno registre lo que está viviendo. “El pibe valoraba a su padre, pero no hubo comunicación”, advirtió el entrevistado.

En tal sentido, remarcó que si bien la construcción subjetiva de los adolescentes aún se encuentra fuertemente influida por los agentes clásicos de socialización —como la familia, la escuela o los servicios de salud—, el tiempo que pasan en entornos digitales los expone constantemente a mensajes que impactan directamente en su desarrollo. A pesar de que en el estudio mencionado muchos jóvenes minimizaban la importancia de los mensajes que recibían a través de Internet, los datos mostraban otra realidad, sobre todo en lo que respecta al consumo de pornografía. “Un 25 % de los adolescentes que declararon haber visto pornografía lo hicieron antes de los 11 años, y en un 70 % de los casos no fue por accidente, sino por ‘curiosidad personal’. A los 14 años, más del 80 % ya había accedido a este tipo de material”. Este acceso temprano y reiterado, sostuvo el entrevistado, implica que, “en una etapa del desarrollo psicosexual muy delicada”, los adolescentes están construyendo sus ideas sobre la sexualidad, las relaciones de género y el lugar de la mujer principalmente a través de imágenes pornográficas. “La pornografía es un gran mensaje acerca de la sexualidad, del lugar del otro en la sexualidad, y del placer como consumo propio. Socializa y subjetiviza”, sostuvo.

También llamó la atención sobre cómo estos contenidos modelan la subjetividad, especialmente en los varones. Un porcentaje significativo declaró consumir pornografía al menos una vez por semana, y aproximadamente un 10 % lo hacía a diario. A su juicio, este consumo masivo genera “un guión sexual mental muy marcado por lo pornográfico”, algo que no ocurría con el acceso limitado que podían tener generaciones anteriores, a través de revistas u otros soportes.

Por otra parte, remarcó que los entornos digitales no son intrínsecamente negativos: “Internet puede perjudicar la construcción subjetiva, así como la puede favorecer y ser algo sanador”, dijo. En ese sentido, compartió el testimonio de una adolescente del interior del país que, al no ver representaciones de mujeres lesbianas en su entorno, se sentía profundamente culpable hasta que se encontró en internet con otras adolescentes que les pasaba lo mismo que a ella. “Nos dijo que descubrió que lo que le pasaba era normal”, resumió, evidenciando cómo la red puede ofrecer espacios de identificación y contención.

Sin embargo, también advirtió sobre los riesgos de encontrarse con espacios que, lejos de brindar apoyo, amplifican las frustraciones y promueven discursos violentos. En referencia a la serie, ejemplificó que en el caso del protagonista fue captado por una comunidad que explotó su vulnerabilidad. “Eso es lo que hace la manosfera”, concluyó.

El vínculo entre la subcultura incel y la manosfera

Consultado sobre la relación entre los denominados “incels” (célibes involuntarios) y la manosfera, López explicó que los primeros forman parte de la manosfera, aunque no la representan en su totalidad. “Dentro de la manosfera hay sectores que también eligen no vincularse sexualmente con mujeres, pero desde una perspectiva diferente”, señaló, en referencia a los célibes voluntarios. Sin embargo, apuntó que el elemento común entre todos es el odio hacia las mujeres, el rechazo al feminismo y una fuerte impronta misógina. “En el caso de la manosfera, también comparten la vinculación con sectores de ultraderecha a nivel global. Entonces, suelen irse a ideas racistas, contra inmigrantes, muy pegadas a cuestiones de éxito, y fundamentalismos de distintos tipos. Pero vinculado a lo masculino”.

El profesional aclaró que existen diferencias importantes al interior de la manosfera, sobre todo en la manera en que sus integrantes se relacionan con las mujeres. “Por un lado, los incels expresan su resentimiento tanto hacia las mujeres que no les permiten el acceso sexual como hacia los varones que sí logran ese acceso. Pero por otro lado, también existen corrientes dentro de la manosfera que se relacionan con las llamadas ‘escuelas de seducción’, espacios donde se enseña a los varones a manipular y socavar la autoestima de las mujeres para obtener sexo y luego descartarlas”.

Frustración y soledad

Sobre los motivos por los cuales ciertos adolescentes varones se ven particularmente atraídos por estas subculturas digitales, López aseguró que “no cualquier adolescente” termina inmerso en la manosfera, sino aquellos que arrastran niveles significativos de frustración y carecen de contención. “Son adolescentes que sienten que no tienen con quién hablar lo que les pasa, y que, al sentirse en soledad, sienten que encuentran ‘comprensión’ en estás comunidades”.

Por otro lado, el especialista sostuvo que la tecnología también juega un papel central en esta dinámica: “Los impactos vienen desde el celular que tiene el adolescente, pero también desde el celular del padre y de la madre”, dijo, subrayando que la sobreexposición a contenidos alarmantes ha generado una sensación social generalizada de inseguridad. “Esto lleva muchas veces a que los adultos prefieran que sus hijos permanezcan en casa. En la serie vemos que la madre reflexiona que su hijo estaba mucho tiempo en su cuarto, donde pensó que no corría ningún peligro. Esa es una cosa en la que insistimos mucho trabajando con los padres: para un adoelscente, estar en el cuarto solo es como estar en la calle más poblada del mundo, donde se puede encontrar con cualquier clase de ser humano y, eventualmente, interactuar con todo tipo de ideas”.

En ese contexto, subrayó que el acceso a contenidos peligrosos es potencialmente universal, aunque no todos reaccionan de la misma forma. “El hecho de que se enganchen o no con tales contenidos depende de factores como la historia de vida, los niveles de frustración, qué cosas les preocupan, qué amigos tienen- porque también la recomendación puede venir de un amigo- qué tipo de comunicación tienen con su familia y entorno más cercano, y la capacidad que tengan de identificar qué tipo de mensajes quieren o no quieren”.

Y añadió: “Lo que deberíamos preguntarnos es por qué estos discursos tienen cada vez más aceptación”. Para el entendido, esto revela una profunda dificultad social para comunicarse con los adolescentes, especialmente con los varones, aunque también existen contenidos extremadamente dañinos dirigidos a mujeres jóvenes. Mencionó, por ejemplo, grupos que fomentan el suicidio, las autolesiones o que promueven trastornos alimentarios, donde se comparten “piques” para adelgazar a escondidas de los padres o se plantean desafíos peligrosos.

López subrayó que “la construcción de la identidad adolescente debería basarse en la interacción directa con adultos y pares en un entorno saludable”. A su entender, “Internet, en todo caso, debería ser un recurso complementario, un espacio para expandir horizontes y explorar intereses”.

El rol de la familia

¿Cómo evitar que ciertos adolescentes se sientan atraídos por contenidos misóginos o discursos de odio en Internet? Para López, la clave está en algo tan simple como fundamental: conversar. “Sería bueno que los adolescentes y los padres hablen acerca de lo que ellos ven en Internet en general”, afirmó.

Observar cómo se expresan, detectar giros nuevos en su lenguaje, notar ideas que no parecen propias o que llaman la atención: todo eso, según el entrevistado, puede ofrecer pistas sobre los contenidos que consumen y abrir la puerta a un diálogo necesario. “Hay que tomarse el tiempo de conocer a tu hijo, saber cómo habla y notar que hay cosas que está diciendo que son distintas”, sostuvo, y lamentó que muchos padres no lo hagan. “Insólitamente los culpan de que ya no quieren hablar con ellos. Bueno, pero el padre sos vos y tenés que buscar la estrategia para hablar con tu hijo”, sentenció.

A su juicio, basta con prestar atención para advertir rápidamente en qué “mundo de Internet” están inmersos.. No obstante, insistió en que, más allá del lenguaje, es fundamental observar otros indicios como cambios de humor, alteraciones en la rutina o el sueño, y el uso del celular hasta altas horas. En ese punto, fue enfático: “Que un gurí esté hasta las tres de la mañana con el teléfono no quiere decir que esté en el mundo de los incel o que tenga un problema. Puede ser que esté hablando de trivialidades o mirando videos de TikTok, que también es un problema, pero de otro tipo”.

En relación con uno de los debates que despertó la serie —si la responsabilidad del crimen cometido por el protagonista recae o no en sus padres—, López sostuvo lo siguiente: “No se trata de decir ‘la culpa es de los padres’. La serie Adolescencia muestra claramente contextos que predisponen: falta de diálogo, ausencia de referentes adultos, violencia latente en el hogar, con un padre que parece que siempre está apunto de explotar y una escuela donde el bullying campea sin que nadie se dé cuenta”. Sin embargo, advirtió sobre la necesidad de integrar miradas que no descarten los factores individuales. “Evitar la patologización del crimen no debería llevarnos a negar que existen elementos personales, incluso psicopatológicos, que también pueden incidir”.

Frente a un escenario complejo, donde los discursos de odio y los contenidos dañinos se multiplican en el entorno digital, López considera que el mayor desafío es “aprovechar la tecnología para trabajar con los padres”. “Ayudar a los padres a que tengan piques concretos de cómo hacer para acercarse a los gurises, de qué hablar, de cómo averiguar en qué andan. Revisar el celular de tus hijos, algo que puede ser problemático, no es la única estrategia posible. Si vos hablás con el chiquilín, te va a dar las claves de lo que está pasando”.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO